Justo cuando el siglo XX amanecía, el licenciado Julio Guerrero finalizaba su texto La génesis del crimen en México. Estudio de psiquiatría social. A un siglo de distancia, la lectura de esta obra debe realizarse bajo los rigores del tiempo: imposible leerla cien años después sin pensarla un siglo antes. Bajo ese entendido, las páginas respiran la idea de que al menos dos de las vetas trazadas en ellas son presentes aun cuando el correr del tiempo haya transfigurado las caras originales. La primera se refiere a las preocupaciones demarcadas dentro del fenómeno implícito en el acto criminal y, que el autor deja entrever desde el título: el crimen debe ser entendido a partir del trinomio comprendido en el universo génesis-psiquiatras-sociedad. Trinomio cuya lectura, cuando se realiza desde las gradas, y a casi cien años de distancia, permite adivinar que para quienes en 1900 hurgaban en las tierras de la sociedad, el crimen debería, por obligación, entenderse como un compendio de la sociedad, como el abrevadero de lo que es y lo que no es. En síntesis, como un todo.
La advertenecia es sencilla: las lecturas parciales y por extensión incompletas de toda comunidad y de todo acto, conllevan más peligros que virtudes, por lo que sería incluso más prudente no efectuarlas, pues los resultados suelen ser una estela de daños y estigmas profundos que sólo benefician a quienes lo hacen, ergo, quienes pertenecen a cualesquiera de las formas del poder. Las páginas del libro de Guerrero, tienen el mérito de penetrar al corazón del problema: no puede entenderse el crimen sin disecar los pasos de la sociedad.
La segunda veta es simple: el crimen parece ser inherente a la condición humana. Siempre ha coexistido con el hombre y siempre toda sociedad tendrá ``su dosis'' de criminalidad. En ese sentido, Caín y Abel no son parteaguas de conductas inesperadas de la humanidad: son la humanidad. De ahí que la lectura de este texto sea vigente, al igual que los postulados de Kant, quien en su ensayo La religión dentro de los límites de la mera razón, habla de la teoría del Mal radical. Sugiere el filósofo que la capacidad de producir el Bien y el Mal son ontológicamente equivalentes. De ahí que la libertad humana pueda seguir una u otra ruta, es decir, la del bien o del mal; y de ahí también, que sea inadecuado pensar que el Mal es inhumano.
Cito al autor: ``En los estudios que hasta hoy se han hecho del crimen, ya sean jurídicos o científicos, se ha considerado este acontecimiento como único, súbito, aislado y personal, en medio de la evolución general de la sociedad, sin comprender que en este orden de fenómenos, tanto como en los demás natura non facit saltum. El crimen es un fenómeno complexo como todos los sociales; y no puede separarse por consiguiente de su estudio ni la vida restante del criminal, ni los fenómenos coexistentes de la sociedad. Considerado como un acto individual es la resultante fatal, pero lenta y predeterminada por las condiciones psíquicas, fisiológicas y sociales del delincuente''. Reparafrasear a Guerrero es inevitable: ni el orden social es ajeno al individuo, ni el individuo es ajeno al orden social. Reinterpretar al autor antes de que finalice el milenio es ineludible: el crimen, en todos sus tipos y razones infinitamente abigarradas, no sólo se ha multiplicado sino que para muchos se ha convertido en fenómeno no menos normal que la cotidianidad. A guisa de ejemplo algunos números: en 1987, en Estados Unidos se llevaron a cabo 12.7 millones de arrestos por todo tipo de infracciones criminales excluyendo los relacionados con problemas automovilísticos. Lo anterior equivale a una tasa de 5.3 arrestos por cada 100 mil habitantes; en las grandes ciudades de ese país, la tasa es de 7.8, mientras que en las áreas rurales es de 3.4.
Es de interés acotar que en la actualidad, aun cuando el conocimiento acerca de los motivos subyacentes del crimen se ha multiplicado, sigue sin existir un concepto operacional claro en relación al acto de delinquir. Los psiquiatras, y aquí vale subrayar que Julio Guerrero no fue médico, sino abogado, estudian la conducta antisocial y la criminalidad bajo un mismo rubro. De acuerdo a autores contemporáneos como Dorothy Otnow Lewis, la conducta criminal debe analizarse bajo el apartado de Conducta Antisocial del Adulto o el término más familiar de Enfermedad Antisocial del Individuo (Antisocial Personality Disorder). Debido a que no existe una tesis suficientemente clara de la entidad aludida, la más socorrida por diversas escuelas de psiquiatría dice, ``historia de conductas particulares, que incluyen, entre otras, una historia de mentiras recurrentes durante la infancia, así como de hurtos, holgazanería, vandalismo, peleas, abandono del hogar y crueldad hacia los animales. Durante la adultez, las personas con enfermedad antisocial del individuo continúan sus conductas antisociales: no cumplen las obligaciones financieras, no funcionan responsablemente como padres o madres, son incapaces de retener un trabajo, destruyen la propiedad, hostilizan, roban, pelean y agreden a esposas e hijos. Aparentemente no tienen remordimientos acerca de los efectos de su conducta sobre otros e incluso se sienten justificados en haber herido o maltratados a otros''.
Esta definición ateórica presenta diversos problemas ya que incluye muchas conductas y comportamientos del individuo que son característicos de un gran número de alteraciones psiquiátricas, por lo que otro tipo de enfermos, como podrían ser los esquizofrénicos, pueden ser diagnosticados erróneamente. Utilizar esta explicación permite enmarcar a la mayoría de los criminales como portadores de enfermedad antisocial del adulto sin llevar a cabo evaluaciones psicologicas, neurológicas o psiquiátricas. Otro defecto de esta tesis es que algunos individuos pueden ser catalogados equivocadamente como criminales, siendo que su conducta sea secundaria a algún tumor u otro tipo de lesión cerebral que los lleve a delinquir. Los embrollos de los conceptos previos invitan a revivir una de las ideas centrales del texto: ``El estudio de las causas que determinan el crimen debe hacerse... no sólo en las circunstancias personales del criminal, sino en los fenómenos generales de la destrucción que pueden afectar el espíritu, o al alma de una sociedad''.
En esa vena, los cinco temas primigenios en los que se divide el libro la atmósfera, el territorio, el citadismo, los atavismos y los credos son compendio de todas las posibles influencias del saber de aquella época en relación al crimen. Subrayo que a principios del siglo XIX uno antes de que apareciese La génesis del crimen en México los psiquiatras ya consideraban que las personas con conductas antisociales recurrentes tenían alteraciones psiquiátricas profundas. Términos como manie sans délire, ``insanidad moral'', o bien, la idea de que las conductas antisociales eran formas frustes de psicosis, denotan en buena medida las preocupaciones recurrentes en este libro. En este contexto, no puedo dejar de inquirir qué es primero: las conductas antisociales como origen de las alteraciones psiquiátricas o lo inverso. De ser veraz la primera hipótesis, la comunidad tendría la obligación de modificarse para disminuir las tasas y tipos de delincuencia; tendría, a su vez, que redescubrirse, que alejarse del Mal del cual habla Kant. De prevalecer la segunda, la cura deberá orientarse al ánima de la familia. Hay, sin embargo, quien objetará que son inseparables las conductas antisociales de los daños psiquiátricos.
La vigencia de las ideas de Guerrero en nuestra cotidianidad, en nuestra ciudad, conforman el texto de la próxima semana.
Este manuscrito forma parte del prólogo del libro La génesis del crimen en México. Un estudio de psiquiatría social de Julio Guerrero, que en breve reeditará el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.