Para Adolfo Martínez Palomo
Son muy variadas las concepciones surgidas de la ciencia sobre las representaciones de la figura humana en el arte paleolítico. Quizá las más importantes, para el caso de la figura femenina, corresponden a la escultura de bulto redondo, las denominadas Venus. Se trata de pequeñas figuras (de entre 3 y 22 centímetros) en las que se han querido interpretar los atributos de la feminidad.
Algunas de las interpretaciones más descabelladas provienen de la medicina. Para algunos historiadores de esta disciplina, las Venus son un elemento para identificar algunas patologías. Se les ha considerado como representaciones de mujeres obesas que traducen algunos trastornos endócrinos, como el síndrome de Cushing. Mientras a algunos las caderas de la Venus de Willendorf o de la poire de Brassempouy nos pueden arrancar un suspiro, para otros la prominencia de las nalgas representa una esteatopigia, imagen indicativa de una patología 1. Desde luego estos criterios absurdos para fundamentar una paleopatología no han corrido con suerte, pero quedan como testimonio de una de tantas miradas fallidas de la ciencia sobre estas hermosas representaciones dela figura humana.
La prominencia de la región peripélvica, también ha llevado a pensar que los cuerpos de las ``mujeres paleolíticas'' pudieran corresponder con las de grupos raciales como los bosquimanos o pigmeos cuyas siluetas se asemejan a las de estas esculturas, pero no existe ninguna prueba directa para fundamentar esta similitud por lo que queda, como otras tantas explicaciones en el rango de la especulación.
Una de las primeras interpretaciones que se dió a estas escultutras fue la de imágenes eróticas. Esta explicación, que fue desechada posteriormente, no puede, a mi juicio, ser abandonada del todo. El erotismo y una intensa actividad sexual de los humanos prehistóricos puede quedar fuera de toda duda. La prueba más contundente somos nosotros.
Pero es necesario detenernos por un momento. Al observar algunas de estas estatuillas pareciera que no hay duda de que se trata de mujeres. La exaltación de algunos rasgos anatómicos se ajusta perfectamente a las nociones que sus descubridores tenían en el siglo XIX para la definición del sexo, basadas casi exclusivamente en las formas. Pero el peso y autoridad de esas opiniones, ratificada por la visión social que hoy se tiene sobre el sexo, no permiten decir nada acerca de lo que había en la mente del humano paleolítico sobre estas cuestiones.
Las representaciones de la figura humana en el arte primevo, constituyen evidencias indirectas o secundarias acerca de cómo eran nuestros ancestros. Dada la imposibilidad de retroceder en el tiempo, las únicas fuentes directas son los restos óseos, y aún aquí hay materia para la polémica, pues se ha querido establecer, por ejemplo, que los restos más antiguos de un humano corresponden a una mujer, cuando simplemente la forma y dimensiones de una pelvis ósea no son, hoy en día, prueba suficiente para asignar el sexo a nadie.
Pero esta seguridad para identificar ``hombres'' y ``mujeres'' se ha llevado al extremo en el caso del arte paleolítico. No sólo se piensa en una división en dos sexos en los tiempos prehistóricos, además, estas especulaciones se prolongan a una división tajante de roles sexuales. Veamos, por ejemplo, lo que dice Elie Faure, quien asigna toda la labor creativa al hombre de las cavernas: ``El artista, mediante seguras y precisas intuiciones, talla el mango de los puñales, cincela el liso marfil dándole forma de animales...incluso en alguna ocasión intenta encontrar en la materia las formas de la mujer amada, de la hembra troglodita de caderas anchas, de vientre recubierto de vello y roto por la maternidad, cuya carne caliente es acogedora para apagar su deseo y para adormecer su fatiga''. La asignación de roles es impresionante, Faure añade: ``la mujer, centro de la vida inmediata, cuida al niño y mantiene a la familia en la tradición necesaria para la continuidad social; el hombre, centro de la vida imaginaria, se sumerge en el misterio inexplorado para preservar a la sociedad de la muerte dirigiéndola por el camino de una evolución sin límites''. Se asume, pues, que entre los humanos originarios había una separación entre dos sexos y que cada uno de ellos cunplía roles diferenciados, lo que puede calificarse benévolamente como obra de su imaginación. En esta distribución de papeles, la creación artística queda exclusivamente en manos de los hombres: ``...y el hombre es el primer artista verdadero'' 2
Vemos claramente como se trata de proyecciones del hombre actual que busca encontarar al humano paleolítico a su imagen y semejanza, lo que crea una importante limitación para comprender la obra de nuestros antepasados.
1. Aguirre, E. Paleopatología y medicina prehistórica. En Historia Universal de la Medicina. Pedro lain Entralgo Ed., Salvat, Barcelona, 1977.
2. Faure, E. Historia del arte. 1. El arte antiguo, Alianza Editorial, Madrid, 1990.