Jean Meyer
El Ejército ruso y la guerra

Algunos comentaristas creen ver en marcha en Rusia el guión de 1932-1933, en la alemana república de Weimar, o sea la llegada legal al poder, por la vía electoral democrática, de fuerzas no democráticas, los nazis en Alemania en aquel entonces, los comunistas en 1996, en Rusia.

Comparación no es razón. Uno puede pensar seriamente en la posibilidad de la elección del comunista Zyuganov a la Presidencia de la República en junio próximo; uno puede temer, sin ser histérico, las consecuencias de tal victoria política, pero la comparación con la república de Weimar no funciona. Sobran las diferencias fundamentales.

Una de las diferencias es la situación del Ejército. El Ejército alemán de 1933, con todas las limitaciones cuantitativas y cualitativas impuestas por los vencedores de la primera Guerra Mundial, era un Ejército de primerísima calidad, consentido por el gobierno y por la opinión pública. El Ejército ruso se encuentra hoy en una situación terrible. Las últimas operaciones realizadas por los chechenos en su capital, Grozny, la semana pasada, autorizan las hipótesis más pesimistas en cuanto a la situación real de las Fuerzas Armadas rusas. Hace meses que la guerrilla chechena manifiesta su omnipresencia y su agilidad. Practica con maestría la táctica de ``pica y huye'' y hace lo que quiere. Pero entrar en la capital, sede del gobierno pelele checheno instalado por Moscú, sede del cuartel general de las tropas rusas; entrar en un tren de carga lleno con varios cientos de guerrilleros, para apoderarse del centro de la ciudad y de varios barrios; conservar esas posiciones varios días antes de retirarse, sin dejar presos y sin haber sufrido pérdidas de consideración, eso ya rebasa la táctica, es un golpe estratégico maestro. Manifiesta el profesionalismo de las fuerzas chechenas, y manifiesta la incapacidad, si no es que la desintegración, de las fuerzas rusas, por lo menos de las que se encuentran en Chechenia.

Teóricamente, en las últimas semanas los rusos habían pasado a la ofensiva para obligar los chechenos a sentarse pronto a la mesa de negociaciones, antes de las elecciones presidenciales de junio. Los chechenos, con su eficiente furia militar, han volteado la situación: ellos van a obligar a los rusos a sentarse pronto a la mesa de negociaciones. Con sus éxitos están demostrando que el Ejército ruso está sin aliento.

En 1991 existían 186 divisiones para el solo Ejército (fuerzas terrestres); en 1996 su cantidad ha disminuido seis veces, pero sólo diez divisiones son completas y conservan la capacidad combativa tradicional. Por razones presupuestales (aún no se ha realizado la tan anunciada reforma de las Fuerzas Armadas), se preve la reducción en un tercio del número de soldados contratados: mantener un soldado contratado cuesta lo que 6 ó 7 reclutas del servicio militar.

En cuanto a las tropas aeroportadas, tradicionalmente de élite, pasan por un momento muy difícil. Se preve su pronta incorporación al Ejército de Tierra lo que, de hecho, podría provocar su desaparición. Por ejemplo la 7a. división fue trasladada en 1992 de Lituania a Novosibirsk: hoy en día su material sigue a la intemperie y la mayoría de los soldados sigue alojada en tiendas de campaña... 700 soldados de la 7a. división pelean en Chechenia. La 98a., al regresar de Ucrania a Rusia tuvo que abandonar la mitad de sus armas y de sus medios de transporte. Tiene 500 hombres en Chechenia. En 1995 las tropas aeroportadas debieron recibir 350 máquinas de combate y sólo recibieron 60.

Curiosamente, mientras el Ejército ve disminuir sus efectivos, su material, su presupuesto, las tropas de la Secretaría de Gobernación conocen la evolución contraria. Una broma corre en Moscú según la cual esas tropas, la milicia y la policía, son hoy en día ``un ejército de reserva electoral'', en caso de que se suspendan las elecciones presidenciales.

Podemos apostar que las elecciones tendrán lugar, pero no deja de ser inquietante la miseria material y la desmoralización absoluta que caracterizan a las Fuerzas Armadas rusas. Nadie, ni adentro ni afuera de Rusia, puede alegrarse de semejante desastre. La guerra de Chechenia no es la causa del fenómeno, pero lo pone cruelmente a la vista de todos.