El linchamiento en Aculco, reacción a un crimen a sangre fría: pobladores
Alberto Nájar, enviado, San Miguel Ejido, municipio de Aculco, Edomex. Hasta las tres de la tarde del miércoles pasado en esta ranchería de 600 habitantes se había vuelto costumbre que desaparecieran los borregos, se perdieran instrumentos de labranza o que algún ejidatario fuera asaltado en el camino a su casa.
En esa fecha, Miguel Angel Aranda López y su supervisor, Francisco López García, partieron de Arroyo Zarco hacia esta localidad a bordo de una camioneta Nissan blanca, propiedad de una empresa distribuidora de cigarros. Al salir de una curva frenaron bruscamente, porque la brecha estaba bloqueada con ramas y palos.
De entre los matorrales salieron Apolinar Hernández Cruz y José Luis ``N'', quienes amagaron a los empleados con pistolas y los pasaron a la caja de la camioneta, con placas SSG 2509 de Querétaro. Luego, el primero de ellos tomó el control del vehículo y arrancó a toda prisa.
De acuerdo con los testimonios, los presuntos ladrones conducían muy rápido y perdieron el control del vehículo, que se volcó 30 metros antes de entrar a esta población. ``Fue un ruido muy fuerte, un golpe seco que nos espantó a todos'', dijo una mujer que vive al lado del templo frente al cual ocurrió el percance.
Los asaltantes salieron de la cabina con algunas dificultades, y se dirigieron a la parte trasera de la unidad donde estaban los empleados. Sin ningún miramiento, Apolinar ejecutó al chofer Miguel Angel Aranda con un disparo en el corazón; luego, ambos corrieron hacia el oriente con rumbo a la autopista México-Querétaro.
Algunos ejidatarios ya se habían acercado a la camioneta y contemplaron toda la escena, sorprendidos al principio y molestos cuando vieron la ejecución a sangre fría. Entonces decidieron hacerse justicia.
``Nosotros llegamos a ayudar como cualquier ser humano, y nos encontramos con eso. La verdad nos dio mucho coraje, porque el muertito tenía familia y no era justo que lo mataran así. Total, ya le habían quitado sus cosas, no tenía por qué venir a morir aquí, y menos ansina'', comentó una mujer que cargaba un niño en su rebozo azul.
Lo demás sucedió rápido. Minutos después de que los ladrones emprendieron la huida alguien tocó la campana del templo. Decenas de pobladores corrieron tras los delincuentes, a quienes tiraban piedras y palos para detenerlos.
De todas las casas salieron más personas que se unieron a la persecución, algunos en bicicletas, otros a caballo o en burros. ``Cuando iban corriendo nos tiraron con las pistolas y eso enchiló más a la gente, porque iban niños y mujeres también'', recordó un ejidatario.
Finalmente, 700 metros antes de la autopista lograron cercar a los ladrones, quienes fueron detenidos mediante disparos de escopetas recortadas en las piernas.
Una vez inmovilizados y en el suelo fueron golpeados con pies y manos, les arrojaron palos y piedras e incluso los arrastraron con una soga amarrada al cuello. En el tumulto y la confusión alguien tomó una pistola de los delincuentes y disparó dos veces contra José Luis, quien murió casi de inmediato.
Mientras tanto, el supervisor del chofer asesinado pidió ayuda por teléfono a la comandancia de policía de Aculco, ubicada a diez kilómetros del ejido. Minutos después llegaron al lugar el secretario del síndico, Héctor Lara Morales, y ocho policías, pero nada pudieron hacer.
Según el funcionario, los ánimos estaban tan caldeados que la turba no los dejó acercarse al lugar donde linchaban a los ladrones. ``Cuando llegamos Apolinar Hernández estaba todavía vivo y tratamos de negociar para que lo dejaran en paz, pero mientras más hablábamos más se enojaban. Decían que no iban a salir vivos de allí, que ya estaban hartos y que se iban a hacer justicia por su propia mano''.
A Lara Morales y los policías no les quedó de otra más que contemplar cómo remataban al ladrón, con golpes en el cráneo y en la cara. Sólo hasta que comprobaron que estaban muertos, los ejidatarios les franquearon el paso para que levantaran los cuerpos.
``Pa' que no vuelvan a meterse con nosotros...''
Para los habitantes de este ejido esta es la primera vez que ocurre un hecho tan violento, pero lo interpretan como una consecuencia de la inseguridad pública en los caminos de terracería desde el año pasado, cuando se desató una serie de robos y asaltos que empezaron con la desaparición de tres borregos.
``Fue a plena luz del día, ni siquiera esperaron hasta la noche'', comentan. ``Ya no somos libres ni de salir de nuestras casas, a todas horas se meten a robar y a violar'', aseguran. No parecen sentir remordimientos porque, desde su punto de vista, ``es un escarmiento para que no vayan a meterse con nosotros''.
Pese a la crudeza del linchamiento, los ejidatarios se dicen gente pacífica pero organizada ante el problema que es nuevo para ellos, y advierten que ``la justicia funciona sólo con dinero, no está hecha pa' los pobres''.
Con coraje recuerdan que en ocasiones anteriores cuando denunciaban algún robo y presentaban a los responsables, ``a los tres días ya estaban aquí de vuelta y más enchilados porque sabían que no les iban a hacer nada''. Esta aparente impunidad de los delincuentes fue al parecer el detonante que los impulsó a ``aplicar la justicia'' por su cuenta.
Esta es la frase que más se repite a lo largo de la tensa plática con los enviados de La Jornada, prácticamente cercados por 30 personas que revisan de arriba a abajo las identificaciones, anotan los datos y advierten claramente que ``es mejor que digan la verdad, porque si no les vamos a hacer lo mismo también a ustedes''. No permiten fotografías ni tampoco quieren identificarse. ``Confórmense con que los dejemos salir'', indicaron.
Luego señalaron la grabadora del reportero y exigieron la entrega del casete, ``porque no queremos que se oiga nuestra voz en las noticias''. Una vez con el cartucho en su poder, pretendieron arrebatar el equipo fotográfico a Guillermo Sologuren, con el argumento de que ``a lo mejor son grabadoras disfrazadas''. Finalmente no lo hicieron, al comprobar que efectivamente se trata de aparatos para captar imágenes y no palabras.
Los ejidatarios se dicen desprotegidos porque las autoridades del municipio, gobernado por Acción Nacional, ``no aplican la justicia como es, la cambian con el dinero que reciben''. Insisten que los hechos del miércoles ``fueron culpa del gobierno. Nos obligó a tomar la justicia por nuestra cuenta, porque antes nunca hizo nada para ayudarnos. Aquí estamos a la buena de Dios''.
En San Miguel tal parece que ni a los sacerdotes les hacen mucho caso: ayer, dos días después del linchamiento, el párroco de Aculco, Mario González Martínez, literalmente huyó en cuanto terminó de oficiar una misa de 15 minutos en la ermita del ejido. ``No sé nada, no supe nada, yo vengo cada mes'', fue lo único que comentó mientras salía de prisa entre las miradas hostiles de los feligreses.