Oscar Edmundo Palma
El problema de Taiwán

La situación en Taiwán reclamada por China como parte de su territorio se ha agravado y podría tornarse explosiva más temprano que tarde. Al despliegue militar de Pekín (lanzamiento de cohetes descargados y realización de amplias maniobras bélicas en la zona con el propósito de impedir los planes ``independentistas'' taiwaneses) Taipei ha respondido poniendo a sus fuerzas en virtual estado de combate y Washington, que para estas cosas se pinta solo, ha enviado al lugar del conflicto naves de guerra para ``proteger'' a sus viejos amigos de la isla. En medio de una creciente tensión, todo el mundo espera lo peor.

Taiwán fue separada de China por los grupos reaccionarios del Kuomintang al triunfar, en 1949, la revolución popular que encabezó Mao Zedong y al verse completamente aislado del pueblo. Actuaron con el apoyo de Estados Unidos, que hizo de la isla una plaza de armas para sus fines agresivos en la región (la guerra de Corea) y para asediar a China y a otros países emergentes. Las desproporciones y el absurdo de Washington llegaron al extremo de erigir a la pequeña Taiwán en miembro del Consejo de Seguridad de la ONU, en lugar del gigante asiático.

Aunque tenía derechos a hacerlo, China no invadió Taiwán. Creo que ni siquiera se lo propuso. Se limitó a desarrollar medidas de presión, como los constantes bombardeos que durante un largo tiempo hicieron diariamente sus artilleros y aviadores contra las costas de la isla. Las acciones se sucedían monótonamente varias veces al día, pero nunca pasaron de eso. Era una especie de ``tortura china'' para asustar a los ``nacionalistas'', que por su parte nunca respondieron.

Los disparos y las maniobras militares de ahora ocurren en circunstancias especiales. China es más fuerte y segura, gracias a las audaces reformas económicas que han transformado a la milenaria nación. Puede, pues, adelantar su legítimo propósito de culminar la reunificación del país, a cuyo seno volverán pronto Hong Kong y Macao. Sólo falta Taiwán.

Sin embargo, el gobierno del presidente Lee Teng-hui proyecta confirmar y ampliar la ``independencia'' insular en las elecciones del próximo 23 de marzo. Y aquí está el quid de la cuestión.

Hay una realidad que no se puede desconocer en este conflicto. Taiwán ha consolidado su propia identidad. Tiene una de las economías más fuertes de la región, con una planta industrial vigorosa, pujantes exportaciones y cuantiosos depósitos de dólares. Es uno de los famosos ``tigres asiáticos''. Pero como quiera que sea, Taiwán es China y no puede desligarse del continentes.

El punto es cómo efectuar la reunificación sin menoscabo de aquella realidad y de los derechos históricos de China. Deng Xiao-Ping, el genio de las reformas de mercado socialista, planteó la fórmula de ``un país, dos sistemas''. Esto es, unión territorial y conservación del modelo capitalista imperante en los territorios segregados que volverían al regazo de la madre patria. Los ingleses y portugueses aceptaron esa fórmula en lo referente a Hong Kong y Macao, respectivamente. Taiwán ni siquiera la ha considerado.

En esa negativa pesan fundamentalmente los intereses de la burguesía taiwanesa, que teme perder sus inmensas riquezas al unirse a un continente que, no obstante sus reformas de mercado, sigue siendo socialista. Pero en el rechazo taiwanés también es determinante la actitud de Estados Unidos que a contrapelo de sus proclamas de amistad con Pekíncontinúa jugando a la carta de las ``dos Chinas'', para debilitar a la gran nación asiática y asegurarse el dominio de Taiwán, base importante en su lucha de competencia con Japón.

La política de Washington es torpe y poco visionaria. China es para Estados Unidos mucho más importante que Taiwán, porque constituye el gran mercado, la fuente enorme de valiosos recursos aún inexplotados, y porque ese país podría ser su mejor aliado en un posible enfrentamiento general con Japón, como ya lo fue durante la Segunda Guerra Mundial.

La moneda está, pues, en el aire. Sería terriblemente negativa una solución militar. La guerra enfrentaría inevitablemente a Estados Unidos y China. Al final de cuentas, sería ésta la más afectada. Sus reformas se vendrían abajo. Así, la única salida es política y pasa por un entendimiento de Pekín con Washington. Naturalmente, Taiwán debería recibir mayores seguridades de que la reunificación no menguaría su identidad ni reduciría sus logros estructurales. Una confederación, en lugar de la unión, podría ser el principio de solución del problema.