Una de las figuras más socorridas en la vida de la sociedad mexicana es la del compadrazgo. Originada en el sacramento cristiano del bautismo y en la desgarradora imagen de una orfandad prematura del menor místicamente enjuagado, constituye la raíz y el nervio de una noble relación humana consistente en el estrecho vínculo que enlaza al padre actual y al padrino, sustituto eventual en caso de que falte aquél. El punto central de vínculo lo constituye la existencia de un desvalido infante quien, sin saberlo, enfrenta el riesgo de una orfandad anticipada o el del abandono paternal malvado (o maloso, como se dice hoy). Pero el nexo afectuoso que previamente unió a los dos futuros compadres, se limpia, fortalece y dignifica, podríamos imaginar que hasta se santifica, por efectos secundarios del sacramento mencionado, que en sí mismo, tiene el mérito excelso de limpiar al bautizado del pecado original (el de Adán y Eva), de reincorporarlo así a la grey cristiana de los puros y de abrirle un sendero a la vida eterna.
Dentro de nuestras tradiciones más populares se encuentra la del compadrazgo, que a ciertas alturas, llega a ser un imprescindible complemento de los nexos familiares naturales. Los compadres, unidos por obligaciones morales que tienen un beneficiario común en el ahijado, llegan a considerarse casi como hermanos, con la ventaja de que el compadrazgo, a diferencia de la fraternidad, no procede de una relación impuesta por una progenitora común, no necesariamente deseada, como a estas alturas podrían atestiguarlo los hermanos Salinas de Gortari. La sacrosanta unión del compadrazgo surge de la recíproca buena voluntad, del respeto común de las dos entes relacionadas. Por ello, suele usarse con más frecuencia, en el lenguaje coloquial, entre amigos, el calificativo ``compadre'' o ``compita'' que el de ``hermano'' o ``manito''.
Pero si bien el compadrazgo es una relación ya muy antigua y generalizada, utilizada aún entre comilitantes políticos, jamás había alcanzado, ni con don Porfirio ni con el general Obregón, en el mundo de la política, la significación y el alcance que hoy logra una relación de compadrazgo que une al Presidente de la República con el más cavernario y sangriento de sus virreyes, asesino y ladrón, por herencia y por naturaleza porfía. El vínculo de compadrazgo entre Zedillo y Rubén Figueroa Alcocer se ha convertido en la columna vertebral de una impunidad, que protege a una de las más grandes lacras del régimen salino-zedillista.
Recordando reciente declaraciones de lealtad política del actual secretario de la Defensa Nacional no estaría fuera de lugar, ni desentonaría con el ritmo presidencialista que hoy volvemos a escuchar, ni sería ajeno a la disciplina militar que prevalece, que el mencionado señor secretario, en alguna próxima ocasión que tenga de arengar a la ciudadanía, haga la pertinente aclaración de que entre las instituciones nacionales a las que el Ejército debe lealtad, se encuentra la del ``compadrazgo'', cuando éste vincula a prohombres públicos.
Parece claro que el señor secretario no tendría necesidad de caer en la vulgaridad de citar nombres particulares, pues sin ellos la sociedad civil se daría cuenta cabal de que tan alto funcionario hacía referencia al elevado y digno vínculo de compadrazgo que une al señor presidente con el renombrado gobernador Rubén Figueroa.
Por supuesto que tampoco tendría razón alguna el ameritado militar que hoy encabeza las fuerzas armadas terrestres, para aclarar que la institución del compadrazgo entraña, en el mundo político, la otra fulgurante institución nacional de la impunidad. Esa apreciación le correspondería a los juristas forestales o a los de la Procuraduría carente de vista o, en otro aspecto cercano, a los teólogos que deambulan por los pasillos de la Nunciatura Apostólica.
Pero a pesar de la recomendable prudencia, sí parece muy oportuno que el señor secretario de la Defensa, apoyado por los otros miembros del Consejo Supremo de la Seguridad Pública, aclare que el compadrazgo es una de las instituciones nacionales que merece la lealtad del Ejército. Aunque guarde discreto silencio respecto a otras instituciones nacionales como la impunidad de los funcionarios públicos, los de ayer y los de hoy, y respecto a la mal llamada ``corrupción'', que pese a la sarta de denuestos con que es vituperada, se ha convertido en la principal fuente de acumulación de recursos financieros de que tanta necesidad tenemos para reemprender el camino hacia el puesto en el Primer Mundo, que nos ganó el neoliberalismo.
Acabo de enterarme, por la prensa matutina de hoy, 5 de marzo de 1996, que el presidente Zedillo ha pedido a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, con fundamento en el artículo 97, párrafo segundo de la Constitución, que mande investigar los lamentables homicidios de Aguas Blancas, Guerrero. Fervientemente quiero suponer que tal petición significa el rompimiento del lazo de compadrazgo materia de este artículo o, por lo menos, la eliminación de la coraza de impunidad que protegía al ``compadre'' Figueroa Alcocer.
Por otra parte, es la tácita adhesión presidencial a la petición que muchos abogados hemos formulado a la Suprema Corte, también con fundamento en el artículo 97 constitucional y en el artículo octavo, para que investigue la conducta de muchos militares contra la población civil de Chiapas, petición que se encuentra actualmente en trámite ante el mencionado Alto Tribunal, con el número (solicitud 02/95).