Frédéric-Yves Jeannet
Un recuerdo de Marguerite Duras

Entrevisté a Marguerite Duras en París a principios de abril de 1994, para La Jornada Semanal. Esa resultó ser una de las últimas entrevistas que concedió. Su realización fue difícil, porque estaba enferma. Se podría decir que ya presentía su muerte, pero por otro lado, esto también se podría aplicar a la totalidad de su obra. Sus últimos libros, en particular, fueron intentos por domar y apaciguar el tormento de su infancia y la perspectiva de su desaparición física. La muerte es una presencia crucial en el breve relato de 1982: La maladie de la mort (El mal de la muerte) y en todo lo que escribió desde entonces.

Lo que recuerdo con más nitidez son sus manos, el temblor de sus manos y de su voz muy ronca. Dondequiera que estuviese, apoyaba las manos en algún punto fijo de su entorno: sobre la mesa, los brazos del sillón o bien en sus rodillas, para controlar ese temblor que se debía a la falta de alcohol y de tabaco (había logrado dejar ambas adicciones). Lo curioso es que las dificultades que tuve para realizar la entrevista no se debieron a ella sino a su compañero Yann Andréa, un hombre mucho más joven que ella, cuya principal función social era la de protegerla contra el mundo exterior, contra las múltiples solicitudes de los periodistas que, a raíz de su enorme fama, la aquejaban para conseguir su opinión acerca de política y otros asuntos aún más triviales y alejados de su oficio, como el Tour de France, el futbol o el asesinato de un niño. Y ella, a pesar de ser una diva, disponía de su tiempo con mucha liberalidad. Ella misma contestaba el teléfono y accedía a hablar sobre el tema que le propusieran. Por eso tenían que protegerla. Era generosa con su tiempo y con sus ideas. Era una mujer intensamente libre, tanto en su escritura como en su vida (y ambas se confunden). Creo que el término libertad es el que mejor la define. El recuerdo más intenso más aún que el de su salud delicada es ese; su generosidad y su infinita libertad. Antes de ir a París, cuando le hablé por teléfono para concertar la entrevista, hablamos más de media hora sin conocernos. Una buena parte de la entrevista que publiqué después en La Jornada Semanal proviene de esa y de otras conversaciones telefónicas con ella. Me dijo que quería hablarme de su libro más reciente, titulado Escribir. Cuando le dije que la llamaba desde México, me hizo muchas preguntas: quería saber lo que estaba sucediendo en Chiapas; me preguntó cómo habían sido recibidos sus libros en México. En París hablamos de esa penúltima obra, Escribir. Habló del dolor y del goce incomparable de escribir. Escribir lo era todo para Marguerite Duras: era más importante que comer, más que la vida misma. También habló sin vacilar de su propia muerte. Reiteró algo que ya había afirmado en muchas ocasiones, desde hace muchos años: dijo que al morirse, ella no moriría casi en nada, puesto que la esencia de su ser ya se habría ido de ella, habría sido depositada libro tras libro en su obra. Hoy quisiera que eso fuera cierto, para enfrentar la certidumbre de que nunca más habrá un nuevo libro de la Duras en los estantes de las librerías.

En abril, hace dos años, también me dijo que lo único que podría definirla era el hecho de ser escritora. El acto de escribir era para ella el más crucial, en torno al cual giraba todo el resto de su existencia, a pesar de que, ya en esa época, le era casi imposible escribir. En noviembre, sin embargo, empezó el que iba a ser su último libro, una obra casi póstuma: se trata de un breve y desgarrador diario llevado por la escritora a lo largo de casi un año, hasta el mes de agosto pasado, en el que la muerte se perfila en cada página y la escritura (el famoso estilo Duras) se desmorona, se desintegra y desaparece. Se puede hablar, en sentido estricto, de un testamento. El libro salió en París hace cinco meses con el título C'est tout (Eso es todo) y aún no se traduce al español. He aquí algunos de sus fragmentos:Siento que se acabó.

Hay que intentar vivir. No arrojarse a la muerte.

Eso es todo. Es todo lo que tengo que decir. [...]Estoy perdida.

Mírame.El día primero de agosto de 1995 escribió la página final:Creo que se acabó. Que mi vida ha terminado.

Ya no soy nada.

Estoy para dar miedo.

Ya no puedo mantenerme de una pieza.

Ven, rápido.

Ya no tengo boca, ni rostro.