Rodolfo F. Peña
Un ángel guardián

A Rubén Figueroa Alcocer, gobernador por la gracia de Dios (hay indicios de que, en su momento, perdió las elecciones), los muertos de Aguas Blancas y algunos más se le filtraron por la pared, como dice Zorrilla, y a la postre lo obligaron a salir del palacio de gobierno de Chilpancingo con licencia definitiva. Imagino que para este cacique, como para todos sus congéneres, el abandono forzado del poder debe ser algo atroz, algo parecido a una injusticia fáustica. Y vaya que tenía poder (aquí quizá debería decirse: lo tiene aún). Tanto, que aun en caída negoció a su sucesor, lo que lleva a inferir que negoció su impunidad.

No merece la pena detenerse mucho en el patético cambio de afectos de casi todos sus defensores a ultranza, o en su vergonzoso silencio actual. Su vocerío mercenario va o viene, se acalla o intensifica, tuerce a un lado o al contrario, según los vientos. Este espectáculo, ya familiar, es parte de los rituales de un sistema que se sostiene por su impudicia pragmática. Pero hay otras voces que nos impiden abandonarnos a la desesperanza, en Guerrero y en todos los confines del país. Están fuera del sistema, por supuesto, pero no faltan en su interior: en la pasada Legislatura, por ejemplo, dos diputados federales, Hugo Arce Norato y Miguel Osorio Marbán, advirtieron sobre el peligro de encumbrar a Figueroa Alcocer, como lo hizo, por su parte, Jaime Castrejón Díez, por entonces funcionario de la Secretaría de Gobernación; no fueron escuchados, y hoy hay que lamentar las consecuencias.

Lo que bien vale una misa es seguir de cerca todo lo que ocurra con el cacique cuasi derrocado. Evidentemente, se le forzó la mano para que la alzara en señal de despedida, pero eso no basta en absoluto. De acuerdo con algunas versiones, ayer voló a Houston, lo que indicaría que no se retiró del gobierno para facilitar las indagaciones de la Suprema Corte, sino para evadirlas, porque ojos que te vieron ir... Presuntamente, por así decirlo, el señor incurrió en responsabilidades penales, y si de la presunción se pasa a la certeza, tendría que pagar por sus delitos, y creo que la sociedad no se conforma con menos. Consecuentemente, debió imponérsele el arraigo; no hecho esto, después habrá que buscarlo afanosamente en algún lugar del continente o en aguas internacionales, vaya usted a saber.

Y es preciso, también, cuidarle los pasos y las manos a su ángel guardián, porque no debe haberlo escogido gratuitamente. Angel Heladio Aguirre Rivero, que pronto cumplirá 40 años, es nativo de Ometepec y procede de una familia humilde. Pero de su humildad, según parece, ya sólo queda el recuerdo, que en algunos funciona no como una forma de identificarse con los pobres, sino como acicate para la codicia y la obsesiva voluntad de no retorno al origen. Su aterrizaje en los cargos públicos, se dio durante los gobiernos de Alejandro Cervantes Delgado y del sacrificado José Francisco Ruiz Massieu. Fue secretario particular del gobernador, luego coordinador general de Fortalecimiento Municipal (su tesis profesional había versado precisamente sobre la reforma municipal), secretario general de gobierno y más tarde de Desarrollo Económico hasta convertirse en diputado federal en la Legislatura anterior. Precisamente con Figueroa, de quien le llamaban el cachorro, y después de la matanza de Aguas Blancas, Aguirre Rivero se hizo presidente del comité ejecutivo del PRI guerrerense.

Entre quienes lo conocen bien, se dice que desde la secretaría general de gobierno amasó una gran fortuna que lo convirtió en cacique de la Costa Chica, y que en un municipio indígena impuso como alcalde a su chofer (no imitó bien a Calígula tal vez porque no tenía caballo o porque, teniéndolo, el noble bruto resultó demasiado inteligente). En todo caso, son comprobables sus andanzas represivas, como la del 6 de marzo de l990 en Ometepec, encabezada por él y que costó una vida humana, docenas de heridos y dos desaparecidos (cuya condición se mantiene hasta la fecha). Es comprobable, también, la manera en que distorsionó la tragedia de Aguas Blancas, declarando fuera de la ley a la Organización Campesina de la Sierra del Sur, de cuyos miembros estimó que ``se habían radicalizado por completo''. Y finalmente, aunque la enumeración no concluya, fue evidente su apoyo a la insuficiente investigación del fiscal especial y a la permanencia del controvertido gobernador.

Por qué sustituir a Figueroa con un personaje de estas características? Por qué no hacer las cosas bien y dar una oportunidad a los guerrerenses de reconstituir su destino? El cacique en desgracia, al promoverlo, probablemente busque sólo cubrirse las espaldas, pero el sistema busca algo más: disponer de un buen operador, de alguien que conozca bien la red caciquil, para utilizarlo intensivamente en las elecciones de octubre próximo y asegurar su hegemonía, así sea ilegítima, en un estado en el que la oposición perredista es una peligrosa segunda fuerza política. El cambio lampedusiano, así, habrá sido sólo para preservar el caciquismo con otros apellidos.