``Saca los muebles, Felipe'', canto callejero
Jaime Avilés, enviado, Madrid, 3 de marzo Fueron unas elecciones tan limpias, tan puras y admirables, tan perfectas, que a la una de la tarde, por ejemplo, todos los noticiarios de televisión habían repetido, seis veces cada uno: a) que una señora intentó votar con su abono del autobús; b) que un viejo llamó para preguntar si era posible votar por teléfono, y c) que una rubita planeaba pasar el día cuidando a su niña, pero que tuvo que encargársela a sus padres porque era funcionaria suplente del colegio electoral de su barrio y el titular amaneció enfermo. De gripe, según esto.
La otra certeza colectiva era, siempre a la una de la tarde, que Felipe González fue el primero de los tres candidatos principales que compareció ante las urnas, a las nueve en punto, aquí en Madrid, y que al salir de la casilla fue aplaudido y abucheado, cosa que al anciano camarero que me estaba sirviendo el desayuno le permitió concluir que al presidente le había ido "como a Curro Romero en la monumental de Las Ventas, o sea: opinión dividida". Y nadie ignoraba, para entonces, que José María Aznar había sufragado, también en Madrid, a las diez y media, mientras Julio Anguita lo había hecho a las once, pero en Córdoba, de donde es.
Breve crónica diurna
A la una de la tarde, insisto, ésas eran todas las novedades en las 5 mil 914 mesas electorales de la comuna de Madrid, que abarca las ciudades periféricas a las cuales se llega en los "trenes de cercanías", para no ir más lejos. Y puesto a averiguar cuántas mesas había en todo el reino español y habiendo leído que exactamente 49 mil 217 para atender en teoría a 32 millones 531 mil 47 ciudadanos, eché a andar hacia cualquier parte, cogí el metro, subí y bajé en diversas estaciones, estuve en los ``cuarteles'' de los tres partidos en liza, me acordé de una mujer que tal vez no me quería, me perdí en el Lavapiés buscando la dirección de un pintor gitano, me senté a fumar bajo la estatua de Agustín Lara, decidí que nada me gustaba tanto en Madrid como ese barrio de calles angostas y nombres tan simpáticos, pero me olvidé de anotarlos.
Luego conocí a las hermanas Lucientes, que hacían con esos botines y esos muslos de sol de mayo (aunque fuera 3 de marzo) honor pleno a su apellido, y comí en una tasca donde todo era mosaicos, mariscos, botellas y carteles taurinos, y el mesero que me trajo la sopa, mientras retintineaban las maquinitas que entretenían a los vagos, no fue el mismo que me puso el segundo plato, porque el primero acababa de irse a votar con sus colegas del primer turno.
¿Y usted votó? ``¡Hombre..!" ¿Y no le pintaron el dedo o algo? ''¿Y por qué me habían de pintá, jodé, si aquí hay un censo?" Bueno, fíjese usted, allá, intenté contarle, pero ya me estaba interrumpiendo: "Aquí hay un censo; usté va a su mesa eletorá, presenta el carné de identidá, lo buscan en una lista y si está pues vota y si no, se va a su casa``. Luego se quedó pensando: ''Mire, yo sé que hay paíse donde no tienen censo, y por eso, vamo, a la gente que vota le ponen un sello en la mano. Pa distinguila, ¿comprende?"
Breve crónica nocturna
Ahora son las ocho en punto de la noche delante de un televisor cualquiera, y como en este momento quedan oficialmente cerradas las urnas para que se inicie el escrutinio, 2 de los 5 canales de la televisión pública anuncian que darán los resultados de las tres encuestas de salida (aquí llamadas ``sondeos de primera hora'') que se efectuaron durante la jornada electoral.
De 300 mil personas consultadas en toda España por cada una de las firmas que realizaron las muestras, los tres partidos principales obtendrán una cantidad de diputados que oscila en el siguiente cuadro de probabilidades:
PP 164172 167174 160171
PSOE 126132 124131 125135
IU 2225 2225 2225
Una guapa locutora (ligeramente empalagosa para mi gusto) recuerda que para formar el nuevo gobierno con una mayoría absoluta en el Congreso, compuesto por 350 diputados, Aznar y el PP necesitan conquistar por lo menos 176 asientos. Y como las proyecciones estadísticas son más que alentadoras, ante la sede del PP, en la calle Génova del centro de Madrid, munidas de champaña y banderas del reino, unas mil 500 personas comienzan a brincotear con eufóricos alaridos, entonando la música de la Guantanamera para advertirle a González: ``Saca los muebles, Felipe, saca los muebles...'', lo cual es pedirle que vaya desalojando el palacio de La Moncloa porque el arroz de esta paella, como quien dice, ya se coció.
Pésimo cálculo, sin embargo. Un vocero del PP afirma desde el cristal líquido: ``Tenemos mayoría absoluta y ganamos Andalucía'' (donde se han celebrado elecciones al Congreso autónomo). A continuación, un portavoz del PSOE muy seguro de sí mismo, se jacta: "Aznar no tendrá mayoría absoluta y ganamos Andalucía". De inmediato, un representante de Izquierda Unida sale a cuadro y diagnostica: "La oferta del PP no vendió como se esperaba, Aznar no tendrá mayoría absoluta y el PSOE ganó Andalucía".
El asunto, como se ve, está poniéndose interesante, porque ahora son ya las 9 y media de la noche y la televisión asesta el primer palo, entre ceja y ceja, a los partidarios de Aznar: de acuerdo con 50 por ciento de los votos computados (¡en sólo 90 minutos!), las cosas van como siguen: PP 157 diputados, PSOE 142, IU 20.
¡Me cago en la mar salá!", exclama, en ese momento, en su oficina de la calle Génova, el señor Aznar, pero como de todos modos los números confirman su victoria, el alcalde de Madrid, señor Alvarez del Manzano (que sigue teniendo aspecto de maestro de ceremonias de cabaret franquista), sale al balcón y proclama --ante el gentío reunido allá abajo, que se ha multiplicado ya a una tasa de crecimiento que ni los chinos, vamos--: "¡El Partido Popular ha ganado las elecciones!"
¡Eeeeeeeeeeee!, le replica, por supuesto, la masa, y de nuevo a darle con los cánticos. Pero en el domicilio del PSOE, donde hace una hora no había nadie porque la derrota era aplastante y a la mera hora resultó que no era cierto, ahora hay un tumulto y el coro va en crescendo: ``¡Felipe, Felipe, Felipe cojonudo!'', porque según las estimaciones de los ``socialistas'', el PP lleva 156 diputados y el PSOE 142, y para ponerle emoción al suspenso, un dirigente felipista augura: ``Y la distancia se está acortando''.
Y ahora son ya las diez y pico, y desde el Palacio de Exposiciones y Congresos, en el parque Juan Carlos I, allá por el aeropuerto de Barajas, el gobierno entrega un veredicto irrevocable: la participación electoral fue de 77.5 por ciento, que no es el 80 por ciento redondo que esperaba González como síntoma de la "movilización de las izquierdas", pero no está nada mal. Y ahora son ya casi las once, y desde el mismo lugar, el ministro de Justicia del Interior y el ministro de la Secretaría de Gobierno, ``socialistas'' los dos y haciendo bromas entre ellos, ponen cara de serios y ofrecen los datos oficiales que poco habrán de cambiar en lo que resta de la noche:
Computado 78 por ciento de los votos, el PP ha conseguido 8 millones 900 mil, lo que representa 38.98 por ciento, mientras el PSOE tiene 7 millones 800 mil, o sea, 37.92 por ciento. Y en la calle Ferrat, donde es ya multitudinaria la concentración ``socialista'', arrecian los gritos de ``¡Felipe, Felipe, Felipe cojonudo!'', al tiempo que en la calle Génova la muchedumbre berrea: "¡Se nota, se siente, Aznar es presidente!", y de pronto todos cuentan con un motivo para estar felices, porque el PP confirma sus 156 diputados y el PSOE sus 142 respectivos, en tanto que Izquierda Unida aumenta a 21.
Y aquí España entera guarda silencio porque, al no haber mayoría absoluta para nadie, las grandes fuerzas tendrán que negociar con los pequeños partidos regionales, de los cuales el más importante es la coalición catalana de Jordi Pujol, que saca 16 diputados, mientras el Partido Nacionalista Vasco se alza con 5, lo que simplemente quiere decir que Aznar ganó pero está en un problemón, y más vivo que el hambre como dicen por estos lados. González aparece en todas las pantallas caseras y sonríe con sus carismáticos dientes de conejo pidiendo silencio, pero sin mucho énfasis, para que la masa prosiga, en vivo y en directo, aclamando ensordecedoramente sus atributos viriles: ``Felipe, Felipe, Felipe cojonudo...''.
Más que complacido, más que satisfecho, Felipe logra decir al fin con sevillano acento: 1) Que ha sido ``una jornada perfeta''; 2) que agradece a sus votantes por "esa lealtá, despué de todo lo que ha llovio``; 3) que "ha llamao a Aznar pa felicitalo''; 4) que le ha recordao que si no puede formar gobierno --y aquí la gente vuelve a bramar con ese dardo al corazón, que es la última victoria de González--, pues que entonces no olvide que "se abren otras posibilidades", y que por su parte mantendrá una oposición rigurosa y responsable, "defendiendo la tolerancia y el estado de bienestar y de solidaridad con la sociedad que hemos construido".
Y ya para retirarse --de hecho iba rumbo a la salida del estrado--, Felipe vuelve al micrófono y consuela a sus partidarios con un agudo autoapapacho:
--Dejadme hacer una broma: nos ha faltao una semana... O un debate.
El debate que Aznar rehuyó durante la campaña. Y que ahora, en la calle, en los diarios y en todas partes, será inevitable, porque desde esta noche las preguntas brotan, grandes y pequeñas, como lentas burbujas sobre la piel de un hotcake en un sartén. ¿Habrá un nuevo gobierno en España o todo este admirable proceso electoral no será sino la antesala de otro que sobrevendrá, por necesidad, muy pronto?