El 22 de febrero pasado ingresó a El Colegio Nacional el doctor Alejandro Rossi, filósofo y escritor. Como se trata de un personaje indiscutible de nuestra cultura académica, la prensa cubrió el episodio con esmero pero también con parsimonia. Ese día La Jornada publicó una breve y huidiza entrevista de Rossi, ilustrada con una fotografía seguramente tomada por su peor enemigo, y dos días después un esbelto comentario sobre su discurso de ingreso con algunas frases alusivas al mismo texto de Octavio Paz. La ceremonia se celebró en la espléndida Aula Magna de El Colegio, que estaba llena de amigos y admiradores de Rossi. Por fortuna, en esta ocasión los organizadores lograron contener en una esquina a los miembros de la prensa y de esa manera evitar que se pararan entre los espectadores de las primeras filas y el conferencista, como ocurrió en el ingreso de Fernando del Paso apenas 10 días antes. El discurso de Rossi fue memorable porque tuvo el mismo estilo y carácter de su prosa literaria, que ha sido llamada ``transparente y precisa'', ``brilla como un diamante en una noche oscura'', ``prodigio de finura intelectual y arte narrativo'', ``adivino de lo significativo a través de lo trivial'', pero a mí me parece que la mejor descripción es del propio Rossi, cuando escribe, en el último párrafo del Diario de guerra: ``...una prosa noble y clara, agua fresca, una prosa tranquila y convincente, con olor a buen manantial, con sabor a piedras de montaña alta, a tierra de pinares. Agua para beber''. En su discurso, que fue en parte autobiográfico, Rossi nos contó sus primeros encuentros con la literatura y después con la filosofía, y cómo estas dos aventuras intelectuales se fueron entrelazando y reforzando mutuamente mientras Rossi se alejaba de su nativa Florencia para ir a vivir a Caracas, después estudiaba en Buenos Aires y posteriormente en México, en Inglaterra y en Alemania, para finalmente (y para nuestra buena suerte) establecerse en forma permanente en nuestro país. Al principio funcionó de manera formal como profesor de filosofía en la Facultad de Filosofía de la UNAM, introdujo la filosofía analítica en nuestro medio y hasta escribió un texto sobre el tema, Lenguaje y significado, que publicó el Fondo de Cultura Económica. Naturalmente, Rossi el escritor siempre estaba presente y poco a poco le fue ganando la partida al filósofo, en una especie de competencia leal en la que el vencedor de cada día aceptaba y reconocía los méritos del vencido. Cuando apareció su primer libro de narraciones y ensayos, Manual del distraído, el éxito fue tan grande que Rossi, aunque no lo dijo, debe haberse sorprendido un poco.
¿Cómo era posible que una colección de textos ya publicados (entre 1973 y 1977, primero en Plural y después en Vuelta) inconexos, que el propio Rossi describió como ``ensayos canónicos y ensayos que se parecen más a una narración... reflexiones brevísimas... confesiones rápidas y... recuerdos'', tuvieran tal impacto en el mundillo literario hispanoamericano? La respuesta es que desde la primera frase el Manual se lee con curiosidad, que muy pronto se transforma en asombro y a continuación en deleite; según Rossi, su libro: ``...expresa mi gusto por el juego, por la moral, por la amistad y, sobre todo, por la literatura. Leelo, si es posible, como yo lo escribí: sin planes, sin pretensiones cósmicas, con amor al detalle''. Así fue también su discurso de ingreso a El Colegio, y todos los asistentes lo escuchamos encantados. Cuando terminó, el aplauso fue estruendoso y duró muchos minutos; yo me sentí muy orgulloso de pertenecer al mismo grupo colegiado que Rossi. La respuesta de Ramón Xirau tuvo la misma altura que el discurso de Rossi, y además fue dicha con obvio afecto por el nuevo miembro de El Colegio. Es interesante que los dos se refirieron al hecho de que no nacieron en México y que el español no fue su primera lengua: Rossi se calificó a sí mismo como un ``extranjero permanente'' y Xirau señaló que aprendió catalán antes que el español. Pero en nuestro Colegio no hay extranjeros: todos somos miembros de la misma comunidad unida por el amor a la cultura universal en sus distintas manifestaciones, y compartimos la responsabilidad de difundirla en el país, lo que nos hace Nacional. Es interesante que con el ingreso de Rossi El Colegio tiene, por segunda vez en toda su historia, su cupo de 40 miembros completo. La primera vez fue cuando ingresó Rufino Tamayo, en 1994, pero por desgracia falleció dos meses después, y al poco tiempo El Colegio sufrió la pérdida de otros miembros, que poco a poco se han ido sustituyendo. En el curso del año pasado El Colegio eligió a los tres que le faltaban, dos de los cuales (Octavio Novaro y Fernando del Paso) ingresaron a fines de 1995 y a principios de febrero de este año, respectivamente. Alejandro Rossi fue el tercero, y yo hago votos porque su feliz ingreso nos traiga suerte y también sea el último en muchos años.
¡Bienvenido, Alejandro!