A Marcos Kurtycz quien murió el mismo día que su paisano Kieslowski lo recordaremos siempre todos los que lo conocimos, como recordaremos a uno de los cineastas más penetrantes en los misterios del azar y la conducta humana. No tanto por el formidable tríptico de la bandera francesa, sino quizá más por el personaje de las marionetas en La doble vida de Verónica y, sobre todo, por el Decálogo que constituye un enfoque tan universal sobre la moral, como los famosos diez mandamientos, que no negó en ninguna de esas películas cortas realizadas para la televisión. Puso al día los Mandamientos valiéndose de denegaciones más que de afirmaciones y dotándolos de la intimidad de la que bíblicamente carecen.
Yo no puedo hablar de la ``alma polaca'', sería una pretensión inútil hacerlo. Sí puedo decir que desde niña me gustó la música de Chopin y que a mis cursilísimos 15 años inventé un programa de radio que se trasmitía en la XEN a las 18:45 horas y que yo coordinaba bajo el título de ``El rinconcito de Chopin''.
Puedo decir que más tarde fui amiga y corresponsal del historiador Jan Bialostocki (nacido en la Unión Soviética, pero formado en Polonia, desde donde llevó a cabo su actividad profesional, que tuvo alcances internacionales. Murió hará unos seis años, de cáncer).
Igualmente admiro a Czeslaw Milosz quien escribió un capítulo sobre moral en su libro The Captive Mind, traducido del polaco al inglés por Jane Zielonko. Milosz tiene allí un párrafo que puede aplicarse al quehacer, y en general a la vida de Marcos Kurtycz: ``Si pierdo, no voy a compadecerme. Supongamos que pudiésemos retar la presión exterior que nos depara el destino. Supongamos que es posible crear la adecuada tensión interna. Entonces no sería cierto que en el hombre no hay nada. Tomar ese riesgo es un acto de fe''.
Fuera de sus happening solitarios, que acarreaban un público masivo, siempre cargados de sentido, siempre matizados, creo, por ciertas connotaciones cristológicas, yo sólo traté personalmente a Marcos Kurtycz durante un periodo transcurrido en Tijuana y San Diego, donde ambos coincidimos por razones de trabajo.
Fue muy curioso que una de nuestras más largas conversaciones se haya tratado precisamente sobre los Mandamientos de la Ley de Dios y sus posibles transgresiones; años atrás que Kieslowski empezara a trabajar en su proyecto fílmico. Después nos vimos otras veces, alguna de ellas en compañía de la fotógrafa Anna Casas.
A partir de entonces Marcos me enviaba periódicamente un recordatorio, una carta ilustrada, algún trabajo suyo realizado sobre papel hecho a mano.
Ya encontrándome trabajando en el Museo de Arte Moderno, me envió El libro K con una extraña dedicatoria escrita a mano, que está dirigida no sólo a mí, sino a todos sus posibles lectores. Abajo de ella viene mi nombre, en manuscrito plateado.
Cinco veces aparece el pronombre ``te'' y a continuación la dedicatoria: Te quiero, repitiendo el verbo cinco veces. Es decir: te quiero/pero también sólo ``quiero'', es decir, quiero proseguir, quiero la atención de ustedes. La primera página ilustrada corresponde a la dedicatoria manuscrita: hay en ella seis letras T impresas en transfer, de colores rojizos seguidas de seis corazones verdes.
El Libro K es un diccionario arbitrario de definiciones, todas referidas a libros. Por ejemplo la definición de La paleta que corresponde al no. 14 es la siguiente: ``proyecto de un libro para lamer''. Si Kurtycz hubiese conocido a mi nieta Teresa, de seis meses hoy día, ese libro existiría, pues lame los libros e intenta ingerirlos. El no. 36 Anatomía del cuerpo humano corresponde a: ``evidentemente no es un libro científico''. El no. 26, Martes sangriento define ``realismo cotidiano. Un libro hecho con sangre tras un accidente con navaja''. El 59, Libro instrumento es: ``muy difícil de tocar'' y el 60, Libro cuadrado es: ``un libro mudo dedicado a las moscas fusiladas''. El 79: Manual para suicidas: ``es tan pragmático que requiere de un extremo cuidado abrirlo''.
Marcos Kurtycz poseía un humor (negro con frecuencia) a veces difícil de descifrar. La última vez que lo vi hará unas tres semanas, era día martes. Conversó un rato con algunos de mis compañeros de trabajo y con mi secretaria Margarita, luego pidió verme, ``aunque estuviera muy ocupada''.
Yo no sabía que estaba enfermo, nos dimos un largo y apretado abrazo y le dije que esperábamos su participación en la muestra que preparamos para el verano, donde él, a más de expositor, desarrollaría una de sus acciones teatrísticas, ahora en torno de la serpiente, la serpiente que se muerde la cola, símbolo del tiempo.
Nos causó gran dolor su pérdida y a su recuerdo, que en lo personal me acompañará toda la vida, está dedicada esta nota que con cariño ofrendo a su viuda, a sus hijas y a todos los que lo quisieron, que fueron muchos, en varias latitudes.