Ecos de Cerrohueco es su título. Lo presentamos el jueves último en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, con Marie Claire Acosta, Elisa Benavides, Márgara Millán y Octavio Rodríguez Araujo. Javier Elorriaga estuvo presente a través de un video que, a quienes no lo conocemos, nos dejó ver su calidez, la lucidez de sus pensamientos, su optimismo y su humor.
Cálida es la sonrisa del autor tras las rejas en la portada del libro. Está en la enfermería desde donde, asmático, purga hace casi 450 días pena por delitos sin haber sido condenado y ni siquiera acusado formalmente: sólo delatado durante la confesión de un soplón a quien se protege manteniéndolo desaparecido.
Los barrotes blancos de Elorriaga evocan aquellos barrotes negros tras lo cuales, en otra foto inolvidable, Siqueiros dirigía en los años 70 su mano hacia fuera de la prisión política. Un cartel circuló entonces con esa foto del muralista, rodeada de pequeños mensajes de artistas e intelectuales. Sol Arguedas nos recordaba que, con Siqueiros cautivo, todos seríamos a un tiempo la prisión y el prisionero.
Siqueiros publicó entonces La trácala, libro en que desenmascaró la corrupción de eso que en México se llama impartir justicia.
La experiencia del pintor comunista se parece mucho a la del historiador y periodista que fue mensajero entre Zedillo recién electo y la comandancia del EZLN. Pero tanto su fotografía como los Ecos difieren de la imagen y del alegato de hace tres décadas.
Elorriaga sonríe relajado, mientras que Siqueiros aparecía grave, solemne, casi como oficiante de un ritual de denuncia. Y los Ecos no son sólo argumentación jurídica, sino también la etnografía de una cárcel ubicada en los lares del caciquismo chiapaneco, y contiene el testimonio de una breve estancia en Almoloya de Salinas. Aquí, con alta tecnología se violan los derechos de algunos presos y se garantiza la inmunidad de otros. En Cerrohueco, el volumen insoportable de dos grabadoras encendidas día y noche al que se intercalan los gritos de los custodios a cualquier hora, remachan la imposibilidad de vida privada y el hecho de que la enajenación es ineludible. En ambas, los ritmos del aprisionamiento deben sensibilizar a quien se ha encerrado y sobre todo a quienes permanecemos fuera, en el carácter total de la institución carcelaria que se desea referente oficial de la disciplina ciudadana.
En el libro que le permite circular por todo el país y también en el mundo que lee en español, Javier Elorriaga describe con la minucia de un diario su vivencia de un año y nos deja ver lo que ya sabemos aunque no nos lo digamos en voz alta: La impunidad de los llamados magnicidas y sus cómplices, la de las dinastías de asesinos guerrerenses y de barones tabasqueños del fraude, los malos manejos y quizá el nacotráfico, la de sus émulos y equivalentes en todo México, conforman sin duda una institución sólida: la impunidad de Estado. Como otras instituciones semejantes, ésta encuentra un equilibrio definitivamente priísta con otras prácticas. En este caso, con la reclusión arbitraria de personas (como Elorriaga y los presuntos zapatistas) cuyas acusaciones son ilegales, sus acusadores inexistentes, sus procesos irregulares, las pruebas insostenibles, e indefinida la fecha en que cesará el pisoteo de sus derechos humanos y civiles.
La ciudadanía carece de auténticos representantes en los espacios políticos invadidos por profesionales de la representación de sus propias corporaciones. Ese es el contexto en que Elorriaga fue puesto en prisión para representarnos a todos los ciudadanos y a todas las ciudadanas que a lo largo y lo ancho del país nos reconocemos en las formulaciones del zapatismo de estos días, aceptemos o no la tendencia militar del EZLN. Los alzados mismos tienen su sitio en el diálogo. Pero de quienes no tenemos espacio en él, las fuerzas dominantes esperan que la nuestra esté siempre amenazada con el encarcelamiento si así conviene a alguien por alguna razón.
El autor de estos Ecos es también para el gobierno la prueba viviente de que el chinamecazo del 9 de febrero de 1995 tuvo éxito. Si la sensacionalista revelación presidencial del supuesto nombre de Marcos no alcanzó efecto alguno, mantener en la cárcel a Elorriaga y a los demás presuntos garantiza la vigencia de la traición exitosa. Aunque sea como emblema.
Ecos de Cerrohueco atestigua también la presencia de nuevos aires literarios en México desde 1994. En los textos de Marcos se halla, a veces introducida artificialmente, la tradición de las traducciones del Popol Vuh al español, algunos giros regionales del castellano y no pocas transcripciones literales de expresiones de las lenguas mayances de Chiapas. Pero su influencia más notable es, sin duda, el inagotable río verbal de Monsiváis. Tal vez detrás de esta escuela estén, como quizá también en la obra de ese autor, proyectos aún no totalmente realizados, de sucesión de Ibargengoitia. Veo todas estas tendencias reflejadas en el texto de Elorriaga, sobre todo en la carta a los Comités que forma el epílogo del libro. Pero hay más:El historiador Elorriaga, como antropólogo en trabajo de campo, ejerce también como cronista bitácora en mano, y así se acerca a Bellinghausen. En esta perspectiva nos recuerda los estilos ineludibles de los documentos jurídicos, áridos como la vida en la cárcel, de vocabulario reducido y sintaxis dudosa, estultos como la vida de los burócratas de juzgado.
Elorriaga sale de la cárcel con este libro que, como dijo Marie Claire Acosta, es también un libro lleno de ternura.
Esa ternura, la lucidez, el humor, la calidez y el optimismo de Javier Elorriaga, así como las esperanzas de todos los presuntos zapatistas (y lo que de cada uno de nosotros tienen todos ellos) siguen injusta e ilegalmente en la cárcel. Qué vamos a hacer para que salgan de ahí y se reintegren a la vida ciudadana en donde sus lugares han quedado huecos y está en peligro la subsistencia de sus ecos?