El grado de escándalo que ha alcanzado la matanza de Aguas Blancas imposibilita la permanencia del gobernador Rubén Figueroa Alcocer en su puesto. Tarde o temprano caerá y será necesario entonces fincarle las responsabilidades a que hubiere lugar. Mientras tanto, su desprestigio contamina de manera alarmante a la imagen del presidente Ernesto Zedillo, aunque éste no parezca darle importancia a tal deterioro.
A nadie se oculta a estas alturas la influencia que en la reapertura del caso tuvo el video difundido el domingo 25 de febrero en el programa Detrás de la noticia, que conduce el periodista Ricardo Rocha. Esta difusión podría ser el primer paso de la televisión mexicana hacia una nueva etapa que la alejara de su tradicional sujeción a los criterios oficiales, con excesos que la han llevado a ser, en ocasiones, más papistas que el Papa.
Un cambio tan radical radical para Televisa, no para otros medios ni para la sociedad no podrá darse sin resistencias de las estructuras y los cuadros proficialistas, caducos para una ciudadanía plural como la existente hoy en México pero pervivientes y poderosos en casi todos los estratos de Televisa. De hecho, las resistencias y presiones son muy fuertes. Tanto que podrían frustrar ese cambio, necesario y urgente, en la televisión mexicana. Un claro indicativo de la pugna que en el interior de Televisa se está dando es la escasa o nula repercusión que el video de Aguas Blancas ha tenido en prácticamente todas las emisiones de Televisa, incluidos los noticiarios de Jacobo Zabludovsky y Guillermo Ortega, a pesar del sacudimiento que su exhibición produjo en muy amplias porciones de la sociedad nacional.
Contra lo que pudiera pensarse, Televisa no es un monolito, aunque a veces lo parezca. En su seno existen corrientes que la quieren poner en consonancia con el reloj de los tiempos actuales, a contracorriente de los tradicionalistas que suponen que el México de hoy es el mismo de hace diez o 20 años. El principal impulsor de esa corriente renovadora, de la cual Ricardo Rocha es la cara hacia el público, es un joven ejecutivo llamado Alejandro Burillo Azcárraga (sobrino de El Tigre Emilio Azcárraga Milmo y vicepresidente del consorcio), quien tiene clara la obsolescencia de las políticas informativas de Televisa y parece empeñado en ponerlas a tono con la pluralidad del México de hoy, sin partidarismos pero también sin los ocultamientos y distorsiones cuya práctica ha llevado a la televisión altas dosis de desprestigio y falta de credibilidad.
Por supuesto, a una verdadera vida democrática en el país conviene una televisión como la que impulsan Burillo y Rocha, pues podrá contribuir, sin duda, a una transición más rápida y quizá más tersa. Pero si la televisión se opusiera a tal transformación social mexicana, ésta llegará de todos modos, pero aquélla correrá el riego de ser rebasada y, quizá, hasta arrollada por la fuerza incontenible de las ansias pluralmente democratizadoras de la población.
Dicho de otro modo, la apertura y pluralización de la televisión conviene también a los concesionarios y emisores. Para bien de la sociedad y de la propia Televisa, es deseable que triunfen Burillo y Rocha en la inocultable pugna que hoy se intuye con certidumbre. Y tal victoria debiera ser deseable para toda Televisa porque, ante la irrefrenable globalización de las tareas informadoras y de entretenimiento, el consorcio pronto tendrá que enfrentarse a competidores tan fuertes que podrían oscurecer el hoy esplendente, y frecuentemente impugnado, poder de la principal empresa mexicana de televisión.
Como quiera que sea, la sociedad no puede o no debe mantenerse al margen del asunto adoptando el papel de convidado de piedra al que la han relegado los ocultadores y distorsionadores de la verdad. El auditorio televisivo recuérdese posee, aunque frecuentemente lo olvide, el poder tremendo del consumidor. El control remoto y los botones de selección de canal son sus mejores armas. Su participación y sus inconformidades visibles de muchas formas son las que han engendrado la corriente de apertura en Televisa. Una y otras pueden ser determinantes. El cambiar de canal o apagar el aparato seguramente podrá convencer, a quienes pueden determinar la evolución pluralista, de que la difusión sin distorsiones de la verdad o de las varias verdades y no sólo de una puede ser rentable y su contrario, en cambio, desprestigiante y antieconómico.
En la lucha a que aludimos, todavía faltan muchos episodios por ver. Importa que la sociedad se mantenga atenta y participativa.