(Segunda y última parte)
Las críticas salvan ante todo la dignidad y el hígado de quienes las formulan, pero también ayudan a las personas inteligentes, mientras que el seguidismo, en cambio, empuja aún más hacia la perseverancia en los errores y los vicios propios de un régimen verticalista, caudillesco y burocrático (características todas que el ``modelo'' soviético y el bloqueo gringo ayudaron a aparecer impidiendo que la inicial democracia revolucionaria se mantuviese más allá de 196061).
¿Recuerda Fidel cuando calificó de extraordinario marxista a Jruschov, antes de tener que gritar, junto con el pueblo cubano, ``Nikita, mariquita, lo que se da no se quita''? ¿No calificó también de gran marxista a Siad Barre, el dictador de Somalia, y a Haile Mariam, el de Etiopía, y a Leonid Brezhnev, el poststalinista culodeplomo? ¿No apoyó la invasión de Checoslovaquia, dando así un duro golpe al principio de autodeterminación de los pueblos y, por lo tanto, a Cuba? ¿No juró a pie juntillas que la URSS era socialista y un modelo y, además, que sería eterna, jugando todas las cartas económicas de su país a esa aventura, cuando los marxistas Ðdesde l936Ð predecían la caída de la URSS en el capitalismo y su desaparición? ¿No hizo destruir en los años 60 el plomo de la edición cubana de La revolución traicionada de Trotsky, que predecía ese fin y enseñaba qué cosa eran los ``marxistas'' que Fidel alababa? ¿No ofreció tropas a los dictadores argentinos y saludó a Silvio Berlusconi, no da un trato preferencial, desde siempre, a Carlos Salinas de Gortari, sin pensar en los pueblos argentino, italiano, mexicano ni en los defensores de Cuba en esos países? ¿Los escritos económicos de El Che, contrarios al llamado ``socialismo real'' en la URSS, Europa Oriental y China, no han permanecido sin ser publicados durante casi un cuarto de siglo? ¿No cree ahora Fidel que la China capaz de un Tienanmen y de la máxima apertura al capitalismo puede ser un nuevo ``modelo'' para Cuba? ¿No ha declarado el gobierno cubano que jamás tolerará la reunión de disidentes, en vez de darles una plaza pública para que se junten a la luz del sol y de llamar a la población a discutir con ellos la situación política, aplastándolos con argumentos, desenmascarándolos, dividiéndolos? ¿No se acuerda el gobierno cubano de cuando puso en el índex a Julio Cortázar por defender los derechos de un poeta homosexual y expulsó del país a tantos revolucionarios ``no alineados''?
La democracia que Cuba necesita no es la que exigen los estadunidenses, sino una real autogestión social generalizada, una real participación de todos y de todas las tendencias en la vida política y la dirección del Estado, una democracia de los trabajadores, una refundación de la revolución, un retorno a los primeros tiempos creativos y pluralistas de la misma. Sólo el paternalismo burocrático, con su falta de confianza en el pueblo cubano que, según los gobernantes, sería caprichoso y voluble, explica la rigidez ante un puñado de opositores (que la misma policía debe tener infiltrados) y ante las avionetas y la pésima elección del momento y el modo para defender el derecho legítimo de Cuba a mantener inviolado su espacio aéreo y sus aguas territoriales y a rechazar a los terroristas. Sólo el paternalismo burocrático explica la falta de autocrítica, en las palabras y en los hechos, sobre la pésima conducción económica de Cuba (sin la cual el bloqueo sería sólo un obstáculo) y sobre las ilusiones en el llamado "socialismo real" y la deformación de los cuadros cubanos en la escuela del stalinismo.
Si Fidel tiene consenso, no es porque la gente sea castrista ni mucho menos socialista: es porque es cubana y antiimperialista y reconoce como obra de la revolución la conquista de la independencia y de la dignidad. Esa madurez del pueblo cubano, dispuesto a defender lo adquirido, es subestimada por el gobierno, que ha perdido su sangre fría. Una autocrítica franca de los errores del pasado y del presente ayudaría mucho a la democracia y la revolución ganaría mucho dejando de lado los ``modelos'' autoritarios y adoptando una apertura socialista y una discusión pública, a escala nacional e internacional, sobre cómo reorganizar la economía y el país, movilizando la cultura, la capacidad y la energía de los cubanos, multiplicadas por la revolución.