AUTOPISTA

Un año

Según cuentan los expertos en ecología, hay un sitio donde los camarones son grises y no tienen salsa. Los habitantes de la ciudad sólo conocemos los mariscos en coctel. Esta consideración viene a cuento porque hubo una época en que La Jornada Semanal fue territorio virgen. Durante más de diez años, los equipos dirigidos por Fernando Benítez y Roger Bartra se encargaron de transformarla en un sitio habitable. No es lo mismo llegar a un arrecife donde los camarones están crudos que entrar a una cabaña con vista al mar donde suena la rocola. Quienes llegamos después que los pioneros, encontramos un mapa detallado de la región, la mesa puesta, los camarones rojos.

Durante un año nos hemos beneficiado por el trabajo de nuestros predecesores y por las expectativas que despiertan las demás secciones del periódico. Sabemos que La Jornada Semanal sería un excepcional sitio de encuentros aunque nosotros no estuviéramos aquí. También sabemos que los verdaderos dueños del suplemento son los lectores. Nuestra oficina, que semeja una versión poco amueblada del caos, no deja de recibir comentarios y sugerencias que podrían integrar una publicación paralela. Hay quienes nos devuelven ejemplares con las erratas corregidas, quienes resuelven acertijos que no habíamos advertido, quienes sugieren otra redacción para los pies de foto. Nada puede igualar el trabajo de estos voluntarios. De acuerdo con Nabokov, los personajes definitivos de un autor son los lectores que conquista para su literatura. En este sentido, si de algo estamos orgullosos es de la complicidad crítica de los lectores.

Pasemos a la cocina. Nuestro primer obstáculo fue prescindir del atractivo formato que acompañó la era de Roger Bartra. Después de más de cinco años de recibir una revista con portada a color, los lectores se encontraron con 16 páginas esbeltas. Además de que el tiempo psicológico de lectura de una revista es distinto al de un tabloide (siempre amenazado de que el lunes sirva para envolver filetes), nuestro formato representó una pérdida de 40 cuartillas por número. De entrada, la nueva época de La Jornada Semanal significaba ahorro y, sin embargo, en un país donde se cierran o reducen los espacios de juego, esta cancha equivale al Azteca.

Había que apostarle al contenido y, sobre todo, había que trabajar duro. La inspiración, ya lo sabemos, está en los detalles. En un ambiente tan polémico como el de la cultura, que se extinguirá cuando todos estén de acuerdo, es absurdo aspirar a la aprobación unánime. Nuestra propia mente suele estar saturada de ideas contradictorias; los números geniales que se nos ocurren durante el insomnio, mientras vemos el plafón del techo, se vuelven insufribles en las tortas de las cuatro de la tarde. Ante criterios tan cambiantes, sólo hay una certeza: cada número debe brindar una propuesta definida, demostrar que no se trata de una reunión accidental de textos sino que fueron reunidos con un propósito. De acuerdo con los juicios de cada quien, el resultado será mejor o peor, pero es fácil distinguir si los editores acudieron al método "cajón de sastre" o si se tomaron la molestia de planear las cosas.

Gracias al apoyo de los lectores, los colaboradores y los anunciantes hemos podido crecer a 20 páginas, pero aún estamos lejos de darle cabida a todas las colaboraciones que nos interesan. A partir de nuestro número 45, guiados por la brújula de Gilberto Becerril, ingresamos al Internet y empezamos a recibir cartas y colaboraciones de Tokio, New Haven, Oslo y otros sitios donde teníamos poca presencia en los kioscos. Los colaboradores de la aldea global se agregan a una nómina de jornaleros que ya podría fundar una ciudad de regular tamaño. Nos alegra que tantas plumas escriban en nuestro favor y nos aterra la forma en que se empachan nuestros archiveros. En 53 números no ha bajado la cuota de textos rechazados (8 de cada 10, cifra claramente irracional). Más que de nuestra capacidad de convocatoria, la desproporción habla de la falta de sitios donde publicar. Otro ejemplo de este drama cuyos sinsabores ya nos causan arrebatos de telenovela: ¡tenemos cerrados los números de aquí a agosto! Qué héroe de la paciencia desea que le almacenemos sus escritos?

Pero basta de quejas: nos iría mucho peor si editáramos libros. México atraviesa el peor momento de su industria editorial. Es importante consignar el hecho porque redefine la tarea de los suplementos. Más que ofrecer informaciones para que los lectores prosigan sus inquietudes en otros sitios, los diarios sustituyen la lectura de libros y aun la asistencia a cursos o conciertos. Para la mayoría de los lectores, cada número es un punto de llegada, no una escala. De ahí la enorme responsabilidad que tenemos. Como Yves Montand en El salario del miedo, avanzamos con nuestra carga peligrosa. Gracias por la confianza, y basta de rollos: hay que trabajar para el próximo domingo.

CONFIGURACIONES

Hugo Hiriart

Misterios del arte del retrato

Cómo se dibuja un retrato?

Antes de tomar el lápiz hay que mirar detenidamente. Ahí está la cabeza, pero no en todas sus posiciones una cabeza revela eso que hay que captar en un retrato, es decir, la única e irrepetible individualidad del retratado. Es preciso elegir la posición en que la persona es más rotundamente ella misma. Si dibujamos la cabeza vista desde arriba, como si flotáramos sobre el cráneo, por ejemplo, es obviamente muy difícil dar con el parecido. Observa un rostro conocido y vas a comprobar que hay muchas posiciones en las que la persona no se parece a sí misma. Éste es un descubrimiento sorprendente al alcance de cualquiera. Por eso tienes que hacer girar la cabeza con lentitud sobre un eje imaginario perpendicular al suelo y esperar a que los diminutos escorzos de las facciones te muestren el parecido indudable. Si tu personaje plástico tiene una nariz imperiosa, admirable, sin rastro alguno de modestia, acércalo al perfil, pues de frente esa peculiaridad no se advierte ni luce. Si, por el contrario, la nariz es humilde y remilgosa y los ojos están muy juntos, como de pájaro curioso, sitúalo de frente a ti mirándote fijamente. En un retrato, todo es peculiaridad.

Esto es hacer retratos sin lápiz ni pincel, con sólo la mirada. A mí me gusta hacerlos. Se trata de hallar cuándo una persona se parece más a ella misma. El parecido es un gran misterio, al menos para mí. Todos podemos captarlo y muy aprisa, pero nos costaría enorme trabajo decir en qué consiste el ejercicio de esa admirable habilidad. Qué hacemos exactamente para localizar el parecido? Qué datos, cuántos y cómo los manejamos para estar en condiciones de hacer el juicio "mira, se parece mucho al Popochón Pérez"?

Llegamos ahora al momento de tomar el lápiz y el papel. Lo primero tiene que ser simplificar salvajemente, es decir, reducir lo orgánico a lo geométrico, el cálido y vivaz animal tiene que transfigurarse en un grupo estructurado de formas. Estas formas, estas líneas y manchas, van a representar a nuestro retratado. Y aquí entra otro misterio del arte del retrato, porque cómo, por qué representan esas líneas a ese rostro? No puedo tratar aquí este problema, pero quiero inquietar, avanzar un poco en el problema, diciendo que la raya que trazo no representa a la ceja porque se "parezca", porque se "asemeje" a la ceja. Dice Nelson Goodman que "apenas podrían condensarse más errores en fórmula tan reducida" como en la fórmula "A representa a B en la medida en que A se asemeje a B", e inmediatamente da dos pequeños argumentos. El primero es que la relación de semejanza es simétrica: "tanto se asemeja A a B como B a A", pero "mientras una pintura puede representar al duque de Wellington, el duque no representa a esa pintura", es decir, la relación de representación no es simétrica. Y el segundo es éste: hay objetos muy parecidos que no se representan el uno al otro: "ninguno de los automóviles de una cadena de montaje es un cuadro (una representación) de uno cualquiera de los demás". El problema, como se ve, es prometedor, pero no podemos tratarlo aquí.

El dibujo avanza. No se trata sólo de simplificar, se trata sobre todo de seleccionar, es decir, de trazar lo significativo y omitir lo demás. Un dibujo no es sólo lo que está, sino también lo que deliberadamente no está. Hay retratos en los que todo gira y se orquesta alrededor, por ejemplo, de una papada, una gran papada con no sé qué de nobiliario y sereno, o con no sé qué de bajo y glotón, según el caso y todo depende, porque hay de papada a papada. Aquí entra eso que los críticos llaman horrendamente "profundidad psicológica" y que no es otra cosa que completa y organizada individualidad. Se trata de que la interioridad de una persona se expresa en su exterioridad, es decir, hay rostros crueles, tontos, desconfiados, tranquilos, ansiosos, perspicaces, tercos, indecisos. Más aún, viendo un retrato podemos presumir cuál es la tendencia de la persona con respecto a cosas tan abstractas y delicadas como la justicia: rostros podemos ver en los que se advierte una tendencia ingobernable a la injusticia visceral y sistemática, por ejemplo, en el maravilloso rostro de vileza del gran Carlos López Moctezuma. Y ése es otro misterio: cómo captamos, o mejor, creemos captar, en las meras facciones, los recónditos atributos morales de las personas?

Tenemos que dejarlo aquí.






Naief Yehya

Dos portavoces de la revolución

Uno de los productos secundarios que engendró la red de redes, Internet, fue la aparición de numerosas publicaciones dedicadas a reportar las novedades del ciberespacio. En un principio había dos tipos de publicaciones: las netamente técnicas, que se enfocaban en los problemas de hardware, y los fanzines (o e-zines, como se denomina a las publicaciones electrónicas que pueden consultarse en la red) que circulaban entre los piratas cibernéticos o hackers, en los que se divulgaban secretos de la red y donde los fanáticos compartían sus trucos y proezas en línea. Después, aparecieron dos revistas en forma, Mondo 2000 (con un tiraje de 100,000 ejemplares) y Wired (250,000). Hay otras publicaciones interesantes, como bOING bOING y 21-C, pero no han alcanzado los tirajes ni el prestigio de aquellas dos. Ambas tienen un diseño sorprendente y atractivo, una pose frívola-comprometida-agresiva, y una fascinación por la moda y la tecnología (promueven el consumo de nuevos productos, programas y accesorios). Pero en esencia las dos se dedican a describir y descifrar la cultura de la era Internet. Aparte de reportear desde la frontera electrónica, Mondo 2000 habla de alucinógenos, profetas underground, conspiraciones y cultos milenaristas, entre muchas otras cosas. Wired toca también esos temas pero al mismo tiempo rinde homenaje a directores de corporaciones y a supercapitalistas voraces. Wired es la publicación ideal para aquellos adolescentes que quedaron atrapados en cuerpos de hombres de negocios, ya que aparte de consejos a inversionistas y de celebrar a políticos conservadores, también recomienda discos de música tecno, cachondas historietas japonesas y vertiginosos juegos de video.

Publicaciones sin papel

Wired es el brazo impreso de un movimiento optimista, que sueña con un planeta sin gobiernos ni fronteras, donde todo mundo puede vestirse con ropa de Gap o Benetton, y cambiar de computadora cada tres meses. Hotwired es el brazo en línea de este mismo movimiento y puede definirse como una ciberestación que maneja artículos en hipertexto (es decir, palabras clave que comunican con decenas de referencias cruzadas en todos los rincones del Internet), fotos digitalizadas, sonidos, video y un foro para que los lectores participen. Louis Rosetto, el editor de ambas publicaciones, comentó en un artículo publicado en el New York Times que "Wired cubre la revolución digital, pero Hotwired es la revolución digital". Esta publicación sin papel no es la única de su tipo en la red, cada día hay más diversidad y competencia entre las revistas en línea. No obstante, Hotwired es quizá la primera publicación de su género en tener ingresos superiores a los 200,000 dólares mensuales (provenientes de 16 anunciantes), a pesar de que no se cobra nada a los 180,000 suscriptores.

Los tecnoMonkees

Wired comenzó dando traspiés. De hecho, en su titubeante número 1 apenas mencionaban al Internet una sola vez. Eso les ganó el apodo de "Los Monkees del ciberespacio" ya que, según sus rivales, como aquel célebre grupo pop, eran tan sólo un engendro corporativo creado para competir contra los Beatles. Pero estos improvisados no tardaron mucho en conquistar un espacio. Pronto empezaron a ofrecer artículos bien escritos, información fresca y ensayos de fondo de mucha calidad. Sin embargo, Wired comenzó a asociarse peligrosamente con la "revolución conservadora del partido republicano" lidereada por Newt Gingrich. Ellos, al igual que el portavoz de la Cámara de representantes, son devotos de las teorías de Alvin Toeffler (quien declaró: "La gente que lee Wired es... una civilización enteramente nueva que aún está en la infancia"), y se sienten muy atraídos por las ideas de los Libertians (quienes de buena gana privatizarían el aire de las ciudades, las banquetas y los semáforos) y los Extropians (quienes creen que se harán inmortales al transplantar su memoria a circuitos integrados).

Nosotros los pobres y ellos los ciber-ricos

Pronto habrá 100 millones de personas navegando Internet; eso representa un igual número de posibilidades para los miles de comerciantes que tienen o esperan tener un puesto en el ciberespacio. Hasta ahora la red no se ha convertido en el triunfante mercadoespacio que los ciberyuppies quisieran. Hoy, la gente está más interesada en comunicarse, en participar en foros y en formar parte de comunidades virtuales que en comprar cosas. Pero los ciberinversionistas esperan que esto cambie en breve, cuando quede claro que el mercadoespacio puede ofrecer a las clases medias un universo virtual de entretenimiento, y a las clases altas un universo real de opulencia incomparable. Pero qué se puede hacer con aquellos parias que se rehúsan a participar en esta revolución y que renuncian a su oportunidad de entrar a la era de la información? No habrá más remedio que abandonarlos a su suerte en ciudades miserables sin subvenciones ni servicios ni seguridad ni oportunidades. La apasionada defensa de la libertad que hace cualquier cibernauta que se respete rara vez tiene que ver con la libertad que anhelan aquellos que no tienen un módem conectado a su computadora.