Robert Dole, quien como legislador era el más firme partidario de la aprobación del Tratado de Libre Comercio en 1993, ahora, como precandidato presidencial, ofrece renegociar ese instrumento para obtener concesiones a la medida de sus potenciales votantes. Este brusco giro político del aspirante republicano busca capitalizar en provecho de su campaña los numerosos descontentos sectoriales hacia el libre comercio entre México y Estados Unidos.
A las antiguas agresiones arancelarias y a los viejos vetos contra las exportaciones de nuestro país recuérdense los casos del atún, el acero y el cemento, se han añadido, en tiempos recientes, contravenciones al TLC, como el veto a los transportes mexicanos en territorio estadunidense, y presiones contra productos agrícolas de nuestro país por parte de agricultores estadunidenses. Cabe esperar, por desgracia, que a los productores de tomate de Florida y de aguacate de California, se sumen otros sectores afectados por las exportaciones mexicanas, y que busquen de distintas maneras cerrar las fronteras de Estados Unidos a otros productos del campo procedentes de México.
Rodman Rockefeller, del Comité Empresarial México-Estados Unidos, se refirió atinadamente ayer cuando recibió la Orden del Aguila Azteca de manos del presidente Ernesto Zedillo a las actitudes contrarias al libre comercio bilateral como irresponsables, demagógicas, populistas, y denigrantes de las relaciones bilaterales a largo plazo. En esa descripción caben las declaraciones de Dole y también, por supuesto, las de su cada vez más rezagado rival, Pat Buchanan.
Analizadas con mayor detenimiento, cabe señalar que tales actitudes encierran un doble oportunismo: uno de carácter electoral, que busca votos fáciles acusando a México de los problemas económicos de diversos sectores productivos de Estados Unidos, y otro, de carácter comercial, para el cual la existencia del TLC es deseable sólo si beneficia a Estados Unidos.
Lo cierto es que la crisis económica que afecta a nuestro país desde diciembre de 1994 ha provocado una caída de las importaciones procedentes del vecino del norte y que la devaluación del peso frente al dólar ha impulsado las exportaciones mexicanas hacia el otro lado del Río Bravo. En estas nuevas condiciones, el instrumento comercial no está funcionando como lo esperaban sus partidarios en el momento de su aprobación.
Por desgracia, es probable que estas actitudes disociadas y carentes de principios se multipliquen entre políticos y empresarios estadunidenses de aquí a las elecciones presidenciales que tendrán lugar en su país en noviembre próximo, y no sólo en el terreno comercial. También en el político los ataques a México son un recurso socorrido en la rebatinga de sufragios. Y lamentablemente, tales posturas, como lo señaló Rodman Rockefeller, perjudican, a largo plazo, los intereses de los dos países.