Cuarenta y un obras (38 pinturas y 3 esculturas realizadas en 1995), expone desde el pasado 7 de marzo y hasta mediados de junio, Miguel Angel Alamilla en la Sala Antonieta Rivas Mercado del Museo de Arte Moderno (MAM). El artista trabajó específicamente para su exposición, considerando las dimensiones de la sala. Tal cosa puede hacer pensar que, en conjunto, intentó formular una ambientación pictórica, cuantimás si tomamos en cuenta que él, como otros colegas suyos, suele trabajar por series aunque no sea muy consciente de ello, lo cual no quiere decir que cada obra en lo particular deje de ser un objeto autosuficiente.
Digo objeto porque las referencias de la pintura abstracta son sólo el soporte y lo que se incrustó en él, no se necesitan claves para ``leer'' los signos.
El espectador está frente a una, o varias pinturas, que pueden suscitar su apetencia estética o dejarlo indiferente. Esto último acontece si quien se enfrenta a las obras por hábitos ancestralmente adquiridos que se transmiten de generación en generación, pretende encontrar en lo que ve escenas, personajes, objetos discernibles. La lógica de este tipo de pintura abstracta descansa primordialmente en el desarrollo del trabajo artístico, en su gestación misma.
Por lo que respecta a Alamilla, en este momento de su trayectoria su propuesta pretende ser lírica y descansa también por tanto en la tónica anímica que guarda cuando está frente a la tela cubriéndola de zonas de color, convergencias, texturas, veladuras, trazos. Sin embargo la soltura que ha logrado no es espontánea, sino producto de un entrenamiento obsesivo de más de 20 años en el dibujo y la pintura que ha generado ya su propia retórica, en el buen sentido del término.
Creo que de un par de años a la fecha dio un giro considerable respecto a sus épocas anteriores en las que practicó un ``geometrismo blando'' que se le convirtió en sello distintivo. Sus patterns internos, resueltos en formas geométricas irregulares, texturados, combinados con elegancia y efectividad habían encontrado casi desde los inicios de sus incursiones en museos y galerías una buena aceptación.
El giro que ha dado consiste en soltar la geometrización, construir las formas no partiendo del diseño, sino mediante el gesto, utilizando el color como sustento de la estructura de la pintura, dada a través de la dirección y el movimiento desde el brazo, produciendo intersecciones entre zonas de color, brochazos, ciertos efectos de Splash (que no chorreados) y contrastes entre áreas parejas o áreas accidentadas.
En varios de los cuadros ahora exhibidos maneja una paleta que se antoja asoleada. El mismo tuvo esa sensación al titular Paisaje asoleado al cuadro apaesado que desenvuelve su ritmo en sentido longitudinal, o Escenario al aire libre, a otro que ofrece similar entonación cromática y que provoca la evocación de luz de atardecer.
Por contraste otras composiciones están resueltas en tonos azulosos, carmesíes oscuros como la sangre marchitamarrones verdosos, grises, todo resaltado mediante la presencia del negro que este pintor utiliza como color y no como ausencia del mismo, extrayéndole posibilidades que a veces se antojan dramáticas, tal y como sucede en El blanco de la noche a la mañana o en el tríptico (que yo encuentro magistral) Cosas de la vida real.El dibujo, que Alamilla practica todos los días de su vida, está presente a través de los trazos o formas irregulares blancos que se advierten en varios cuadros.
La presencia de las tres piezas escultóricas que se exhiben sirven de algún modo para ``dibujar'' la exposición, que no incluye una sola obra sobre papel.
Dice bien Javier Anzúrez, refiriéndose a este conjunto que Alamilla ``intenta crear una emoción''. Resalto aquí un aspecto que constituye a mi modo de ver el leit motiv de la muestra. Alamilla es un pintor organizado, amante de las estructuras. Aun y cuando esta fase pone en relieve el impulso, es posible detectar que todos los cuadros guardan a contrapelo una composición organizada, es decir, obedecen a una estructura del tipo ``sentido del orden''. Eso pese a que las apariencias denoten lo contrario.
Con sagacidad y conocimiento indudable, Manuel Felguérez observa que su colega ``configura la estructura para luego romperla''. El efecto resultante produce la impresión de que el pintor se encuentra en la tradición del expresionismo abstracto, situación a la que alude el subtítulo de la muestra: ``Elogio a Willem de Kooning''.Ciertamente algunos de los cuadros que se exhiben, entre otros,k el que da título a la exposición (Entelequia) hacen evocar aquellas pinturas de De Kooning realizadas hacia 1956-1957 en las que no ``se aparece'' ningún elemento figurativo. Pienso en cuadros como Easter Monday del Museo Metropolitano de Nueva York, o como Bolton Landing que se exhibió un Washington no ha mucho. Sin embargo no hay un solo disparadero, sino varios, en la muestra de Alamilla. Y lo que es evidente es que el principal homenaje es hacia la pintura, la glorificación de la pintura.