La Jornada Semanal, 10 de marzo de 1996


Cuatrinca: El arte de Fernando Pessoa

George Steiner

Pocos ensayistas pueden preciarse de tener la influencia de George Steiner. Sus cursos en las grandes universidades rivalizan con las giras de los grupos de rock. Siempre en busca de nuevos horizontes de discusión, el crítico que lo conoce todo ("ya sólo releo") salta con facilidad de un idioma a otro. Algunos de sus libros centrales son: Tolstoi o Dostoyevsky, Después de Babel, Sobre la dificultad y Presencias reales. En sus ratos libres es novelista, melómano y ajedrecista de primer orden. En este ensayo, se sirve del texto de Octavio Paz, "El desconocido de sí mismo", para aproximarse a Fernando Pessoa. La reunión de estas tres voces no podía ser más fecunda.



Es poco frecuente que un país y un idioma ganen cuatro grandes poetas en un solo día. Pero esto es precisamente lo que sucedió en Lisboa el 8 de marzo de 1914.

Fernando Antonio Nogueira Pessoa nació en esa introvertida y algo morosa capital el 13 de junio de 1888. El ejército, la burocracia y la música figuraban en sus antecedentesfamiliares. Ya entonces, en enero de 1894, y luego de la muerte de su padre y su hermano menor, Pessoa había comenzado a inventar "heterónimos" personajes imaginarios que poblarían el "teatro íntimo del ser". A los seis años intercambiaba cartas con un corresponsal ficticio. Su madre volvió a casar y la familia se mudó a Durban, en Sudáfrica. En Natal apareció un tal AlexanderSearch, escocés imaginario al que Pessoa le elaboró una biografía, le ideó un horóscopo, y en cuyo nombre tranquilo y transparente escribió poesía y prosa en inglés. A éste le siguieron setenta y dos personajes distintos en busca de su autor. Al principio tendían a escribir secuelas de Shelley y Keats, de Carlyle, Tennyson y Browning.

En 1905, el joven empresario de personalidades regresó a Lisboa. Muy pronto abandonó la universidad y se volvió autodidacto. Por el resto de su vida, Pessoa decidió ganarse el pan modestamente con un empleo de medio tiempo. Fungió como corresponsal comercial para el extranjero: traducía y redactaba cartas en francés y en inglés. En una ocasión hubo de traducir una antología literaria. Esta existencia marginal y autónoma relaciona a Pessoa con otros maestros de la modernidad urbana, como Joyce, Svevo (Trieste y Lisboa comparten un peculiar y vívido carácter espectral) y, en alguna medida, Kafka. Hasta 1909 la poesía atribuida a Alexander Search prosigue en inglés, excepto por seis sonetos portugueses. El año 1912 significó una suerte de momento decisivo. Pessoa se relacionó con los numerosos círculos literarios, morales, políticos y estéticos en reuniones y publicaciones efímeras que surgieron de la crisis social cada vez más profunda en Portugal. (Setenta y siete mil personas emigraron sólo ese año). La vida interior de Pessoa la alternancia del mundo de los cafés lisboetas y su soledad radical se expresa en el íntimo Libro del desasosiego y en el primer borrador de un largo poema en inglés. La fisión de una cuádruple incandescencia se efectuó ese día de marzo de 1914. Todavía constituye uno de los fenómenos más notables de la historia de la literatura.

Al recordar el acontecimiento (en una carta de 1935), Pessoa habla de un "éxtasis cuya naturaleza no conseguiré definir... Había aparecido en mí mi maestro". Alberto Caeiro escribió más o menos treinta poemas a un ritmo impresionante. A éstos siguieron, "inmediata y totalmente", seis poemas de un tal Fernando Pessoa. Pero Caeiro no se había revelado solo. Tenía dos discípulos principales. Uno era Ricardo Reis:

Y, de repente, y en derivación opuesta a la de Ricardo Reis, me surgió impetuosamente un nuevo individuo. En chorro, y a máquina de escribir, sin interrupción ni correcciones, surgió la "Oda triunfal" de Álvaro de Campos la oda con ese nombre y el hombre con el nombre que tiene.

Creé, entonces, una coterie inexistente. [...] Gradué las influencias, conocí las amistades, oí, dentro de mí, las discusiones y las divergencias de criterios, y en todo ello me parece que fui yo, creador de todo, lo menos que allí hubo. Parece que todo ocurrió independientemente de mí. Y parece que aún ocurre así.

Los seudónimos, los noms de plume, la anonimia y todas las modalidades de la máscara retórica son tan antiguas como la literatura. Las razones son plurales. Van desde los escritos políticos clandestinos a la pornografía, de la ofuscación juguetona a desórdenes de la personalidad verdaderamente graves. El "socio secreto" (compañero de Conrad), el "doble" benevolente o amenazante es un motivo recurrente lo prueban Dostoievski, Robert Louis Stevenson y Borges, al igual que el tema, vetusto como el rapsoda homérico, de la poesía "dictada", fruto de la embestida literal e inmediata de las musas, lo que es igual a afirmar de lo divino o de los muertos. En ese sentido de "inspiración", de "haber sido escrito en lugar de escribirlo", las técnicas de la escritura automática anteceden en mucho al surrealismo. Varios escritores de primer orden se volvieron contra sí mismos literalmente, contra su obra anterior o su estilo, hasta el punto de buscar la destrucción. La multiplicidad, el ego vuelto legión, puede ser festivo, como es el caso de Whitman, u oscuramente escarnecido, como es el caso de Kierkegaard. Hay disfraces y parodias nunca desenmascaradas por la erudición más minuciosa. Simenon era incapaz de recordar cuántas novelas había engendrado ni con qué seudónimos tempranos y múltiples. A avanzada edad, el pintor De Chirico irrumpió en los museos y galerías de arte estupefactos declarando que ciertos cuadros famosos y atribuidos por mucho tiempo a él eran falsos. Lo hizo porque le disgustaban cada vez más a medida que envejecía o porque ya no podía identificar su propia mano? Como Rimbaud proclamó, al instaurar la modernidad, "'Je' est un autre": "'Yo' es otro".

Sin embargo, el caso de Pessoa aún es sui generis. No tiene paralelo cercano no sólo por su estructura de cuarteto sino por la diferencia abismal entre las cuatrovoces. Cada una cuenta con una biografía y una complexión detalladas. Caeiro es rubio, pálido y de ojos azules, la tez de Reis es oscura y cetrina, y "Campos es entre blanco y moreno, tipo vagamente de judío portugués, cabello sin embargo, liso y normalmente apartado a un lado, monóculo", nos dice Pessoa. Caeiro casi no ha ido a la escuela y vive en casa con una modesta pensión. Reis es un médico educado por los jesuitas, exiliado en Brasil en 1919 por sus convicciones monarquistas. Campos es un ingeniero naval y latinista. Las relaciones entre ellos, tanto por sus actitudes como por su estilo literario, son de una densidad y sutileza dignas de James, al igual que sus diversos grados de parentesco con Pessoa mismo. El Caeiro en Pessoa genera los poemas de un solo impulso inmediato y no pedido. La obra de Ricardo Reis es el fruto de una deliberación abstracta y casi analítica. Las afinidades con Campos son las más oscuras e intrincadas: "es un semi heterónimo porque, no siendo la personalidad la mía, es, no diferente de la mía, sino una simple mutilación de ella. Soy yo, menos el raciocinio y la afectividad". La lengua de Campos es muy parecida a la de Pessoa; Caeiro escribe en un portugués descuidado y a veces con faltas; en tanto, Reis es un purista de estilo anticuado que Pessoa considera exagerado. Pessoa añade una observación fascinante: la prosa de Reis y la de Campos es la que le parece más difícil de "simular". La poesía de sus heterónimos, por ser más espontánea, es más fácil de componer.

Octavio Paz explora este laberinto en la introducción al hermoso libro A Centenary Pessoa, una antología editada por Eugénio Lisboa y L.C. Taylor. Paz ve en Caeiro, en Reis y en Campos a "los héroes de una novela que nunca escribió Pessoa". Sin embargo, "no es un inventor de personajes-poetas sino un creador de obras-de-poetas", nos dice Paz. "La diferencia es capital." Las biografías imaginarias, las anécdotas, "el realismo mágico" del contexto histórico, social y político en el que se desempeñan cada una de estas máscaras, acompañan y a la vez explican los textos. Tal es el enigma de la autonomía de Reis y Campos, pues habrán de tratar, en ocasiones, a Fernando Pessoa con ironía o condescendencia. Alberto Caeiro por su parte, es, como ya hemos visto, el maestro cuya brusca autoridad y súbita presencia en la vida genitiva arma toda la estructura dramática. Paz distingue con agudeza estos fantasmas animados.

Caeiro es un agnóstico que anula la muerte al negar la conciencia. Su postura es la del paganismo existencial. Hay en sus escritos y en su persona toques de sagacidad y quietismo orientales. Su debilidad, Paz apunta, es la calidad tenue y borrosa de la experiencia que dice encarnar. Muere joven. Como Caeiro, Campos escribe en verso libre y es irreverente ante el portugués clásico o común y corriente. Los dos son pesimistas, hechizados por la realidad concreta. Pero en tanto Caeiro es un inocente, y cultiva la abstinencia y el retiro filosófico, Campos es un dandy peregrino. De nuevo, Paz es incisivo al formular: "Caeiro se pregunta: Qué soy? Campos: Quién soy?" Para Campos esta pregunta está casi ahogada por el clamor de la máquina, por el aullido de la tecnología moderna de la fábrica y por las calles de la metrópolis moderna. Al arrancar con la declaración de que la única realidad es la sensación, Campos acabará por preguntarse si él mismo es real siquiera (una modulación irónica, en vista de su primer y más celebrado poema, la "Oda triunfal"). Ricardo Reis es el más intrincado de estos disfraces. Misántropo, prefiere los géneros neoclásicos altamente elaborados como el epigrama, la elegía y la oda. Es una de las combinaciones más raras, un estetaestoico (hay un eco en él de Walter Pater?): la perfección técnica de sus poemas breves busca avenirse tranquilamente al destino. Pessoa llama la atención sobre las obras inéditas de Reis; éstas incluyen un "Debate estético entre Ricardo Reis y Álvaro de Campos" y notas críticas sobre Caeiro y Campos que Pessoa describe como "un modelo de precisión verbal y de incomprensión estética". (Los laberintos y las salas de espejos de Pessoa son de un encanto tortuoso tal, que incluso Borges o Paz, cada uno maestro de las perplejidades, nos parecen directos en comparación.) Qué hay del titiritero mismo (aunque el símil sea craso)? Octavio Paz concibe una ausencia esencial:

Nunca aparecerá: no hay otro. Aparece, se insinúa, lo otro, lo que no tiene nombre, lo que no se dice y que nuestras pobres palabras invocan. Es la poesía? No: la poesía es lo que queda y nos consuela, la conciencia de la ausencia. Y de nuevo, casi imperceptible, un rumor de algo: Pessoa o la inminencia de lo desconocido.

La silueta que Paz traza de Pessoa, si bien es un alegato muy sutil, corre el riesgo de oscurecer un factor esencial. Del juego de espectros de la heteronimia emerge una poesía de indiscutible primer orden. Pessoa está incluido con justicia entre las veintiséis figuras centrales en el sugerente aunque juvenil formulario del "canon occidental".

El portugués es un idioma resistente. Sus guturales lo vuelven una suerte de miembro eslavo de la familia de lenguas romances. A la mayoría de nosotros la literatura portuguesa (que, por supuesto, incluye la de Brasil) nos es ajena. Por eso se agradecen aún más la selección y las traducciones de nuestro cuarteto. En primer lugar, la voz de Pessoa: "Me sueño no sé quién"; "¡Benditos los que ven la ola / de los pañuelos de la despedida!" O el característico "Por encima de todo esto / está Jesucristo, / que no sabía nada de finanzas / ni consta que tuviese biblioteca...". Presente está el registro irónico y vaporoso, un llamado constante al mar, a un Portugal casi desprendido de sus amarras europeas:

¡Oh mar salada, cuánta de tu sal

son lágrimas de Portugal!

¡Por cruzarte, cuántas madres lloraron,

cuántos hijos en vano rezaron!

¡Cuántas novias quedaron por casar

para que fueses nuestra, oh mar!


Valió la pena? Todo vale la pena

si el alma no es pequeña.

Quien quiere pasar allende el Bojador

tiene que pasar allende el dolor.

Dios al mar el peligro y el abismo dio,

mas fue en él donde el cielo se miró.


Podemos escuchar la proximidad de la sensualidad filosófica de Caeiro:


No me ocupo de las rimas. Casi nunca

hay dos árboles iguales, uno junto

al otro.

Pienso y escribo como las flores se abren

pero me expreso con menos perfección

pues carezco de la simplicidad divina

de estar afuera solamente.


Hay algunas concisiones inolvidables (ecos distantes de Emily Dickinson): "Leí hoy casi dos páginas / del libro de un poeta místico, / y me reí como quien ha llorado mucho." Caeiro elogia lo transitorio. Para él "la memoria es una traición a la Naturaleza", que cambia sin cesar. Le pide a los pájaros en vuelo que le enseñen el arte de pasar sin dejar rastro. La búsqueda de la unidad, de las verdades absolutas el incontrovertible modelo platónico de la poesía occidental no es más que "una enfermedad de nuestras ideas". La reflexión de Caeiro sobre la muerte y lo póstumo muestran un orgullo irónico, pues él fue "idólatra como el sol y el agua" y, al concluir, "un día me dio sueño como a cualquier criatura".

Ricardo Reis es por completo diferente: ratón de biblioteca, conocedor de la mitología antigua, practicante de las formas métricas elaboradas y del estilo mandarín. Es en varios aspectos una versión más austera de Swinburne y Gautier; escucha e imita "El antiguo ritmo de pies descalzos, / ese ritmo que todavía repiten las ninfas". Un esteta finisecular que prefiere "rosas, amor mío, a la patria" y ve en Cristo "uno más en el Panteón y en el culto". Con todo, es un lírico capaz de una intensidad epigramática que conocemos también por Walter Savage Landor (quizás el verdadero modelo de Reis):


Cuando, Lidia, nos llegue nuestro Otoño

con el Invierno que hay en él,

reservemos

un pensamiento, no para la futura

Primavera, que es de otros,

ni para el Estío, de quien estamos

muertos,

sino para lo que queda de lo que pasa

el amarillo actual que las hojas viven

y las hace diferentes.


Campos es el retórico locuaz, el bardo de estilo elevado. Con todo, puede burlarse de sí mismo con confiado regusto. Su "Oda triunfal" puede ponerse junto a "El puente" de Hart Crane como uno de los textos clave del paisaje industrial de la modernidad. "¡E-yá, las calles, e-yá, las plazas, e-yá, e-yá, la foule !" Cuánto habría retrocedido el fastidiado y fantasmal Pessoa frente a la robusta democracia de Campos. Cuánto habría retrocedido Reis, el alusivo helenista victoriano:


Y la gente vulgar y sucia que parece

siempre la misma,

que cada dos palabras suelta una

palabrota,

cuyos hijos roban en las puertas

de los tendajones,

cuyas hijas a los ocho años ¡todo esto

es hermoso y lo amo!

masturban a hombres de aspecto decente

en los huecos de la escalera.


"Tabaquería" está entre los poemas más elogiados de la lengua. (Pessoa fue un fumador entusiasta.) No es el cinismo sino una especie de vigoroso desencanto lo que lleva a la muchacha a "comer chocolates", pues "no hay metafísica en el mundo como los chocolates", luego de lo cual el poeta toma el papel de plata de la cubierta y lo echa "por tierra todo, mi vida misma". Como en "Y todo el mundo sabe cómo los grandes catarros / alteran todo el sistema del universo, [...] / y hacen estornudar hasta la metafísica", el poeta aconseja un sólo remedio: "Necesito verdad y aspirina." Hazlitt nos habla con temor de una sensibilidad que pudiera imaginar y darle expresión a un Iago y a una Cordelia. La mera amplitud de las voces y los temperamentos alternados de Pessoa es apenas menos impresionante.

Este elegante e ilustrado tributo centenario nos regala fragmentos representativos de la prosa de Pessoa junto con documentos, crítica y perfiles. Se ha omitido el drama filosófico y leviatánico"Fausto". Pessoa comenzó a elaborar esta suma en 1908 y al igual que Goethe continuó trabajando en ella hasta 1933. Hay críticos, sobre todo en Francia, que aseguran que ésta es una obra clave, un archipiélago por descubrir. Los editores han incluido dos entrevistas póstumas imaginarias, pero la mejor de todas en esa vena parece habérseles escapado. El año de la muerte de Ricardo Reis de José Saramago se cuenta entre las grandes novelas de las letras europeas recientes. Nos relata la vuelta a casa de Ricardo Reis desde Brasil, de eros y el fascismo en Lisboa, y del encuentro entre Reis y su creador fallecido. Nada más agudo se ha escrito de Pessoa y sus facetas contradictorias. En palabras de Fernando Pessoa:


Si las cosas son astillas

del perspicaz universo,

que yo sea mis fragmentos

distraídos y diversos.


Lo fueron y no lo fueron.



Traducción de Aurelio Major