Será que yo no entiendo o que, a mi edad, las convicciones comienzan a flaquear, pero no puedo ver el resultado de las elecciones españolas como una tragedia. El Partido Popular avanzó, como era previsible y previsto, pero no tanto como para darle a José María Aznar plena libertad de movimiento. El PSOE retrocedió pero conserva la fuerza suficiente para neutralizar eventuales tentaciones autoritarias del centro-derecha. Lo que queda más claro que el sol es que los electores españoles no quisieron firmar un cheque en blanco a nadie. Con lo cual, en los próximos años, el PP se verá en apuros para conservar el control de un gobierno inevitablemente de coalición.
Igualmente claro es que después de 13 años de gobiernos socialistas la confianza inicial de amplios sectores del electorado se había deteriorado seriamente. El PSOE, en nombre de una ética de la responsabilidad, asumió sobre de sí el costo de hacer cosas que debían hacerse y que no serían populares. Pero reveló también su impotencia frente a un gravísimo problema de desempleo para el cual no supo encontrar caminos viables de solución. Y, finalmente, después de un periodo tan prolongado en el gobierno, el PSOE comenzó a mostrar el lado oscuro del poder: la corrupción, el sentido de impunidad de algunos de sus dirigentes, la ambigedad de decisiones políticas semilegales o directamente ilegales. Había llegado la hora de pagar la cuenta. Y llegó el 3 de marzo.
Pero valdría la pena no perder la prospectiva de las cosas. No obstante sus errores y sus impotencias los socialistas españoles han hecho posible a lo largo de trece años logros que sólo por un exceso de cautela evitaré definir históricos. Aunque me reserve el derecho de pensarlo. El primero es el más evidente: la institucionalización de la joven democracia española. Sólo valdrá la pena mencionar que en las elecciones de 1976 y 1982 entre las mayores preocupaciones del electotado estaba aún la falta de libertades y la fragilidad de la democracia. Ambas preocupaciones han desaparecido de estas elecciones de 1996. Y no fue por milagro. El segundo logro socialista se llama Europa. El gobierno del PSOE aceptó un reto que se había vuelto ineludible y lo hizo con valor sabiendo que los contragolpes no habrían sido de poca monta sobre las frágiles estructuras económicas del país. Y finalmente la economía. Valdría la pena recordar que en 1982 el PIB per capita español era de poco superior a los 4 mil dólares y que ahora viaja apenas por debajo de los 12 mil. Todo lo cual obviamente no debe hacer olvidar ni el desempleo ni la corrupción, pero nos obliga a poner en prospectiva uno y otra.
Insisto. Será que no entiendo pero esta derrota del PSOE no me parece un hecho dramático. Felipe González se merecía un descanso y los españoles se lo acaban de conceder. No es sano ni para la democracia, ni para la economía, ni para la salud mental conservar en el poder fuerzas políticas que han perdido la capacidad de generar ideas y estrategias originales para hacer frente a los problemas. Era evidente que los socialistas españoles, mientras revelaban una inquietante proclividad a la corrupción, mostraban la plena ausencia de ideas frente al gigantesco problema del desempleo. Merecían descansar un rato. Democracia, entre una infinidad de otras cosas, significa eso también: convertir los ganadores en perdedores, obligando estos últimos a renovarse para volver a la batalla con nuevas ideas y otras propuestas. Cuando los ganadores siguen siéndolo no obstante su ausencia de ideas (o de conciencia, que es lo mismo, acerca de los grandes problemas nacionales) comienzan a pudrirse en vida y a contagiar con sus impotencias la creatividad de enteras sociedades.
Reconozcamos la realidad. Los regímenes autoritarios o semiautoritarios sólo han sido económicamente exitosos en el largo plazo en Asia oriental. En Europa (digamos Occidente?) no. Punto. Fuera de Asia oriental, la democracia sigue siendo una de las claves esencial del desarrollo y del bienestar social. Y quien no lo entienda es porque no lo quiere entender, o porque tiene una curiosa resistencia frente a los libros de historia o porque pretende convertirse en aprendiz de brujo. Sabrá dios.
Los trece años del socialismo español en el gobierno son parte de un proceso histórico de mayor envergadura: el renacimiento de España a la democracia, al progreso técnico y a los problemas e impotencias de occidente en este fin de siglo. El crecimiento económico español después del franquismo es parte de algo más grande, más complejo. Es el renacer de una sociedad que, aunque sea en formas inevitablemente contradictorias, retoma confianza en sí misma después de una larga noche de paternalismo, mojigaterías, tutela represiva, temor y estupidez. De pronto, desde mediados de los 70, España comenzó a respirar otros aires y en dos décadas el PIB per capita del país se multiplicó en cuatro veces. Habrá alguna relación entre democracia y crecimiento económico? Los únicos que siguen sin verla son los economistas y los tecnócratas.
El gran mérito del PSOE, no obstante todo sus errores, sus impotencias y sus últimas hipocresías, es el de haber sido uno de los grandes protagonistas del renacimiento democrático de España. Y eso no se lo va a quitar ningún Aznar. Ninguna timorata clase media que se descubrió demócrata cuando la democracia ya estaba allí.