En la apresurada cumbre que se realizó en la localidad egipcia de Sharm el Sheij, casi tres decenas de gobernantes emitieron una enérgica condena a los métodos terroristas y dieron su respaldo a la continuación del proceso de paz entre Israel y Palestina. La resolución es por demás pertinente, en momentos en que los escuadrones integristas de Hamas y Hezbollah, en connivencia objetiva con los sectores más recalcitrantes de la ultraderecha israelí, pretenden descarrilar, a fuerza de atentados criminales, el anhelado entendimiento entre los dos pueblos otrora enfrentados.
El repunte de las acciones terroristas parece ser una constante de la presente circunstancia internacional. En puntos del planeta tan alejados entre sí como Madrid, Tokio, Londres y Jerusalén y con protagonistas dispares y disímiles se registran cruentas acciones en las que manos anónimas o clandestinas asesinan a civiles inocentes. En este escenario, es clara la urgencia de que los gobiernos del mundo analicen, condenen y enfrenten a las organizaciones que expresan sus posiciones en forma tan repudiable.
Sin embargo, la premura con que se organizó el encuentro de Sharm el Sheij impidió darle un carácter verdaderamente mundial, y ni siquiera fue posible conjuntar en él a todos los Estados de Medio Oriente. Es cierto que la asistencia de Irán a la reunión era impensable desde un principio, pero la ausencia de Siria habría podido ser evitada si se hubiese realizado un trabajo diplomático serio e intenso.
Por otra parte, si bien es cierto que el terrorismo debe ser condenado sin matices, independientemente de la filiación política o religiosa de quienes recurren a él, también debe considerarse que la sola condena no bastará para erradicarlo. Tampoco serán suficientes las meras acciones policiacas de prevención y persecución de los criminales. Es preciso entender que tras las acciones terroristas hay motivaciones ideológicas, religiosas o nacionales, así como condiciones sociales específicas.
En el caso de Hamas y Hezbollah, el trasnochado fanatismo la idea fija de destruir a Israelque anima a tales grupos encuentra un terreno fértil para el reclutamiento de nuevos combatientes, la preservación de las organizaciones e incluso su crecimiento, en las terribles condiciones de marginación y desesperanza en que viven centenares de miles de jóvenes palestinos en Gaza, en Cisjordania y en diversas tierras de exilio de Medio Oriente (Jordania, Siria, Libia, Irak, Irán y el propio Egipto, entre otras).
Por lo que hace a la violencia política que afecta al Ulster y Gran Bretaña, así como a España, debe tomarse en cuenta que, tras las acciones terroristas, hay reivindicaciones nacionales que los gobiernos de Londres y Madrid no han podido o no han querido resolver.
Es urgente erradicar la violencia política especialmente la que se orienta a la matanza criminal de civiles de las sociedades modernas. Pero para lograrlo es necesario atender las causas de fondo, y no sólo combatir sus expresiones mediante la capacidad de coerción de los Estados.