Desde su edificación, los monumentos arquitectónicos se enfrentan a una permanente lucha contra el tiempo y la destrucción. Ya en 1452 el notable arquitecto Leon Battista Alberti autor del tratado De Re Aedificatoria (1485), advertía que los defectos que se presentan en las construcciones ``unos son propios y consustanciales, ocasionados por el arquitecto'', pero muchos otros ``tienen su origen en causas externas''.
Los factores naturales contribuyen a la degradación, nos dice el tratadista genovés, son los incendios ``súbitos y fortuitos'' y los temblores de tierra e inundaciones, además de fenómenos ``insólitos, inesperados, inconcebibles''. Pero el mayor de ellos que va dejando ``dañada y perturbada la obra bien concebida de cualquier arquitecto'', es el paso del tiempo, ``ese pertinaz destructor''.
Tampoco debemos olvidar, nos dice Alberti, los ``desmanes de los hombres'' que por avaricia o desdén dejan que los monumentos desaparezcan. Ejemplos recientes hay muchos en México y el mundo: las bombas en la Galería degli Uffizi de Florencia y la demencial guerra que arrasó en Sarajevo además de millones de vidas humanas, una monumental ciudad y su invaluable Biblioteca Nacional; el ``inexplicable'' fuego que acabó con el chiapaneco Templo del Carmen y 64 obras de arte, o los actos inconmovibles de funcionarios que, amparados advierte Carlos Monsiváis en la ``desidia innata de las mayorías'', permiten la alteración de zonas monumentales.
La monumental Catedral de México viene padeciendo, desde sus etapas constructivas, severos problemas estructurales. Una de tantas dificultades que la aquejan desde el siglo XVII, advertida por el maestro mayor Juan Gómez de Trasmonte, es la debilidad de las columnas del crucero para soportar una cúpula. Pese a ello, ésta fue levantada sobre un tambor octogonal que más tarde, a fines del XVIII, aumentó el escultor Manuel Tolsá, coronándola con una alargada linternilla.
Otra batalla permanente que afronta es subsuelo sobre el que fue construida: los problemas de drenaje se han agudizado en la ciudad de México debido, principalmente, al interminable bombeo de los mantos acuíferos, de ahí que la zona metropolitana haya tenido, en este siglo, un severo hundimiento de 8 metros. Esto provocó, también, que el templo capitalino se encontrara en 1989 sumergido con una diferencia de 2.42 metros entre el ábside y la torre poniente.
Después de haber estudiado diversas propuestas para el rescate del monumento, las autoridades federales decidieron poner en práctica el método de subexcavación ideado por el ingeniero Fernando Terracina para la Torre de Pisa (1972). En México fue usado con éxito en la recuperación de la verticalidad de la iglesia del Pocito en la Villa de Guadalupe y el edificio del Banco de Londres y México.
Sistema técnico que ha causado gran controversia entre los expertos, con él se persigue la rectificación parcial de columnas, muros, torres y fachadas con fuerte inclinación, así como el cierre de la bóveda central. Pretende detener el proceso de deformación arquitectónica, igualando la velocidad de los hundimientos y restituyendo la ``geometría estructural''. Para lograrlo se excavaron 30 pozos con profundidades de entre 18 y 22 metros que sobrepasan, incluso, construcciones prehispánicas como el Templo de Tonatiuh (ubicado debajo del edificio del Sagrario).
Según el Instituto de Ingeniería de la UNAM, con las obras se han logrado efectos favorables en la estructura: cierre de grietas y reducción de la inclinación de columnas, aun en las más críticas (del crucero). La nave central cerró 3.2 cm al sur del transepto y las fachadas laterales, que han girado hacia adentro, ahora producen contrarresto al movimiento de la nave principal.
Pero también se han producido graves daños con los trabajos: innumerables nuevas grietas, caída de sillares y revestimientos, pandeo de los muros longitudinales de las fachadas y lesiones al tesoro artístico (retablos, pinturas y esculturas).
Los técnicos aseguran que no se ha afectado la estabilidad de la construcción, pero sobre la marcha han realizado modificaciones al programa para producir movimientos más regulares de la estructura. Con apuntalamientos, refuerzo de columnas y colocación de tirantes en la cubierta intentan evitar el colapso del inmueble. Los trabajos durarán, conforme a la frecuencia de hundimientos correctivos que pueda ir soportando la estructura.
La ``terapia intensiva'' a la que está sometida la Catedral de México la convierte, seguramente, en el monumento más intervenido y documentado histórica y técnicamente de toda América Latina. Muchos tenemos la esperanza, como la tuvo don Edmundo O'Gorman, de que sí se va a salvar.