Las organizaciones políticas, partidos o no, se preparan, o lo harán pronto, para llegar a la importante cita de 1997. En las elecciones políticas de ese año va a decidirse, en cierta medida, el derrotero del país en los últimos años del siglo y los primeros del XXI. El PAN ha dado los primeros pasos en ese camino al elegir a su nueva dirección y autodefinirse lo ha hecho Felipe Calderón, su nuevo presidente como partido de centro o en el centro, en busca de nuevas franjas del electorado para intentar ganar la mayoría de la Cámara de Diputados, y de ahí, encaminarse al año 2000.
Pero así como los hombres no son lo que piensan de sí mismos, los partidos no siempre son lo que sus dirigentes afirman. Es el caso del PAN. Para juzgarlo debemos atenernos principalmente a su práctica política. Y ésta, al menos los últimos dos sexenios, ha sido de una formación política bien implantada en la derecha, comprometida con los enfoques y la práctica neoliberal del grupo priísta en el poder.
Los principales cambios estructurales: adelgazamiento del Estado, liquidación del sector estatal de la economía, desregulación, fin de los subsidios a los consumos populares, apertura precipitada e indiscriminada y otros del mismo signo fueron apoyados por Acción Nacional. Con todas sus consecuencias sociales y nacionales, en verdad desastrosas, que hoy padecemos.
Cuando el gobierno de Carlos Salinas estaba en la cúspide de su triunfalismo neoliberal y Angel Gurría amenazaba con 25 años de salinismo, la dirección del PAN, de la cual formaba parte Felipe Calderón, se ufanaba de que el gobierno cumplía el programa histórico del panismo. Salinas llegó a afirmar que entre él y el blanquiazul había una alianza estratégica. Estratégica o no, la colaboración entre esa formación política y el gobierno fue estrecha. No únicamente para realizar los cambios económicos.
En el sexenio anterior el PAN colaboró con el gobierno de Salinas para que éste se legitimara ``gobernando'', pues su victoria en las urnas tenía un gran signo de interrogación. En 1989 pudo haber jugado un papel determinante para realizar una reforma electoral más completa. Entonces el PRI no tenía la mayoría calificada en la Cámara para reformar la Constitución, pero el PAN, como parte de su política colaboracionista lo apoyó para hacer la reforma electoral de octubre de ese año y las reformas siguientes que dejaron sin satisfacer las aspiraciones de democracia electoral de las fuerzas políticas y de amplias franjas de la sociedad. El mismo apoyo brindó para hacer reformas constitucionales de fondo, como las de los artículos 27 y 130.
El colaboracionismo del PAN no fue sólo por conveniencias inmediatas, sino también por coincidencias de fondo con Salinas y su modelo neoliberal. En suma, el blanquiazul estuvo en los últimos años ubicado en la derecha, alineado con el gobierno, los grandes empresarios y las altas jerarquías de la Iglesia que bendijeron entonces las reformas estructurales. Pero debe decirse también que el auge del PAN en los últimos tiempos no obedece sólo a las concertacesiones. Ha podido cosechar al voto antipriísta fruto del desprestigio y agotamiento del sistema.
El partido dirigido hoy por Felipe Calderón tiene la enorme capacidad para disimular su alianza con el gobierno, el apoyo a sus políticas básicas. Ha conseguido mantener su imagen de opositor y ha consolidado su electorado a un alto nivel. Pero difícilmente podrá convencer de haber abandonado de un día para otro sus antiguas posiciones para deslizarse hacia el centro, cualquier cosa que esto quiera decir en medio de una profunda crisis económica, social y política. Acaso es buscar el justo medio frente a los agudos problemas sociales y nacionales?Asimismo, debe reconocerse la habilidad del PAN para ocultar su menosprecio a la necesidad de una verdadera reforma política, confiado en que puede avanzar con la legislación actual. Ha dejado en la mesa de las calles de Barcelona al PRI, PRD y PT y pretende ocupar solo el espacio de la oposición no comprometida con el gobierno y sus maniobras.
En las circunstancias actuales sería necio no admitir las posibilidades reales del PAN para avanzar seriamente en el 97 y perfilarse como aspirante fuerte para el año 2000. Además de las circunstancias que lo favorecen, es un partido bien visto por los grupos empresariales nacionales y por la derecha de otros países.
Los otros protagonistas, estos de la izquierda y la democracia, se preparan también para llegar al 97. Sus posibilidades y responsabilidades deben ser analizadas. Pero por ahora se puede afirmar que sólo podrán frenar a la derecha panista y al neoliberalismo oficial si consiguen una amplia convergencia para ganar amplio espacio y avanzar a la democracia y cambiar el rumbo económico del país, pues el actual condena a millones de mexicanos y mexicanas a la pobreza y al desamparo, a la marginación.
Una convergencia sin sectarismos ni vanguardismos, que inspiren la confianza de millones de ciudadanos en la posibilidad de que las cosas sean diferentes. El PRD, el EZLN, los grupos políticos sin registro, las organizaciones sociales sindicales, campesinas, populares, las ONG, los intelectuales necesitarán poner en juego enormes esfuerzos e inteligencia para llegar a una convergencia política en el 97, que cierre el camino a las políticas de más de lo mismo o la salida por la derecha para que todo siga igual.