Es un lugar común recordar que cuando se expropiaron los bienes de las compañías petroleras extranjeras, que explotaban nuestros hidrocarburos con altos ingresos para ellas y con casi nula utilidad para México, miles de mexicanos, quizás millones, contribuyeron con poco o con mucho para el pago de los bienes expropiados.
Del polémico gobierno cardenista se pueden criticar políticas y actitudes; desde que estaba en el poder, y después, las opiniones se han dividido en muchos aspectos, pero hoy yo diría que existe unanimidad o al menos una gran unidad de opinión nacional respecto de la expropiación petrolera.
Fue un acto de rescate de soberanía, de autoafirmación nacionalista, un acto patriótico y arriesgado que unió las opiniones más disímbolas.
Hoy, 58 años después, parece que se reaviva esa unidad de opinión y de muchos sectores y grupos diversos en cuanto a la geografía y las doctrinas políticas que profesan; surgen voces para oponerse a los pasos que se están dando, encaminados a la venta de empresas que se desprendieron de Pemex y que se dedican a la industria petroquímica a partir del petróleo crudo que la empresa paraestatal produce.
La oposición no sólo se basa en razones técnicas y de estrategia política y económica; también hay razones puramente patrióticas, de muchos que sin estar plenamente enterados de la importancia que el petróleo tiene en la economía nacional, intuyen que vender las empresas mexicanas cuya materia prima es el petróleo que tanto ha costado al pueblo es una especie de traición, un acto reprobable por sí mismo, así asistieran a los que pretenden llevarlo a cabo muchas razones técnicas y pragmáticas para ello.
El pueblo de México, creo yo, no quiere que se realice esta nueva venta de nuestros recursos al gran capital. Si hubiera manera de preguntarlo, a través de una consulta popular, estoy cierto de que no habrían muchos que votaran a favor de la venta.
El remedio, si es que el gobierno no ha podido lograr que sus paraestatales se administren con eficacia y honradez, no es deshacerse de ellas sino reorganizarlas, modernizarlas, hacerlas productivas para bien de la comunidad y no para beneficio de un puñado de bribones apátridas.
Se acerca el 18 de marzo; sería una burla, una muestra de insensibilidad política, una carencia de visión histórica, celebrar la efeméride con anuncios de la venta de las empresas dedicadas a la petroquímica básica o secundaria.
México debe defender lo suyo: lo que aún le queda.