Las señales de advertencia parpadean de nuevo, pero los celosos encargados del rumbo económico mexicano se limitan a repetir: ya -casi- la hicimos.
Entre muchas otras cosas, el tipo de cambio comienza a sensibilizarse y se aleja de posiciones de relativa estabilidad conservadas por varias semanas; el mercado mexicano de valores se cae un día sí y la semana completa también, reportando sensibles desvíos de inversión doméstica al mercado cambiario; las tasas reales de interés se mantienen en niveles inadministrables para la mayoría de los usuarios del crédito; el control de la inflación es virtual y el barril sin fondo de la banca reclama cada vez más apoyos, con crecientes costos políticos y sociales.
De la misma manera, la petición de la cúpula empresarial para que se cambie el modelo económico sube de tono y se convierte en exigencia, mientras que los inversionistas extranjeros -pragmáticos como siempre- transfieren rápidamente sus dineros a mercados no sólo más rentables, sino más seguros.
Para el Grupo Banamex-Accival, la gran volatilidad de las tasas de interés estadunidenses genera presiones y altera la evolución del mercado financiero mexicano y ``la falta de consenso en torno a la fortaleza o no de la economía de Estados Unidos ha propiciado que las cotizaciones sean muy sensibles a la publicación de las cifras de actividad económica''.
Al mismo tiempo, las principales corredurías estadunidenses mantienen la calificación sobre los valores emitidos por el gobierno, pero con perspectivas negativas. Esta visión ha sido fundamentada en el hecho de que la economía mexicana mantiene un ritmo moderado, ``lo que puede retardar la recuperación del sistema financiero y aumentar el costo fiscal de los programas de apoyo a dicho sector''.
Igualmente, mencionan que el ambiente político y social en México dificulta la aplicación del programa económico del gobierno, lo que ``podría generar presiones para abandonar la ortodoxia de la estrategia económica, con sus consecuencias en inflación y tipo de cambio''.
De forma paralela, los programas de rescate de la banca resultan crecientemente onerosos e insuficientes, al tiempo que el sector se ha convertido en un insaciable consumidor de recursos públicos y fondos externos con garantía del gobierno federal.
Los tres sectores atendidos prioritariamente por la política económica (bancario, bursátil y cambiario) no le encuentran la cuadratura al círculo y, descontrolados, piden cada vez más garantías, apoyos y recursos.
En este tenor, el próximo fin de semana se llevará a cabo la convención bancaria -que inaugurará el presidente Ernesto Zedillo-, en la que se anunciarían nuevos apoyos a las instituciones reprivatizadas.
En círculos bancarios se comenta que en ese encuentro corporativo se anunciaría públicamente que bancos y, obviamente, banqueros recibirían un nuevo paquete de ayuda gubernamental que implicaría un costo total de 45 mil millones de dólares (independientes de los 30 mil millones que aporta el negocio de los detergentes), facturables a las arcas nacionales y distribuidos a lo largo de la presente administración gubernamental.
Para garantizar la canalización de esos recursos a las instituciones bancarias y su futura solidez, la sociedad también aportará su granito de arena: más desempleo, menores niveles de bienestar social, creciente número de empresas quebradas y -pérdida de soberanía económica, desde luego- mayores márgenes de endeudamiento interno y externo.
Los dineros que se destinarían al fortalecimiento de la salud del sistema bancario mexicano equivaldrían, a precios actuales, tan sólo al 21 por ciento del Producto Interno Bruto. Nada más.
Además, la endeble economía mexicana se enfrenta a un nada grato panorama internacional, que deja ver nuevos vientos recesivos en las economías más sólidas del planeta.