La Jornada Semanal, 3 de marzo de 1996
Después de una larga estancia en Barcelona, donde colaboró en la editorial Anagrama y en el periódico El Observador, el escritor argentino Leonardo Tarifeño regresó a Buenos Aires donde, en un franco homenaje a Cortázar, se dedicó a criar ajolotes. Estaba a punto de lograr el "axólotl" porteño, cuando le pareció esencial aprender húngaro y vivir en Budapest. Gracias a este impulso pudo ser testigo de las vicisitudes de Madonna para transformar las calles magiares en las locaciones de su película sobre Evita.
Pocas razones pueden llevar a alguien a permanecer en una fila, durante casi una hora, bajo el insensato frío de Buda pest. Una de ellas, al menos para los casi seiscientos h éroes anónimos que hace unos día s desafiaron la media de seis grados bajo cero, es conseguir un his tórico lugarcito junto al glamour de Ma donna y Antonio Banderas. Y otro motivo, quizá más importante, es hacerse de unos forint extra para enfrentar con cierta hidalguía la insospechada violencia del larguísimo invierno poscomunista.
El casting para el rodaje local de Evi ta que incluirá el multitudinario funeral y la interpretación de Madonna de No llo res por mí, Argentina comenzó u n domingo a las once de la mañana y terminó cerca de las ocho de la noche, tres horas después de que la oscuridad ocultara la ciudad y dos más tarde de lo que la empresa Hubbard Casting había previsto. El retraso no sorprendió tanto a lo s organizadores como sus causas. El pálido dominio del inglés por parte de los húngaros, y la todavía más pálida apariencia de unos centroeuropeos difícilmente metamorfoseados en latinos, lle varon el estricto control norteamericano a un principio de caos total. El anuncio publicitario que convocaba a los aprendices de estrellas era claro: "Se busca gente que pueda cantar en inglés; no es necesaria ninguna experiencia como cantante o actor." La lengua de Shakes peare no es excesivamente popular en un país ex comunista, pero eso no fue un problema para los cientos de subocupados que, a pesar de la barrera idiomática, a las diez de la mañana comenzaron la espera delante de las puertas del Kossuth Klub. A las dos y media, Ros Hubbard, una de las directoras de la audi ción, no aguantó más y avisó que "s i escucho My Bonnie lies over the ocean una vez más, grito". Desde ese momento se hizo su voluntad, y los aspirantes asumían la prueba de canto con disparejas pero emocionantes versiones de Happy Birthday.
El director Alan Parker eligió Budapest para reproducir el Buenos Aires de los años cuarenta y cincuenta, y es poco probable que se haya equivocado. Ade más de una reducción de casi 30% en gastos de filmación con respecto a Ar gentina, la capital húngara le permite acceder a paisajes muy similares a lo s dibujados por el afrancesamiento arquitectónico porteño. De paso, Budapest también le ayuda a trabajar a miles de ki lómetros de distancia de la antinomia peronismo/antiperonismo que, dicen , desalentó a Oliver Stone cuando realizósus primeros contactos para dirigir el proyecto. Las opiniones de los dirigentes peronistas que vieron la ópera, cuyo argumento narra los treinta y tres años de vida de Evita (1919-1952), incluyen las más diversas variaciones del espanto, y hasta Carlos Menem se declaró indignado. Conciliador con los dos bandos, Parker prometió no politizar la versión original de Tim Rice y Andrew Lloyd Weber, y para evitar posibles injerencias, mudó la producción al centro europeo hasta el próximo abril.
Esta decisión del director de Expreso de medianoche ha sido especialmente celebrada por la comunidad artística lo cal, que desde la caída del socialismo ha perdido todo tipo de subvenciones o apoyos, y deambula por los cada vez más ca ros bares de la ciudad sin un trabajo capaz de extirpar el pesimismo que su giere el futuro. Los llamados gubernamentales a la austeridad, entre cuyas consecuencias se encuentran los recortes presupuestarios en los programas de seguridad social, salud y educación pú blica para 1996, sólo aumentan el escepticismo de un pueblo que en 1990 votó por la democracia después de cuatro dé cadas de comunismo. Con un ojo en las temibles disputas de poder soviéticas, y otro en los súbitos esfuerzos que exige el ingreso a la Unión Europea, Hungría pa rece vivir una hora compleja.
En ese marco de obligado y nada placentero viaje al capitalismo es que, a las cinco de la tarde de un frío domingo de invierno, Alan Parker llega al Kossut h Klub, en pleno centro de Budapest, donde ya debería terminar el casting para Evita. "Siéntense, siéntense, dejen pasaral director", grita su asistente, y los húngaros y expatriados que esperan su oportunidad los ven pasar como ángeles rubios que, quién sabe, tal vez anuncien fama y esperanza.
"Necesitaremos mucha gente, esto será como Ben-Hur", dice Gabriella Zahorán, ayudante de Ros Hubbard y coordinadora de la audición. Asegura que la asisten cia masiva a este primer día de pruebas seguramente evitará otra convocatoria, y no sabe a cuál poder atribuir el éxito de esta jornada, si al de los dólares o al de Madonna, quien gracias a Evita y a la noticia de su arribo ha desplazado al fe roz Vladimir Zhirinovski de los comentarios de la prensa. Según Zahorán, los castings abiertos a todo tipo de personasconstituyen una absoluta pérdida de tiempo, porque "nunca se halla el talento suficiente"; aunque, eso sí, reconoce que Parker tiene buen ojo para estas cosas. "Él siempre encuentra a alguien", señala; "tres de los commitments , por ejemplo, eran chicos que trabajaban como músicos callejeros." Ahora, sin em bargo, el asunto es un poco más áspero.
Londres o Dublín son habituales escenarios de filmmakers, y los extras ya son profesionales de su singular forma de protagonismo: conocen los secretosde cómo seducir a quien los entrevista, qué decir y hasta de qué mane ra vestirse para asistir a una prueba; en la lectura de esos códigos comunes, los en cargados de un casting saben, entonces, a qué atenerse. Pero en Budapest, ciu dad en la que hoy las transformaciones socioculturales ocurren a la velocidad de un rayo, esa forzada rapidez a veces pinta a sus habitantes con los inequívocos colores de un despiste algo inocente. Los potenciales actores, más interesados en el porvenir del bolsillo que en el de una carrera artística, se aferran con uñas y dientes a la aparición de un trabajo, y pretenden engañar a sus posibles em pleadores con mentiras de patas bien cortas, tan ajenas al lenguaje de Ho llywood como Hungría lo está de Nueva York. Ése podría ser el caso del joven que, enterado de que los fans de Madonna tienen prohibida su participación en Evita, busca una frase convincente parael momento en que Ros Hubbard le pregunta si él no será uno de ellos. "No sabía que ella actuaba, qué papel tie ne?", contraataca con su mejor cara de inocente, y las risas a su alrededor reve lan que nadie le cree.
Que el comunismo habría entrenado a la población en el gran arte de negar las evidencias, es una hipótesis de difíc il refutación cuando se observa las maneras de la clase dirigente. El gobierno ac tual, una alianza entre ex comunistas y neoliberales, proporciona constantes ejemplos de este tipo, entre los que des taca el caso de la relampagueante visita de tres horas de Bill Clinton a Hungría, una escala técnica en su viaje a Bosnia. En ese momento, el primer ministro , Gyula Horn, fue informado de que el presidente norteamericano llevaba ropa sport, indudablemente la más agradable para visitar a las tropas en Tzula, y también útil para no hacer el ridículo entre la nieve y el barro bosnio. Para el recibimiento oficial a Clinton, Horn se acercó hasta el avión presidencial vestido con un oportuno suéter desempolvado para la ocasión, quizá la única en la que los húngaros vieron a su rígido primer mi nistro sin corbata y totalmente casual. En la brutal carrera hacia el capitalismo, el primer ministro húngaro fue capaz de vencer al frío.
Y también al pasado. "Mi gobierno es una tarea exenta de ideología", ha dicho recientemente Horn, quien fue canciller del último gobierno comunista antes de resultar elegido primer ministro en elecciones libres y democráticas. Acusado de practicar torturas durante los años del régimen, Horn se empeña en subrayar que "los constantes recuerdos del pasa do ya son anacrónicos y no tienen nada que ver con la Europa en la que nos gus taría integrarnos". Formado durante décadas en un estilo político que mediante un gran silencio se las arregló para ocultar la realidad de una crisis congénita al sistema, el húngaro común y corrien te vive hoy, en carne propia, la tensión entre esa gramática del silencio impues ta por los años comunistas y el permanente marketing mental propio de los nuevos modales norteamericanizantes. Todo eso, además, dentro de un pésimo momento económico y bajo las dudas que genera una occidentalización deses perada, hasta ahora sólo positiva para los inversionistas extranjeros.
Mientras tanto, en la fila que serpentea desde el Kossuth Klub, nadie recuer da que así, a través de un casting abierto,Hollywood descubrió a Lana Turner. Aunque el capitalismo se esfuerza por exportar sus valores e ilusiones, no hay demasiadas razones para que el american way of life y el mundo de just do it despierte un gran entusiasmo en Buda pest. Katarina, una bonita moza de treinta años, duda entre abandonar la fila o recordar la letra de New York, New York. Un poco más atrás está Filip, estudian tepolaco, quien se lamenta de que hoy, domingo, ya se le haya hecho tarde para ir a la iglesia. Y adentro, en la calidez de la sala, es el turno de Ágota Morosz, una veinteañera nacida en Transilvania que se gana la vida como profesora de inglés. "Me sobra el tiempo, puedo levantarme a las cinco de la mañana y me encantaría tener una escena con Antonio Banderas", sostiene ante la cámara que registra su prueba. Alguien le ha dicho que para tener éxito con los norteamericanos lo mejor es aparentar atrevimiento y decisión. Con la seguridad de haberlo hecho bien, ella y otros se pierden por las calles de la ciudad, justo cuando la nieve y las sombras de la noche parecen prometer que, aunque sea por unos pocos meses, Evita hará justicia en Budapest.