Clave H.S.P.
La Jornada 10 de marzo de 1996
Clave H.S.P.
MAR DE HISTORIAS Cristina Pacheco
Clave H.S.P.
Cuando encontré el mensaje pensé que iba a tener un buen día: ``Buenas noticias. Al fin un H.S.P. quiere conocer a M.V.R. Si puedes, háblame; pero ojo: el M.E.S. anda por aquí''. El recado sólo podía ser de Zaida. Es mi compañera de trabajo y mi gran amiga. Gracias a ella he aprendido muchas cosas, hasta a contestarle en clave así que nadie, ni siquiera el M.E.S. (Maldito-Encargado-de-Sección) puede saber de lo que hablamos.
Mis respetos por Zaida. Es un ejemplo. Siempre que algo me preocupa la recuerdo y me doy cuenta de que no tengo derecho de ahogarme en un vaso de agua cuando hay miles de personas que como ella, hacen de tripas corazón para sobreponerse a conflictos muy serios: desde la soledad y la falta de dinero hasta problemas con los hijos.
Los de Zaida me caen mal. No puedo perdonarles que sean tan egoístas con su madre y menos que la maltraten. Ellos no saben que estoy enterada de la situación y cuando de casualidad me los encuentro, se deshacen en amabilidades. Yo también con ellos, aunque me gustaría leerles la cartilla a los tres. Cuando los conocí pensé: ``Qué muchachos tan respetuosos. Dios se los mandó a mi amiga para compensarla de su viudez''. La pobre acaba de cumplir 42 y lleva 11 de viuda.
Ha salido adelante, porque es muy responsable y trabajadora. Esas cualidades sí tienen valor y no nada más las físicas. Gracias a que se lo he repetido mil veces, Zaida agarró confianza. La prueba está en que se atrevió a buscar un compañero.
Ayer en la mañana, cuando recibí su mensaje me alegré muchísimo de que al fin le hubiera contestado un H.S.P. (Hombre-Solo-Profesionista); aunque, sinceramente, yo habría preferido que le hubiera contestado un H.V.T. (Hombre-Viudo-Trabajador). Reconozco que tampoco se puede pedir tanto; y menos en estos tiempos, cuando es tan difícil, hasta para las jóvenes, encontrar un simple H.P. (Hombre-y-punto).
Cuando murió su esposo, Zaida juró que nunca volvería a casarse para no correr el riesgo de que el nuevo marido maltratara a sus hijos. Ella no imaginó que con el tiempo serían ellos, sus muchachos, quienes iban a convertirse en sus verdugos. Ernesto, el mayor, la amenazó porque ella no quiso darle dinero para comprarse unos discos.
El día que Zaida me lo contó llorando, me enfurecí. Aproveché para decirle que todo ese desgobierno en que están se debe a la falta de una mano dura que les jale las riendas; estuvo de acuerdo conmigo, pero me salió con lo mismo de siempre: ``Quién me va a querer con tres de familia? Además, ya no soy joven y mi físico...''
Nunca me ha gustado la forma en que Zaida habla de sí misma. No es la única persona con defectos. Los tenemos todos y es bueno reconocerlos; pero de eso a estar echándose tierra todo el tiempo hay un abismo. Zaida es la primera en subrayar lo de sus piernas. Estoy segura de que nadie lo notaría si ella no lo mencionara. Gracias a que se lo he dicho mil veces al menos conseguí que no lo mencionara en los anuncios.
Descubrí la Página de los Corazones Solitarios de casualidad. Estaba en el salón de belleza, esperando mi turno. Las revistas deshojadas que he leído mil veces no me parecieron lo mejor para escaparme del aburrimiento. De pronto alargué la mano y topé con un periódico. ``De quién es?'' Nadie me contestó, así que me puse a echarle una hojeada a la página en que había quedado abierto.
Me llamó la atención ver una serie de cuadritos del mismo tamaño y todos con iniciales en la parte de arriba: M.S.P.; H.S.T.; E.P.S; V.S.T. Luego descubrí que la ``s'' era la abreviatura de ``solo'', condición común de la Mujer-Pensionada, el Hombre-Trabajador, el Estudiante-Provinciano y la Mujer-Viuda-Sociable. Al final de la página estaban los números telefónicos que podían marcar los interesados en obtener el beneficio de dos meses de publicación gratuita de su aviso; también una frase entre admiraciones: ``No busque más: aquí puedo saciar su hambre de amor y compañía''. Inmediatamente pensé en Zaida. Si lograba convencerla de que enviara al periódico un anuncito atractivo quizá encontrara lo que estaba necesitando: una mano firme para sus hijos y otra suave para ella.
Se me ocurrió la idea hace más de un año. Tardé varias semanas en convencer a Zaida. En febrero del 95, aprovechando que se acercaba el Día de San Valentín, juntas escribimos el primer aviso firmado por M.V.R. Desde entonces mi amiga los renueva con toda puntualidad, pero siempre firma con las mismas iniciales porque le parece que describen muy bien su condición y su carácter: Mujer-Viuda-Romántica.
A partir de que mandamos el primer anuncio, Zaida ha recibido muchas propuestas firmadas con toda clase de iniciales: H.V.A. (Hombre-Vegetariano-Alpinista); H.A.T. (Hombre-Albino-Tímido); E.P.I. (Estudiante-Privinciano-Inexperto); sin embargo, ella nunca se dignó contestarles y mucho menos entrevistarse con los interesados, sólo porque a los anuncios les faltaba la ``P'' de profesionistas.
Espero que después de lo que le sucedió no desista de mandar sus anuncios: y también que se haya dado cuenta de que un título no es garantía de nada, y menos en estos tiempos.
Creímos que el príncipe azul no aparecería jamás. De pronto ayer en la noche, cuando Zaida llamó al periódico preguntando si había recado para M.V.R. --o sea, ella-- la telefonista le dijo que sí: ``Un caballero H.S.P. dejó su número para que lo llame''. En la mañana mi amiga quiso informarme la buena nueva. Dos veces me buscó en mi sección sin encontrarme. A la tercera me dejó el primer recado. Iba a contestárselo cuando nos llamaron al curso de superación y nuevos métodos.
Cuando regresé a mi lugar encontré un segundo mensaje: ``M.V.R. no se aguantó. Llamó al H.S.P. Comerán juntos. Haz changuitos''. A las dos y media salí a la supercocina. Las compañeras, al verme sola, enseguida me preguntaron: ``Y aquella, por qué no vino?'' Sentí que vengaba a Zaida, por todo lo que se burlan de su físico, cuando les contesté: ``La invitó a comer un galán''. Esa pequeñísima satisfacción y la idea de que mi amiga estaba a punto de resolver su futuro, me dieron fuerzas para enfrentarme a la sopa de letras, al picadillo y la gelatina con saborcito a refrigerador que nos dan todos los viernes ``las Caldosas''.
A las tres y media sonó el teléfono. Era Zaida: ``Feli, ya se me hizo tarde. No seas mala: chécame mi tarjeta''. Le pregunté dónde estaba: ``En el Centro, en un restorán de mariscos. H.V.P. fue al baño. Aproveché para decirte que estoy muy bien. Hemos platicado un montón. Ya hasta le conté de mis hijos''. Quise saber más: ``Rápido, dime cómo es''. ``Guapo, alto, como de mi edad... Híjole, ahí viene. Luego platicamos''. Me sentí muy contenta de que mi amiga no regresara a trabajar. ``Sirvió que hiciera changuitos'', pensé.
Sonó la chicharra, me quité la bata y me fui volando a la parada de las combis. Allí estaba Zaida, Se veía agotadísima. ``Ay, corazón, mira cómo vienes. Qué tanto estuviste haciendo?'' Todo mi entusiasmo desapareció cuando me contestó: ``Me quedé esperando al H.V.P. A la hora en que terminamos de comer se disculpó. Dijo que tenía que llamar a un cliente. No malicié nada porque cuando se levantó ordenó que nos llevaran otros dos cafés''.
Se me ocurrieron un montón de cosas horribles y con la esperanza de que fueran inventos míos dije: ``Tú eres muy desesperada. A lo mejor el H.V.P. regresó de hablar y ya no te encontró''. Zaida se rió: ``Lo esperé una hora, tomándome los cafés. La mesera pasaba a cada rato y para quitármela de encima le pedí la cuenta. Gracias a Dios me alcanzó con lo que traía, lo malo es que no me quedó ni un quinto para el camión y tuve que venirme a pie. Me prestas para la combi?''.
Durante el trayecto estuvimos calladas. Poco antes de bajarse, Zaida se me quedó mirando con los ojos llenos de lágrimas y me dijo: ``Crees que se decepcionó porque le hablé de mis hijos o por mi físico...?'' Iba a contestarle lo que pensaba --que todo había sido culpa del hambre-- pero no pude hacerlo porque ella preguntó otra vez: ``Si me manda otro mensaje, qué le respondo? En mi caso, sinceramente, tú qué harías...''
Por fortuna estábamos en la esquina donde mi amiga se baja siempre y no tuve necesidad de responderle.