Conforme a una tradición que no desea archivar, el PRI celebrará rumbosamente un aniversario más de vida. Según el anuncio hecho antes de escribir el presente artículo, encabezaría los festejos partidistas el mismo presidente Ernesto Zedillo de quien, según el protocolo del caso, se esperaría un importante mensaje para el priísmo y para la sociedad entera. A reserva de opinar sobre las palabras del fallido promotor de la sana distancia entre el PRI y el gobierno, podemos apuntar hoy algunas consideraciones sobre este septuagenario partido y el momento de crisis que vive el país.
1. Por más innovaciones retóricas que se intenten, el fondo del problema sigue siendo el mismo: el PRI no es un partido de verdad, sino un mero instrumento del gobierno para aparentar vida democrática mediante un sistema de partidos y para aplicar en su fuero interno las instrucciones cupulares recibidas. En ese sentido, Zedillo ha fracasado rotundamente en desarrollar sus tesis de distanciamiento entre el aparato del PRI y el aparato gubernamental. Es más, debido a la increíble carencia de un proyecto político definido para enfrentar el problema denominado PRI, Zedillo ha cedido los espacios de control a grupos consolidados, esencialmente dinosáuricos, es decir llenos de intereses y compromisos políticos y económicos para cuya satisfacción se requiere autoritarismo, injusticia y antidemocracia, y a los gobernadores de los estados, cuyos desplantes y retos hacia la autoridad central y sus ingenuas pretensiones democratizadoras les ha convertido en verdaderos señores feudales de sus estados (Guerrero, Tabasco, San Luis Potosí, Puebla, por señalar algunos).
2. Por más inyecciones oratorias de optimismo que le aplican, el PRI sigue en estado agónico, sin liderazgo, renovación ideológica ni proyecto de cambio democrático. De hecho, la tradicional dispersión de sus opositores sigue ayudando al PRI a mantener una fachada de salud electoral en algunos estados, pero la sensación social creciente es de rechazo al priísmo por el fracaso económico, la desesperanza social, los crímenes políticos y la corrupción galopante. Todo ello tendrá un alto costo para el PRI en las elecciones de 1997 y con un beneficio directo para el partido que hoy representa el camino útil del disenso y que es el de Acción Nacional.
3. A pesar de la forzada incorporación del tema de la reforma interna en todos los discursos priístas, lo cierto es que ese proceso está absolutamente mediatizado y pervertido desde ahora. Santiago Oñate no ha logrado generar ni procesal ni sustantivamente las condiciones para el cambio democrático del PRI. Al escribir estas líneas el autor no puede ignorar que en el acto presidencial de este domingo 3 se darán pronunciamientos que los asistentes aplaudirán largamente y calificarán de profundos e históricos. Así ha sido la historia de todo acto priísta con el Presidente de la República como orador principal, pero también la historia del partido tricolor muestra que las propuestas y buenas intenciones invariablemente han sido arrolladas y quebrantadas por la cruda realidad del gatopardismo priísta. Por ello, a pesar del tenor que puedan tener los discursos de Zedillo y de Oñate, es posible desde ahora decir que, tal como están siendo preparadas las cosas, la próxima asamblea nacional priísta, y la presunta reforma interna, serán simplemente un escenario más de simulación, sin presencia real de las bases priístas y sin una verdadera voluntad de cambio. Habrá que esperar simplemente un poco de tiempo para corroborar lo aquí dicho.
4. La falta de liderazgo, proyecto y visión política en el PRI está creando un vacío de poder muy peligroso para las esperanzas de una verdadera evolución democrática nacional. Los espacios que abandona el PRI, amparado en las confusiones de Zedillo respecto a la relación entre el poder y el partido oficial, están siendo ocupados por fuerzas regionales plenamente identificadas con la conservación del actual estado injusto de cosas e inclusive con la promoción del uso directo de la fuerza como método de disuasión y confrontación con las fuerzas políticas democráticas. Zedillo no puede aparentar un abandono de sus responsabilidades ya no partidistas sino sociales: el PRI abandonado a la suerte que cada cacique regional le quiera asignar, y convertido en un ariete político utilizable al antojo del patrocinador en turno, es un riesgo para la nación y el pueblo entero. Zedillo debería aplicar la fuerza de la institución presidencial para encauzar la lucha política y no dejar al PRI convertido en un paria rencoroso dispuesto a perder lo que sea necesario siempre y cuando arrastre a los demás en su caída.
Con las consideraciones precedentes, es posible terminar este artículo haciendo simplemente un ejercicio de falsa predicción, pues no hace falta ninguna dote extrasensorial para saber desde un día antes de ese aniversario que el PRI volverá a ofrecer un espectáculo como los de siempre, con sus líderes obreros llenos de años y de dinero, con sus líderes campesinos ajenos a las penas de sus presuntos representados, con la clase política emergida del sistema priísta dispuesta, como siempre, a aplaudir, a vitorear, a creer firmemente que la patria, y su realidad lacerante, no podrán nunca alcanzarlos.