Pablo Gómez
Populismo financiero

El gobierno federal ha canalizado hacia la banca cerca de 80 mil millones de pesos (quizá más), de los cuales no se puede saber todavía cuánto recuperará. Por la venta de los bancos comerciales, el Estado obtuvo en 1992 poco menos de 40 mil millones, lo que a la postre resultó un pésimo negocio para el gobierno y uno malo para los nuevos banqueros.

Esos 80 mil millones son casi la misma cantidad que el gobierno espera gastar en educación pública, de manera directa y a través de transferencias a los estados, durante todo el año de 1996.

Las privatizaciones son parte de un modelo de eliminación del Estado social, pero se presentan junto con un amplio abanico de recetas neoliberales, cuyo propósito central es incrementar la tasa de ganancia de la economía a costa de procesos de redistribución regresiva del ingreso, es decir, del impulso de una mayor desigualdad social, la cual según se dice tiene que ser el motor fundamental del crecimiento y de todo progreso.

La lucha contra el populismo no se basó en el combate a la corrupción, pues ésta solamente fue reorganizada pero no excluida del sistema político.

La derrota del populismo se hizo sobre la base del triunfo de un neoliberalismo corrupto y alocado. Cuando se presentó la inevitable crisis financiera del país del Estado y de toda la economía hacia el mes de diciembre de 1994, surgió un nuevo populismo, pero esta vez financiero. Por cuenta del presupuesto se defendió el sistema bancario, pues los accionistas y ahorradores de los bancos habían perdido gran parte de su dinero: los mayores y monstruosos subsidios mexicanos han ido a parar a la banca, sin que los deudores superen su insolvencia.

Pero el gobierno federal sigue golpeando la economía popular, pretende suspender subsidios a los pocos alimentos básicos beneficiados y reduce la inversión pública.

La crisis económica mexicana no es remontable ni en cinco años. El daño infligido a la planta productiva no puede ser superado rápidamente con altas tasas de interés determinadas por el mercado de cambios. Tenemos una situación en la que no hay déficit fiscal, pero la inflación no se encuentra bajo control: el pronóstico gubernamental de 20 por ciento de incremento de los precios para 1996, ya fue derrotado (podría decirse, reprobado) por la inflación real de los dos primeros meses del año.

La presión sobre el peso es lo que lleva al gobierno a tomar sus decisiones de política económica. Las altísimas tasas de interés, el control sobre el crédito pactado con Estados Unidos como condición para los préstamos de 1995 y las manipulaciones del presupuesto, las cuales podrían resultar ilegales si se contara con toda la información, son consecuencia de una manera de defender la moneda nacional frente a un mercado de divisas demasiado susceptible.

La inflación podría ser mucho menor y entrar en una fase de control si no se produjeran tan fuertes oleadas en el mercado cambiario. Pero el gobierno no quiere tomar decisiones para controlar los cambios, ya que esto rompería con su modelo neoliberal de apertura sin defensas. La idea de un Banco de México autónomo no es de factura nacional sino una condición impuesta por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos.

Mientras el viejo populismo siga siendo sustituido por un nuevo populismo financiero, con el cual se defiende solamente al sector más rico del país, y se mantenga el peso al garete por exigencia de Washington, no podrá lograrse la estabilidad necesaria para iniciar la recuperación del crecimiento económico.

Por lo pronto, todas las promesas del gobierno para 1996 ya no tienen vigencia.

Los lineamientos de política económica anunciados a fines del año pasado han quedado en el olvido, pero las autoridades no presentan ningún escenario corregido, ni tampoco metas modificadas. Parece que Ernesto Zedillo va a mantener su actitud de poner algunos parches y rehuir la responsabilidad gubernamental sobre la evolución de la economía.

Por este camino, lo más probable es que tampoco se produzca un ligero crecimiento económico durante la segunda mitad del año y que la especulación mantenga una presión de tal magnitud que la inflación siga fuera de control.

El cambio en la orientación de la economía es el tema más urgente del país. En el fondo, se actualiza la controversia entre el Estado social y el neoliberalismo. No se trata, naturalmente, del viejo populismo corrupto y corruptor, sino de la política como instrumento para combatir la desigualdad, sin corrupción ni demagogia. La supresión de los subsidios objetivo del neoliberalismo ya fracasó con las grandes transferencias hacia la banca, lo cual solamente demuestra que a los banqueros sí se les puede subsidiar, pero no a otros. Si lo analizamos más, podemos advertir que, bajo Salinas, también hubo un tremendo subsidio a la tasa de cambio, el que se empezó a pagar tan luego como se vino encima la crisis.

El neoliberalismo a la mexicana también ha fracasado como el europeo, pero mucho más que éste en lo que supuestamente es su objetivo final: el crecimiento. En México seguimos en recesión a pesar de lo difícil que es sostener tasas negativas después de más de un año. Nuestro gobierno ha logrado lo que en la actualidad parece casi imposible: mantener la caída de la economía con tasas negativas muy altas que ya casi no se observan en el mundo.

Es curioso, sin embargo, que los partidos políticos parezcan más interesados en las disputas sobre reformas electorales muy importantes pero no más que la situación general del país que en la lucha por reorientar la economía tan alocadamente conducida por los dos últimos gobiernos.

Esto debe cambiar, pues el gobierno carece de verdaderos interlocutores: las cúpulas empresariales son agachonas y los sindicatos no existen. La economía tiene que volver a ser uno de los focos gravitatorios de la política.