El sistema electoral español muestra con elocuencia las tensiones a las que está sometida, en mayor o menor medida, toda fórmula de traducción de votos en escaños. Es decir, las necesidades de que la representación sea lo más cercana posible a las adhesiones ciudadanas recibidas a través del voto y la de crear mayoría parlamentaria capaz de respaldar la gestión de gobierno. Se trata de dos objetivos en sí mismos encomiables, pero de difícil conjunción.
El sistema español tiene cuatro características visibles: 1) premia a la mayoría, 2) premia la concentración geográfica de votos y castiga la dispersión, 3) puede, eventualmente, convertir una minoría de votos en una mayoría de escaños, y 4) si el primer premio no resulta suficiente, la importancia política de los partidos chicos tiende a multiplicarse.
Intento explicarlo y explicarme, aunque lo que a continuación escribo no se lo recomiendo a nadie para una mañana de sábado.
Para la integración de su Cámara de Diputados (no hablaremos de la de Senadores, porque no interviene en la formación de gobierno), se utiliza un método de asignación proporcional (el famoso D'Hont, que consiste en establecer submúltiplos de la votación obtenida por cada partido y repartir en forma decreciente los escaños que se encuentran en disputa) en 52 circunscripciones de muy diverso tamaño. Dichas circunscripciones corresponden a las provincias que integran a España. Pero como existe un buen número de circunscripciones donde sólo se disputan tres, cuatro o cinco diputados (en Ceuta y Melilla uno solo), las fuerzas más pequeñas difícilmente alcanzan en ellas representación, produciéndose un cierto fenómeno de sobrerrepresentación (es decir, los más votados tienden a tener un porcentaje mayor de escaños que de votos).
Para que el anterior galimatías tenga algunos asideros, vengan los ejemplos. El PP con el 38.85 por ciento de los votos logró el 44.57 de los escaños (156). Eso busca la fórmula y, como se puede observar, premia con más de cinco puntos de diferencia al ganador. El segundo lugar, el PSOE recibe un premio menor: con el 37.48 por ciento de los votos obtiene el 40.29 por ciento de los asientos (141). Por contra, Izquierda Unida, con el 10.58 por ciento de los votos apenas logra el 6 por ciento de los diputados (21).
Se trata de distorsiones entre votos y escaños asumidas por el propio sistema en la búsqueda de conformar mayorías parlamentarias capaces de formar gobierno. El sistema está diseñado para ello, para sobrepremiar al ganador, es decir para ayudar a construir las ansiadas mayorías... absolutas, suficientes, necesarias, o el adjetivo que a usted le guste.
Otra de las características es que a mayor dispersión de los votos se logra una menor representación, mientras que la concentración de los mismos en unas cuantas circunscripciones tiende a multiplicar la presencia en la Cámara. La comparación entre Izquierda Unida y Convergencia y Unión (CiU) de Cataluña ayuda a apreciar el fenómeno. Con más de 2.6 millones de votos Izquierda Unida obtuvo apenas 21 diputados, mientras que con 1.1 millón de sufragios CiU logró 16 asientos. La dispersión del voto de Izquierda Unida a lo largo y ancho del territorio español, hace que muchos de esos sufragios no encuentren representantes (en las pequeñas circunscripciones), mientras que la concentración de votos en Cataluña de CiU (de hecho sólo ahí registra candidatos) multiplica su peso relativo. De ahí la presencia de un buen número de fuerzas regionales o autonómicas en el Parlamento español (además de CiU el Partido Nacionalista Vasco 5 diputados, la Coalición Canaria 4, Bloque Nacional Gallego 2, Herri Batasuna 2, Unión Valenciana 1, etcétera).
No se trata tampoco de una casualidad, y creo que los diseñadores de la fórmula han querido estimular la presencia de esas fuerzas en el Parlamento. Recordemos que el tema de las naciones o las autonomías que componen a España fue uno de los asuntos neurálgicos de la transición a la democracia.
Puede, por otro lado, darse el caso que un partido con más votos llegue a tener menos escaños que otro con menos votos (dependiendo de su dispersión-concentración en las circunscripciones), y de hecho ello sucedió en un momento del cómputo electoral. Cuando empezó a darse la información de los resultados, el PSOE apareció con más porcentaje de votos y escaños, pero cuando se llevaba computado el 32 por ciento de los sufragios, el PP lograba un escaño más que el PSOE (149 a 148), pero con un porcentaje inferior de votos. En la segunda división, la Coalición Canaria con el mismo número de votos que el Bloque Nacional Gallego (220 mil contra 219 mil) obtuvo cuatro diputados, mientras el BNG sólo 2.
Por último (en esta nota), la multiplicación de opciones partidistas, aunada al fracaso del premio a la mayoría, acaba por conferir una enorme centralidad a algunas pequeñas agrupaciones, ya que las mismas son necesarias para construir la mayoría ``suficiente'' para ``hacer gobierno''. Y seguramente ``venderán'' muy caros sus votos a quien los desee.
Ahora bien, salvo para aquellos que suelen no mezclarse ni con su sombra y que consideran que los pactos políticos son perversos en sí mismos, ese tipo de arreglos son absolutamente naturales en los sistemas democráticos parlamentarios. Su grave defecto, sin embargo, es la fuerza relativa que adquieren los ``chicos'' y que en ocasiones puede distorsionar la propia representación de mayoría y minorías.
Puede sacarse alguna lección de lo anterior? Sí, que la búsqueda de valores contradictorios (representación proporcional y mayoría para contar con gobiernos estables) no es sencilla, y que en materias como esta no existen fórmulas exportables, sino necesidades nacionales que deben informarse de lo que sucede en otras latitudes para no descubrir literalmente el Mediterráneo.