Arnoldo Kraus
Aguas Blancas

México puede presentarse al mundo y ante su gente con sentencias como ``el derecho al respeto ajeno es la paz'', ``por mi raza hablará el espíritu'', con acciones-disfraces como los logros alcanzados por los programas de Solidaridad, con dramas nacionalistas como los desplegados por José López Portillo tras la nacionalización de la banca, o bien, contribuyendo al control del narcotráfico con la captura y expatriación de connacionales como García Abrego o con los portentosos números de asegurados (mal)atendidos por el Instituto Mexicano del Seguro Social. Otra forma de mostrarnos es a través del video de Aguas Blancas. La diferencia entre la primera y segunda posibilidad es simple: en una se miente y en otra no.

La mentira crónica permite falsear por algún tiempo la realidad. Y permite también presentar más de una cara de acuerdo a la situación o a la sumisión necesaria. Facultad, además, cuando es bien usada, sobrevivir y seguir navegando hasta el momento en que irremediablemente se desemboza o se deja de tolerar. Así funcionamos en el México moderno: muchas mentiras nos construyen. Sin embargo, ni las frases de Juárez, ni los argumentos patriotas usados para explicar las matanzas de estudiantes en 1968 pueden servir perennemente como antídotos. El uso crónico de la mayoría de las pócimas acaba, indefectiblemente, o generando resistencias o siendo ineficientes. Qué familia de los 17 campesinos masacrados en Aguas Blancas apostaría por Juárez o por el PRI?La verdad conlleva algunas vecesdolor. Puede también implicar confrontaciones y amenazas. Y, en no pocas ocasiones, engaños. El video de Aguas Blancas incorpora en sus imágenes dolor, amenazas y engaños. Explora también ese universo tan mexicano como lacerante y no menos avergonzante: el de la relación entre el poder y el oprimido. Exhibe, asimismo, sin miramientos ni maquillajes, el nulo respeto hacia la opinión pública. El video muestra también la mancillada historia de millones de campesinos en contraposición al infinito poder de nuestras autoridades. Dos extremos inencontrables, irreconciliables.

Los 16 minutos de duración de la cinta son testimonio de demasiadas realidades. Concluyen en los vivos tornados cadáveres el escueto valor que hacia la vida se tiene. Han dicho algunas autoridades del estado de Guerrero que la matanza se llevó a cabo por impericia, simpatía y falta de preparación. Ese es el argumento que deben aceptar los deudos? Esa es la explicación que ha de consolar a ``los otros mexicanos'' de Guerrero? Muestra también la cámara un breve compendio de nuestra historia: el despojo crónico del campesino lo convierte en dócil pieza de quienes actúan protegidos por la impenetrable telaraña del poder.El 12 de julio de 1995, escribí en estas páginas una pequeña nota intitulada 17. Me autoplagio: ``Preocupa que se pueda masacrar a 17 mexicanos y que la vida continúe su curso. Enferma que las conciencias de quienes ostentan el poder en Guerrero no se sientan impelidos a explicar''. Y, a renglón seguido, pregunté: Cuándo las muertes dejan de consternar y doler para convertirse en costumbre? Cuándo las muertes ilógicas empiezan a pasar inadvertidas? Cuándo la muerte deja de sorprender? Sumido en el estrechísimo margen de la esperanza y en la infinita obligación de denunciar agrego una nueva pregunta: cuántos ojos se requieren para ver el video de Aguas Blancas?Para muchos millones de mexicanos bastan dos ojos, un pedazo de conciencia y un mínimo de razón para entender que lo que ahí se muestra, es quizás, junto con la de Tlatelolco, la matanza más flagrante y abominable en la historia moderna de nuestra nación. Matanza que escapa a toda posibilidad de explicación: mexicanos poderosos contra símiles inermes. El fiscal especial para el caso de marras ha visto el mismo video con otros ojos: los del poder omnipresente para quienes su verdad es unívoca. Es, en ese sentido, encomiable la petición del presidente Ernesto Zedillo para que la Suprema Corte de Justicia de la Nación investigue los asesinatos y así se cuestione la decisión del señor Alejandro Varela Vidales. Ante la ceguera de Varela y la posible exculpación del aparato gobernante en Guerrero, quedan las imágenes de los deudores y la infinita necesidad de seguir exigiendo la reavivación del caso. Arthur Koestler se autodefinía como un ser crónicamente indignado. En nuestro país, esa debería ser la norma.