Esta semana tendrá un lugar reservado en la lista de momentos cruciales para la historia política del país. En apenas tres días: a) saltó a la luz pública el rompimiento aparentemente definitivo entre el PRI y el PAN. O quizá debo escribir: entre la Presidencia de la República y Acción Nacional; b) se planteó una nueva alianza táctica, realmente insólita, entre la dirigencia del PRD y la Secretaría de Gobernación para seguir adelante con las reformas electorales pendientes; y, c) el presidente Ernesto Zedillo renunció a la ``sana distancia'' con el partido que le prestó su registro, decidido a reconstruir el reservorio tradicional de apoyo político que tanta falta le está haciendo.
Aunque el dato más importante está en el divorcio entre la Presidencia y Acción Nacional, en realidad estamos asistiendo a un replanteamiento mucho más amplio de las estrategias y de los juegos de alianzas que se habían venido asentando desde 1988: son los primeros atisbos de lo que vendrá en las elecciones federales de 1997. Pero ese dato también marca el final de una etapa, y una transformación muy importante respecto a las inercias políticas que Carlos Salinas le había heredado al país. Por primera vez desde hace ocho años, la Presidencia parece decidida a entenderse con el partido que hasta 1994 había sido considerado como el enemigo fundamental, para dejar ese sitio ``de honor'', en cambio, al otro partido que le había hecho posible la tarea de gobernar durante todo el sexenio anterior. Quizá un poco tarde, pero el PRI finalmente se percató de que el enemigo dormía en casa, mientras le iba ocupando las recámaras disponibles.
Pero el cambio de pareja no será fácil. Fueron demasiados años de agresiones de todo tipo, como para que el PRD acepte ocupar los asientos que ha dejado vacíos el PAN sin establecer, por lo menos, condiciones muy caras. Ya sabemos que las habilidades políticas de Porfirio Muñoz Ledo dan para esto y más. Pero en este caso no bastará la postura personal del presidente de aquel partido, pues se trata de una decisión que toca las fibras más finas del PRD. De modo que el esfuerzo que deberá emprender el gobierno de la República para restañar, así sea parcialmente, las aristas de una relación que Carlos Salinas planteó desde un principio como una verdadera guerra política tendría que ser muy grande y muy serio. Y francamente dudo mucho que ese cambio de giro se acepte sin chistar por el lado de los sectores más duros del PRI, en contrapartida, que convirtieron muy pronto las batallas personales de Carlos Salinas en asunto de camisetas institucionales.
Sin embargo, resulta difícil imaginar que esa decisión se revierta. No sólo por los lamentables intercambios de insultos que se han proferido los protagonistas de ese divorcio que han ido desde ``el prófugo electoral'' que le tildó Santiago Oñate a Diego Fernández, hasta el brutal y excesivo ``Mussolini de tragicomedia'' que le espetó Castillo Peraza al Presidente de la República, sino porque detrás de las majaderías hay por lo menos dos cálculos bien meditados: el que ha formulado el PAN, que seguramente prefiere ser el padre mentor de la transición a la democracia después de 1997, que inscribirse en las páginas de estos días como el acompañante más fiel del partido oficial, sostenido en la creencia de que logrará la mayoría en las próximas elecciones; y el que ha formulado el PRI bajo este mismo supuesto, después de haber identificado que la verdadera competencia por los votos y los retos no será con el PRD, sino con Acción Nacional. Así que se trata de un divorcio en serio, y no solamente de una discusión reparable.
La cuestión que todavía flota en el aire radica, en cambio, en la validez de la apuesta que está haciendo el presidente Zedillo. Me pregunto si realmente cuenta con el respaldo de su partido para hacer cualquier cosa, y si el costo de esa vuelta al origen no será, a la postre, demasiado elevado. Tengo para mí que el Presidente está corriendo el riesgo de pasar de una trampa de intercambios infieles a otra de lealtades excluyentes, pues no está de más recordar que entre las fuerzas más importantes del PRI figuran las que se mueven alrededor de los gobernadores de los estados incluyendo a los de rigor, del viejo y cansado sector obrero y del conflictivo sector campesino. Y todos ellos han estado aguardando la oportunidad de colarse por cualquiera de las rendijas abiertas. Mucho cuidado, porque con ellos también podría colarse el frío bastante como para congelar, en definitiva, nuestra penosísima construcción democrática.