Los criminales atentados en Jerusalén y Tel Aviv, llevados a cabo por el brazo militar de la secta integrista Hamas, tienen el deliberado propósito de bloquear el difícil camino de la paz que se ha venido abriendo en Medio Oriente.
Tanto por sus consecuencias inmediatas, es decir, el asesinato artero y canalla, como por sus propósitos, tales actos terroristas ameritan el repudio mundial y el castigo a los criminales.
La creación de una entidad autónoma palestina, cuya natural tendencia es hacia la formación de un estado nacional, ha sido impugnada por algunos grupos minoritarios palestinos, pero también es objetada por los partidos intransigentes del Estado de Israel, los cuales se han opuesto sistemáticamente a los acuerdos de paz, es decir, al reconocimiento de Palestina como nación con derechos.
La racha terrorista busca la regresión de las posiciones israelíes y tiende a obstaculizar el proceso de negociaciones entre el gobierno de Peres y los representantes del pueblo palestino, encabezados por Arafat. Con ello, se favorece a la extrema derecha de Israel y se presiona al gobierno de ese país para endurecer sus posiciones. En los hechos, Hamas lucha contra su pueblo y contra la reivindicación histórica fundamental de los palestinos: constituir su propio Estado nacional.
El gobierno de Peres, por su parte, ha dicho que es indispensable que las autoridades palestinas se hagan cargo de los terroristas, pero eso no resulta tan sencillo, pues la persecución de los responsables de la matanza de Jerusalén podría tomar su tiempo, mientras que el proceso de negociación puede quedar suspendido, lo que tendría graves consecuencias.
Es de comprenderse que el gobierno israelí tenga que responder ante agresiones terroristas como éstas, pero la detención del proceso de negociaciones y toma de acuerdos generará una presión adicional sobre las organizaciones palestinas representativas. Así, los propósitos de Hamas de frenar el proceso e, incluso, echar atrás todo lo que se se avanzado hasta ahora, tendrán un éxito que de ninguna manera merece la política del terror.
No es nada fácil mantener la calma frente a dantescos espectáculos como los observados en las fotografías de las víctimas de los atentados de Jerusalén y de Tel Aviv, pero eso es justamente lo que buscan los terroristas.
Asumir una conducta sensata, aligerar las negociaciones y el cumplimiento de los acuerdos ya tomados, insistir en la solución pacífica, sin dejar de perseguir a los autores de los crímenes, sería el aporte más fuerte y efectivo a la causa de la paz en el Medio Oriente.