Como especie biológica, la de los seres humanos parece haber estado más motivada en la acumulación de riqueza que en su propia supervivencia. Este hecho no es nuevo, se ha dado a través de la historia y nos permite explicarla con claridad; lo único que ha cambiado son las formas y los medios utilizados para acumularla.
Así, en las sociedades agrícolas, el origen fundamental de la riqueza era la tierra; su posesión fue motivo de litigios, de crímenes y de guerras; colonizar nuevos territorios y conquistar los existentes eran los caminos naturales para generar riqueza, los grandes proyectos y procesos político-sociales estuvieron asociados siempre a la posesión de la tierra.
Con la revolución industrial, la tierra pasó a ocupar un lugar secundario, en cuanto que la capacidad de las máquinas para generar bienes y con ello riqueza, era inmensamente superior. Los factores estratégicos fueron aquéllos que hacían posible la producción de las máquinas; ellas mismas en primer lugar, pero también la mano de obra y las materias primas para alimentarlas, la energía para mantenerlas funcionando, los mercados para recibir los bienes producidos y cerrar el ciclo económico que permite captar dinero.
Todas las guerras del siglo XX han estado vinculadas directamente con las materias primas, el petróleo, los mercados mundiales. La ocupación territorial como tal careció de importancia.
A partir de 1970 el mundo empezó a cambiar hacia una economía ampliamente dominada por los servicios, en la que las actividades de carácter intelectual representaban la mayor parte de los ingresos en las naciones más desarrolladas. Actualmente, en la estructura de costos de las industrias modernas (automóviles, electrónica, textil), los procesos de manufactura propiamente dichos representan sólo la cuarta parte del valor de la producción, incluyendo mano de obra y materias primas, mientras que el 75 por ciento restante se distribuye en gastos de investigación, diseño, planeación, administración y mercadeo, con un alto contenido intelectual.
Cuando en el valor de las cosas, los costos de producción se reducen y las máquinas dejan de ser los elementos centrales para generar riquezas, su lugar empieza a ser ocupado por el conocimiento. Los científicos y estrategas norteamericanos, japoneses y europeos han estado trabajando durante dos décadas, delineando las líneas de acción a seguir para dominar al planeta entero a través de un nuevo tipo de guerra, cuyos objetivos están en el control de las cadenas de valor agregado con amplio componente intelectual, a la cual podemos llamar sin temor a equivocarnos como ``la guerra del conocimiento'' y de la que nos estamos convirtiendo en víctimas, aún sin saberlo.
En esta guerra de dominación, los mercados de productos y servicios dejan de ser importantes, porque las ganancias de lo que en ellos se vende queda en otro lado; las máquinas y las plantas de producción dejan de ser importantes, porque los ingresos que generan resultan secundarios; las materias primas han perdido ya su importancia, por lo mismo, su escasa contribución a la economía de las naciones. Incluso el petróleo, como fuente de energía, ha visto reducida su importancia como elemento estratégico, a condición de que esté asegurado su suministro.
La petroquímica, en cambio, adquiere una importancia cada día mayor, precisamente por la inmensa variedad de procesos de valor agregado a que da lugar, y que requieren del uso, desarrollo y adaptación de nuevas tecnologías, de actividades de investigación y de trabajo altamente especializado, para generar por ejemplo resinas y fibras sintéticas para las industrias textil, automotriz, llantera, eléctrica, de construcción, de envases, mueblera y deportiva, entre otras, así como sustancias químicas básicas para la agricultura.
Cuando hablamos de ``guerras del conocimiento'' resulta difícil entenderlas porque en ellas no vemos muertos, ametralladoras ni tanques, y podemos creer que se trata de metáforas simplistas o de sensacionalismo ramplón, pero no es así; las guerras se hacen para dominar, no para matar, para lograr beneficios económicos, no para destruir, aunque en ellas se mata y se destruye.
La petroquímica y otras cosas más constituyen objetivos claros para quienes hoy pretenden dominar el planeta, empezando por nosotros. Lo que se busca y se ha logrado con creces es impedir nuestra participación en las actividades intelectuales productivas, y para ello han contado con la complicidad de nuestros últimos gobernantes.
Por todo esto, la venta de las plantas petroquímicas tiene hoy un significado comparable a la venta del territorio que hizo Santa Anna hace siglo y medio, aunque las consecuencias de empobrecimiento y de cancelación de expectativas para el pueblo de México serán definitivamente mayores, ahora esto lo sabe el presidente Zedillo y lo saben sus colaboradores. Por ello, las generaciones futuras los ubicarán junto a aquel traidor del siglo pasado; aunque cabe la posibilidad de que con estas acciones y las que sigan, las próximas generaciones de mexicanos ni siquiera existirán.