Julio Hernández López
Los retos de Felipe Calderón

Contra lo avizorado por los comentaristas políticos, el ganador de la contienda por la presidencia panista fue el michoacano Felipe Calderón Hinojosa. De entrada, el ritual blanquiazul para el relevo de su máximo mando demostró la civilizada forma como los panistas realizan sus procesos internos. Ya el simple mecanismo democrático, y la ausencia de rupturas o enfrentamientos, les significa una importante ganancia, pues a los ojos de los ciudadanos quedan consolidados como un partido que practica la democracia hacia su interior, y se manifiestan como una verdadera opción de poder, inclusive, el derrumbamiento claro de los vaticinios públicos sobre presuntos triunfadores de sus elecciones internas (los casos más recientes serían los de Alberto Jiménez Cárdenas, en Jalisco, a quien se daba por derrotado frente al senador Gabriel Jiménez Remus, y ahora el de Calderón, triunfador por encima de Ernesto Ruffo, el ex gobernador a quien generalmente se le consideraba el virtual nuevo presidente panista) ayuda a deshacer la tendencia a considerar los procesos electorales como fatalmente definidos por circunstancias no adjudicables a los electores en sí, sino a factores de poder, de camarillas, de imposiciones, de líneas o de defraudaciones diversas.

Por otra parte, el perfil de Calderón parece totalmente afortunado para el momento de redefiniciones que el PAN ha comenzado a realizar. En primer lugar, el ex secretario general del comité nacional, y ex candidato a gobernador de su estado natal, tiene una formación ideológica que podría ayudarle a combinar el pragmatismo que la necesidad imponga con las suficientes dosis de apego doctrinario que harán falta para que la acción partidista no se pierda en un mero batallar por posiciones administrativas y cargos de elección popular. En ese terreno, Calderón ha planteado algo que es de la mayor importancia: la revisión de los principios ideológicos del panismo para adecuarlos a la nueva realidad nacional y a los retos del futuro, y el posicionamiento de ese partido como una organización de centro, es decir, en lo posible, alejada de extremos derechistas y de concepciones individualistas polarizadas.

Ciertamente, uno de los conflictos centrales que vive el panismo de hoy es el del choque inevitable entre los principios doctrinarios que le dieron origen y la cruda realidad de la lucha y el ejercicio del poder. Una de las causas de ese litigio es el hecho de que en su afán de crecimiento a toda costa, el PAN no ha tenido reparo en convertirse en múltiples lugares en un vertedero para las pugnas interpriístas. Podría argumentarse que el PRI virtualmente expulsa de sus filas a quienes quieren reformarlo y hacer política al lado de los intereses populares, y que cuando esos ciudadanos verifican la realidad de antidemocracia interna buscan senderos, uno de los cuales de manera natural es el PAN. Sin embargo, la realidad no es tan sencilla. Con una preocupante frecuencia, los grupos priístas luchan por la nominación de su partido y en cuanto uno de ellos es desplazado, de inmediato buscan acomodo en el PAN, partido este que no realiza mayor investigación respecto a las causas reales de la deserción de esos priístas. Luego, el propio PAN tiene que andar pasando la vergenza de que esos panistas de última hora se comportan en los cargos que alcanzan como aquellos priístas a los que presuntamente combatían. Por ello, es importante que la nueva directiva panista revise sus documentos básicos: por un lado, sus mecanismos de proselitismo y reclutamiento, y sus formas de postulación de candidatos, y por otro, los conceptos e ideas que sean el ancla hacia un pasado que desean conservar, pero también un pie en el futuro hacia el cual pretenden llegar convertidos en poder.

Respecto al posicionamiento centrista de Acción Nacional, hay la sensación de que pretende ser un recurso meramente publicitario para evadir la clasificación derechista que la sociedad le asigna casi sin discusión. Aún con la caída del Muro de las Geometrías Políticas, ciertamente la percepción generalizada es la de que el PAN es un partido de derecha y hoy, en una maniobra que claramente recuerda a José María Aznar y el Partido Popular en España, busca la manera de deshacerse de los signos negativos de esa caracterización. Sin embargo, y a partir de los términos expresados por Calderón en sus primeras declaraciones ya como presidente panista, también pudiera darse el caso de que la ubicación centrista fuera un intento por engrosar el acento social en el esquema panista. Hasta ahora, el PAN ha sido celosamente cuidadoso de preservar en un nicho la lucha por la democracia electoral, sin vincularse claramente con las luchas que pretenden cambiar no sólo las circunstancias comiciales de las cuales sin duda se desprenden las formas de acceso y ejercicio del podersino las condiciones sociales de injusticia e inequidad. Si el PAN lograra dar un paso suficiente para desprenderse del hálito individualista y derechista que hoy le acompaña, y al pasar hacia esa posición de centro, lo hiciera colocándose aunque fuera un poco en la esfera de la lucha social, estaríamos en presencia de un movimiento benéfico para la sociedad y para la lucha por el cambio democrático.

A sus 33 años de edad, y con un partido innegablemente en ascenso, y presuntamente en la antesala del poder real, Felipe Calderón Hinojosa podría generar al interior de su partido la discusión y el replanteamiento que disminuyan las aristas negativas de su crecimiento y, al mismo tiempo, que le conviertan en un factor más del cambio democrático profundo.