AUTOPISTA

Handke y Serbia

Peter Handke publica uno o dos libros al año donde la calidad poética de la prosa lucha para redimir la falta de acciones.

El reciente ciclo Ensayo sobre la rocola, Ensayo sobre el cansancio y Ensayo sobre el día logrado trata de todo y de nada. Después de una morosa descripción de las vías del tren o de un capítulo, sobre la falta de aspiraciones del personaje en turno, hay un destello, un cambio de tono, una imagen que carga de sentido a los protagonistas. Una breve epifanía, y la vida sigue su rumbo, nublada, idéntica a sí misma.

No es casual que uno de sus libros se llame Soy un habitante de la torre de marfil. Handke ha decidido estar al margen del tráfago mundano para atestiguar la luz sobre la superficie de un lago o el silencio provocado por la nieve. Curiosamente, su inclinación al éxtasis ecológico lo ha metido en una de las más crudas polémicas de la posguerra alemana.

Harto de leer en Le Monde y Der Spiegel que los serbios eran los villanos de la guerra en Yugoslavia, decidió escribir una crónica sobre el asunto. Cómo viven los presuntos depredadores de Europa?

No era la primera vez que el autor de El miedo del portero ante el penalty se interesaba en Yugoslavia. Su familia materna es eslovena y durante muchos años ha sido promotor de escritores de la antigua Yugoslavia en el mundo de habla alemana.

Qué hizo el paisajista en su viaje a la zona de guerra? Describir paisajes, ni más ni menos. Este fue el núcleo del escándalo.

En enero pasado, el Süddeutsche Zeitung presentó el reportaje de Handke en dos módicas entregas de 70 cuartillas cada una. Al día siguiente, André Glusksmann insultó a Handke en el Corriere della Sera y el cineasta Marcel Ophuls envió un fax a la redacción bávara que decía: "me cago en el Süddeutesche Zeitung". Unas semanas después, la editorial Suhrkamp recogió las crónicas bajo el título de Justicia para Serbia y varios autores de la casa pidieron ser retirados del catálogo. Por qué tanta furia? Otro caso de intolerancia extrema? Una oportunidad de arrojar tizones a la hoguera de las vanidades? El primer diagnósti co de este barullo que ya alcanza una potencia wagneriana, es que la literatura alemana atraviesa para usar una expresión fea pero que imita los vagones verbales germanos una intensa sobreideologización. Realmente sorprende que tantos escritores sepan qué hacer con Serbia.

Cuál es el pecado de Handke? Después de leer el reportaje, nos quedamos con la impresión de que su única ofensa es el tedio. El poeta come truchas, escucha canciones y describe las plácidas colinas que lo rodean. "En todas las cimas reina la calma", el verso de Goethe parece ser su hilo conductor. En ningún momento, el autor austriaco encuentra un motivo de sospecha, o siquiera de disgusto. Lejos, en el Tribunal de la Haya, se encuentran los numerosos expedientes de mutilaciones, torturas, asesinatos de delirio. Es cierto que Handke pasa una noche difícil en un cuarto con malas cortinas pero en general se entretiene con el canto de los pájaros. Si Hannah Arendt se refirió a la banalidad del mal, la dilatada oda de Handke parece referirse a la banalidad de todo. Después de criticar a los periodis tas por sus huecas informaciones, ofrece despachos de trinchera sobre la calidad de los hoteles y el sabor de los guisos. Las relaciones que establece son tan genéricas que podrían ocurrir por igual en un elevador que en la nave espacial Columbia: "La mirada del hombre se encontró con la mía, el tiempo suficiente para que lo que ocurría entre nosotros fuera más que un pensamiento en común." En cada gesto, el narrador busca universalizar la experiencia y con ello priva a sus lectores de las peculiaridades necesarias para entender una zona de guerra. El fondo moral de su errrancia serbia podría resumirse en una frase: "también allí hay vida humana". Se necesitan tantos adjetivos y cláusulas subordinadas para entender esto? Handke piensa que sí. En nuestra modesta opinión, su tentativa resulta ociosa, superficial, larguísima. Sin embargo, esto difícilmente explica el encono con que lo atacan sus colegas. Para refutar al reportero accidental, Peter Schneider, campeón de las causas políticamente correctas, recordó en la vilipendiada revista Der Spiegel los múltiples crímenes de los serbios. Aunque sus informes parecen fundados, despiden un tufo policiaco. Aun concediendo que los serbios sean los chacales de Europa, es una ignominia describir su vida en la paz? Es necesario aclarar que desayunan como chacales, roncan como chacales, parten el pan como chacales?

La despistada crónica de Serbia, ha situado a Handke ante una paradoja: el infierno que no quiso ver en su viaje llegó a su casa. Un largo rodeo para encontrar a los perseguidores.

El traje de los domingos

Enrique Vila-Matas

Querido Scott

Tal vez porque estaba solo en casa frente al televisor y era suave la noche, no sé, creo que tal vez por eso, sólo por eso, la frase, el otro día, me llegó al alma. La decía alguien en Tres camaradas, una película de 1938 que no conocía y que me fascinó, una pe lícula del misterioso Borzage y en la que intervino como guionista Scott Fitzegarld. Se sabe que al autor de El gran Gatsby le cambiaron muchas cosas del guión, sobre todo los diálogos. Pero no cabe duda de que esta frase no se la cambiaron, sólo po dría ser de Scott:

"Cuando oscurece siempre se necesita a alguien."

De haber tenido la mala sombra de Jünger, ahora Scott estaría a punto de cumplir los cien años. Nadie puede imaginárselo con esa edad. Sí en cambio nos resulta fácil imaginar, por ejemplo, la expresión de su rostro el día en que, al ver que el barman del Ritz no se acordaba de él, se sintió acabado.

Tal vez porque también hoy estaba solo en casa y oscurecía, me he puesto a pen sar en Scott y he desempolvado todos los libros que tengo de él y he recordado vie jas lecturas, como Domingos locos, un libro que habla de su paso por Hollywood y donde he encontrado, contada con todo detalle, la historia de su participación en el guión de Tres camaradas. Y he recordado también cómo leía en mi primera juven tud sus libros, siempre centrando más mi interés por ese personaje de sí mismo que era el escritor que por lo que escribía. Error de juventud, craso error del pasado. Hoy, cuando sé que lo que realmente dañó seriamente a Scott fue haberse convertido en un personaje literario, me alegraría confirmar lo que me ha dicho una amiga: que las nuevas generaciones prestan más atención a sus escritos que a su leyenda.

Ilustración El Fisgón

Es lo mejor que a Scott le podía pasar. Porque está claro que la vida de un escri tor poco importa y que lo único que debe suscitar interés del público es la obra. Lo que debe realmente contar es lo escrito y todo lo demás son zarandajas. Lo ha dicho Melo e Castro a propósito de Pessoa: "Y si hubiera algo más humano que el hombre mismo? Y si ese algo se llamara texto? Y si ese texto que es lenguaje, fuera, al fin, la única producción que va más allá de su productor?"

Me alegraría que fuera cierto lo que dice mi amiga y que el interés por leer a Scott vaya cada día en aumento mientras decrece, se va desvaneciendo, su leyenda de hermoso y maldito.





Naief Yehya

Ciberpunks y Ciberyuppies

Un inmenso Perisur informático

El ciberespacio, el mundo virtual en el que tienen lugar las transacciones en tre computadoras, se fraguó en la imaginación del escritor William Gibson como un territorio imaginario (pero real) poblado por vaqueros digitales, rebeldes informáticos y ambiciosas megacorporaciones transnacionales-transcapitalistas-transhumanas. Era el escenario hipertecnológico, devastado y decadente, del género apocalíptico que fue bautizado como ciberpunk. Así, cuando Internet dejó de ser patrimonio exclusivo de gobiernos, academias e institutos, los primeros aven tureros de la red surfeaban entre dominios, sitios y direcciones electró nicas con dispositivos rudimentarios y una colección de imágenes bladerun nerianas en la memoria. Pero así como los cowboys fueron reemplazados por empresas ganaderas y corporaciones de bienes raíces, súbitamente los ciber punks comenzaron a ser desplazados por (o a convertirse en) ciberyuppies cuyo mundo de ciencia ficción es más parecido a un inmenso Perisur cibernético (un reconfortante y bien surtido mercadoespacio que acepta todas las tarjetas de crédito) que al sórdido Los Ángeles que recorría Harrison Ford ca zando replicantes. Quienes construyeron las vías del ferrocarril (con mano de obra semiesclavizada) para conquistar el oeste estadunidense no lo hicieron por su amor a los paisajes exóticos, los trenes o el placer de viajar, sino por la ambición. De manera semejante, quie nes hoy construyen accesos y vías paranavegar el ciberespacio no lo hacen por amor a la comunicación humana o por ser devotos a divulgar información.

La venganza de los nerds

Los ciberyuppies son, junto con los virus digitales, dos de los parásitos más perniciosos que ha engendrado la informática. Esta nueva élite tecnológica espera de la red lo mismo que los yuppies de los ochenta esperaban de Wall Street. No se puede negar que uno de los pocos gremios que han ascendido socialmente es el de los programadores, cuyo trabajo hasta hace poco n o era considerado más interesante que el de las secretarias ejecutivas o los agen tes de viajes. Hoy, estos manipuladores de código son vistos por el resto del mundo como tecnogenios con partes iguales de Einstein y Robert Redfor d. Los nerds erotizaban sus poderosas calculadoras Hewlett Packard, tenían romances con sus relojes digitales y babeaban con sus computadoras Co mmodore Vic20. Esos placeres fetichistas han dado frutos. Hoy, algunos qcibernerds se han vuelto inmensamente ricos y relativamente sexys incluso tienen esperanzas reales de tene r algo parecido a una vida sexual (en la realidad y no en el espacio virtual).

Conocimiento valioso y conocimiento basura

Para los ciberyuppies el concepto de clase es tan sólo un arcaísmo que n o tiene lugar en su mundo (el cual ellos consideran está regido por una meritocracia). El futuro estará dividido entre quienes tienen información y quienes no la tienen (o quienes acceden tarde a ella, como apunta Kevin Kelly). Y en un mundo donde "la información quiere ser libre", como reza una de las leyes del ciberespacio, "to do mundo puede acceder a ella". Es posible navegar por la información de la red a un costo más o menos bajo (mí nimo 15 dólares al mes, además del costo de la computadora, cuenta de te léfono, programas y demás), pero no nos hagamos ilusiones: hoy como siempre no hay nada más caro que ac ceder al conocimiento valioso. No toda la información representa poder, mucho menos aquella que se puede obtener sin pagar nada extra en Inter net (hoy es más barato tener una cuenta en Internet que tener televisión por cable). El poder está en las supervigiladas bases de datos militares, finan cieros y científicos. Como dice Mark Stahlman, autor del juego político de computadora Re-Inventing America y confundador de la New York New Media Association: "La idea de que las computadoras van a redistribuir la in formación y el poder es pura idiotez."

Yuppiutopías

Una de las principales virtudes que los tecnoentusiastas atribuyen al Internet es que fortalece la democracia al dar poder a la gente, al descentralizar recur sos, al disminuir el poder del gobierno (el principal enemigo de los meganerds como Bill Gates) y al crear comunidades virtuales plurales y diversas. Curiosamente, pocos gremios son tan homogéneos, tan centralizados (Microsoft es el mejor ejemplo de una empresa presidida por una figura paterna, benevolente y castigadora), y pocos diversos como el de los cibercapos (quienes son todos blancos anglosajones). Pero no es cierto que los ciberyuppies tan sólo tienen intereses egoístas; hasta cierto punto es cierto que quieren unir a la gente, o más bien agruparla, en categorías de consumo y control.