José Agustín Ortiz Pinchetti
Alternancia y mala leche

Un buen número de exploradores mexicanos se trasladó a la antigua patria de sus conquistadores para observar las elecciones generales de España el 3 de marzo. Como muchos de ellos, conversé con los nativos, observé su desparpajo, constaté qué bien han aprendido a votar y a contar los votos y cómo se tiran hasta con la cubeta en la interminable disputa política.

Las 24 horas de la elección de José María Aznar (Partido Popular), sus partidarios entraban a una depresión de la que aparentemente no se han respuesto. Mientras tanto sus enemigos principales, el presidente de Gobierno Felipe González y sus seguidores (PSOE) que habían perdido las elecciones y el gobierno, se encontraban de un humor fresco y excelente.

Todos sabemos que la prueba de fuego de un sistema democrático es el fenómeno de la alternancia, cuando un grupo o partido político en el poder, es sustituido a través de las (aparentemente inofensivas) elecciones libres y justas. En México no hay democracia, a pesar de que en cada sexenio hay un recambio muy espectacular de los grupos políticos; pero esto no sucede porque hayan perdido elecciones correctas, sino por el efecto de la designación hereditaria del nuevo presidente. Por un elemento cruel, pero muy efectivo como compensador, el nuevo presidente suele ser díscolo con su testador. Se aleja de él y lo aleja, e incluso castiga y persigue a alguno de sus cofrades.

En España la noche del 3 de marzo cuajó un fenómeno de ``alternancia precaria''. Aznar triunfó pero por un poco más del 1 por ciento de votos, lo que lo debilita en su legitimidad efectiva. Gracias a reglas bastante injustas de gobernabilidad, se favorece a los partidos fuertes, lo que le permitió a Aznar, apenas con un 38 por ciento de los votos, llegar a 156 diputados. Mayoría raquítica. Necesitaría otros 20 escaños para llegar al número mágico de 176, la mitad más uno de los 350 que constituyen el Parlamento.

Don José María, con forzada humildad se verá obligado a buscar votos favorables de diputados de partidos nacionalistas. El PP fue excesivamente agresivo y hasta insultante con los partidos de Cataluña y del País Vasco, que están relativamente cerca de él en el plano ideológico. Ahora Aznar necesita sus cuotas para ser investido como presidente del Gobierno. Llegará así al poder como Itubide a su imperio: con una corona pequeña, que se le puede caer en cualquier momento. Lo previsible es que haga un gobierno corto de 2 ó 3 años y que intente fortalecerse para nuevas elecciones. Esto le pudo haber pasado a cualquiera, y finalmente Aznar y el PP triunfaron. La depresión de sus gentes viene del hecho de que utilizaron una pésima táctica: ayudados por una prensa de escándalos presionaron con todos sus recursos para la caída prematura de Felipe González. Probablemente si hubieran esperado los 4 años del periodo normal del gobierno, el desgaste del PSOE hubiera sido completo, y entonces Aznar y el PP hubieran podido entrar al gobierno por la puerta grande. Hoy van a gobernar a contrapelo, con un desempleo del 25 por ciento y crisis económica.

Felipe y el PSOE convertirán la derrota en retirada estratégica: un tiempo para recuperarse, depurar al partido, reorganizarlo y volverse de nuevo una alternativa. Se ha destruido la leyenda de que España se encaminaba a un partido de Estado por la vía de los votos, y los méritos de Felipe, no pocos, van a volver a brillar.

Como sea, España sale ganando. Las elecciones fueron reñidísimas, pero impecables. Apenas si hubo algunas impugnaciones menores como se preveía. Después de un leve tropiezo la moneda, la bolsa, la economía regresaron a sus niveles normales. La alternancia sin adjetivos ha operado en forma suave y firme. Los políticos españoles tendrán ahora que madurar y pensar mejor sus estrategias políticas y a otra cosa.

Mala leche. Desde España me enteré del buen eco que tuvo el llamado a la democracia con el que culminaron los trabajos del Seminario de Chapultepec. Sin embargo, apenas regreso a México cuando me asalta un artículo de Rafael Segovia (``Una propuesta democrática'', Reforma, 8 de marzo). Segovia combina desinformación, ignorancia y unas gotas de mala leche, en su empeño por ridiculizarnos.

Está completamente desinformado porque supone que el ejercicio lo fue de unos aficionados de dudosa o nula representatividad. Desde el Colegio no se alcanza a ver el Castillo. Segovia debería saber que los 60 acuerdos no son del grupo promotor sino del PRI, PAN, PRD y PT, y no a través de representantes menores, sino de voceros calificados e incluso de sus presidentes. Los promotores no compartimos todos los consensos.

Segovia no leyó el texto de los acuerdos, los inventa. Ignora también la ley actual. Insinúa que los consejeros ciudadanos que promovimos el ejercicio queremos un poder prusiano y perpetuo, y subirnos los sueldos sin medida. Ignora que los consensos de los partidos se apoyan en las instituciones que ya existen e intentan superar sus evidentes imperfecciones. No sabe que el sistema de acuerdo de designación de los consejeros por los grupos parlamentarios, no es invención de Chapultepec, ya existe. Los consejeros serán designados por la Cámara de Diputados como hoy, y ésta podrá revocarlos. El Consejo designará al director, como hoy, pero no con el vicioso procedimiento de que el secretario de Gobernación (presidente del Consejo) ``impulse'' el nombramiento.

En la ley actual, el Consejo es el órgano supremo. En los Consensos de Chapultepec se pretende eliminar la división esquizofrénica que hoy existe entre las esferas del poder del director y del Consejo, y subordinar el primero al segundo, como es lógico.

Si Segovia hubiera leído el texto de los acuerdos se daría cuenta de que en el esquema el IFE y su Consejo sí responderán ante el Estado y la Nación. Y por primera vez, sus resoluciones podrán ser revisadas por el Poder Judicial federal. Se reconocerá la protección constitucional de los derechos políticos de los ciudadanos y de los partidos, hasta hoy negada en nuestras leyes.

Segovia no leyó los acuerdos por los que el IFE sometería su presupuesto a la aprobación del Congreso, y que no sólo tendría la contraloría de la Contaduría Mayor de Hacienda, sino además su propio control de auditoría.

Supongo una dosis de mala leche en el artículo, debido a la calidad del autor y a su origen. Si fuera un plumífero, la distorsión conceptual y literal de su trabajo se explicaría simplemente por frivolidad o por consigna. La fórmula fascista de inventar al enemigo y a sus argumentos para después tundirlos es incompatible con una víctima de una tiranía. También lo es con su calidad de intelectual lúcido e independiente, como suele decirse. Por ello sorprende un poco la pobreza y malicia de su '``propuesta democrática''.