La reforma a la Constitución y la nueva legislación penal, si realmente fueran para combatir el narcotráfico, el crimen organizado y la delincuencia común, equivocan el rumbo; no proponen soluciones sociales al problema de la criminalidad y olvidan que los niveles de ilícitos se desataron dentro de la peor crisis política, en medio de una ola de crímenes de Estado, y de la peor recesión económica de los últimos sesenta años. Ignoran que el trabajo de la policía debe ser preventivo, adelantándose a los delitos. Las reformas en puerta, auguran una época oscura que, una vez iniciada, no tiene fácil reversa y de la que nos arrepentiremos todos.
El problema de la seguridad pública tiene que ver con el de la seguridad jurídica, exterminada con un Poder Judicial dependiente y vasallo, pero también, con las mentiras, filtraciones y acusaciones sin pruebas que, desde hace meses, sustituyen la procuración de justicia. Seguramente el 23 de marzo nos levantaremos con la novedad de que Raúl Salinas es el autor intelectual en el homicidio de Colosio, y quizá de paso hasta en de el cardenal Posadas Ocampo. La PGR ya tiene un juez, que seguramente resolverá a la medida de lo que quiera y como quiera esa institución ``procuradora de justicia''. Podría aprovechar, la símil del Distrito Federal, para acusar también a Raúl Salinas de la autoría intelectual en el homicidio de Abraham Polo Uscanga y así irse deshaciendo de crímenes impunes.
La criminalidad que anida en las policías y en el ministerio público debería ser combatida y exterminada pero, lejos de eso, en manos de estos delincuentes va a quedar la aplicación de las leyes endurecidas con las que se va a implantar el Estado de excepción. Esa ciudadanía que se nos dice ``clama'' por seguridad sabrá que son las policías y los ministerios públicos los que van a ejecutar estas leyes? Es obvio que no.
En el Cono Sur, durante las dictaduras de los setenta, también ante el ``clamor ciudadano frente a la criminalidad'' se violaban todas las leyes, se detenía sin orden de aprehensión, se incomunicaba, se torturaba, se desaparecía, se ejecutaba... El costo social, veinte años después, aún no puede cuantificarse.
El problema de la seguridad pública, que es también el problema de la seguridad nacional, no es de leyes: es el de la inmensa corrupción gubernamental que impera. Es el de cuerpos policiacos plagados de delincuentes y de ministerios públicos coludidos con el hampa. Estadísticas recientes señalan que en el 70 por ciento de los asaltos bancarios participan cuerpos de seguridad, y otro tanto lo hace en los secuestros. Me pregunto: serán ellos los que acaben con la inseguridad que lastima y afrenta al pueblo de México? Es evidente que no. Al contrario, se les está entregando una patente de corzo para delinquir. No se detiene a los criminales por la increíble incompetencia de los encargados de la procuración de justicia porque las complicidades no lo permiten, porque no se quiere...
El problema de la seguridad pública, que es el problema de la seguridad nacional, tiene que ver con la injerencia extranjera que se está permitiendo. Es inaceptable que, a nombre de la lucha contra el narcotráfico se ponga al país en manos de un ejército extranjero, y se rebaje la dignidad del procurador general de la República, a la de un nivel, algo así, como la del director del Instituto Nacional de Combate a la Droga. Se habrá dado cuenta siquiera, el gobierno mexicano, de que ése es el nivel del vecino zar de las drogas, general Barry McCaffrey? Se habrá dado cuenta de eso Felipe Calderón, cuando informa satisfecho que el procurador general de la República ya no depende solamente de Dios, sino del PAN, y reconoce que la PGR siempre sí es coto de poder partidario?Los problemas de seguridad pública, de seguridad jurídica y de seguridad nacional, hoy, para los mexicanos tienen que ver con la ingobernabilidad, con el vacío de poder y el regreso de lo peor del caciquismo, con el autoritarismo, con la ausencia de un Poder Judicial autónomo y de un Poder Legislativo dignamente representante de sus electores pero, sobre todo, con el entreguismo de un gobierno que va a pasar a la historia como integrado por traidores a la Patria.
El problema de la seguridad, en su conjunto, tiene que ver con la intervención que tendrá el ejército norteamericano en cualquier asunto de México, nuestro país, otrora, libre y soberano.
Qué lejos va quedando la dignidad de Benito Juárez, un indio con la República a cuestas de su carreta combatiendo a un emperador extranjero. Qué lejos la dignidad de Melchor Ocampo oponiéndose al ingreso de forajidos a la policía, señalando que, nunca nada ni nadie, por encima de la Constitución. Qué lejos estamos hoy de ser un país de leyes, cuando para violar, a nuestra Ley Suprema, la van a reformar. Qué lejos de los actos de dignidad como el de Lázaro Cárdenas recuperando nuestro petróleo. En fin, qué lejos...