Elizabeth Ross
Marcos Kurtycz, serpiente inconclusa

Marcos Kurtycz, K the Snaker, K el Viborero, murió el miércoles 13 de marzo en San Pedro de los Pinos, Ciudad de México, a ocho días de cumplir 62 años. El mismo día, pero en la lejana Varsovia, falleció también el director de cine Krzysztof Kieslowski.

Algo nos querrá decir la vida cuando el mismo día se van dos grandes artistas, dos polacos emparentados, además, por su obsesivo hurgar en la alma. Las películas de Kieslowski las he visto y son sin duda obras maestras, pero a Marcos lo conocí de cerca, y puedo asegurar que su vida y obra son arte puro.

Iniciador del arte-acción en México, Kurtycz llenó espacios que después tomaron los artistas jóvenes atraídos por el llamado también performance. Pero su obra no es posible catalogarla en un solo plano. La indeleble huella de Marcos queda en la multitud de libros que diseñó, en una gran cantidad de arte-factos, de esculturas permanentes y efímeras, de carteles y arte postal destinados a abrir la grieta de la conciencia, que Kurtycz siempre fue un guerrero de la libertad.

Y sus acciones, poderosas ceremonias rituales en que los cuatro elementos de la vida: aire, agua, tierra y fuego, completan con su ser, con su propio cuerpo, las herramientas utilizadas para catalizar emociones y conceptos, tan efímeras como la vida misma, pero guardadas cuidadosamente en la memoria colectiva, que no es sino energía acumulada.

Hará unos seis años que Marcos Kurtycz adoptó a la serpiente como nahual. Serpiente. Ser 3.1416 ente, ser circular y perfecto, la eternidad y su misterio. Marcoatl cambia de cara como de piel para parir su facenake, gace-snake, cariculebra que une dos de sus obsesiones: el rostro humano y el monstruo de la tierra, que juntos le abren campos infinitos en su accionar. Porque el rostro es misterio humano. Ojos que todo lo ven, bocas que todo lo callan.

Salen de los árboles, de la tierra, de los libros. Son de papel, cuero, metal, cerámica, plástico. Son de mapas, cierres; cualquier desperdicio humano crea caras, las caras del hombre que se asoman multiplicadas con sus muecas al espejo, descarnadas o cubiertas de afeites, por gruesa o por docena, lineales o abigarradas. Las caras de Kurtycz, las caras cambiantes, regeneradoras de sí mismas, se sucedieron tan velozmente que devinieron en una larga serpiente. Y se muerde la cola.

En París, Nueva York, Tokio, Quebec, las plazas de nuestra provincia o las estaciones del metro, sus serpientes y su fuego, su cara doble y sus pies descalzos siempre hablaron y dijeron. Siempre a la vanguardia, siempre en el filo, siempre al margen de los reflectores, Kurtycz nunca dejó de trabajar, de jugar con fuego para desenmascarar el verdadero rostro que somos.

Marcoatl fue siempre en extremo generoso. De sus múltiples bolsillos salían fotografías, caras, libros, textos, que regalaba con gusto si se sentía bien con alguien. Esta vez, el pasado miércoles en muy mala hora, la Serpiente Maligna irrumpió tajante en su bodysnake tanto el proyecto en el que trabajaba como en su propio cuerpo de culebrero, para impedirle culminar su ciclo: regresar a la Polonia de su infancia, ya sin guerra y con las víboras en la mano. Eso, eso sí que le ha de haber dolido.

Marcos deja dos hijas, Anna y Alejandra, dos compañeras de su vida, Mercedes y Ana María, y muchos corazones dolidos, pero también una magnífica obra nada convencional, obra de ideas y emociones, profunda y verdadera.

Por mi lado, extrañaré al artista genial, al colaborador, al amigo querido. Extrañaré su voz maravillosa, sus osadías, su lenguaje, su gran cariño. Y mantendré la memoria de Marcos Kurtycz: lumbre, machetazo, vértigo, matriz, culebra, confrontación. Un artista a todo lo ancho y lo largo de su ser.