Los borradores de la Ley de Fomento Económico para el Distrito Federal, como otros programas del actual gobierno federal y del DF, toman a los estímulos y exenciones fiscales como mecanismo esencial para impulsar el crecimiento económico, la creación de empleo, el incremento de las exportaciones o la reconversión tecnológica para reducir la contaminación ambiental en esta parte de la gran ciudad. Se aplicarían sobre todo a las micro, pequeñas y medianas empresas.
Esta política resulta paradójica. Los estímulos y exenciones fiscales fueron usados profusamente por el tan criticado (por los neoliberales en el poder) intervencionismo estatal desde los años 40, para lograr la industrialización en diversos lugares del país, o para desconcentrar la existente en la capital y revertir la concentración urbana. En condiciones de importante presencia del Estado en la economía y crecimiento sostenido de ella, las medidas fiscales no lograron sus metas; o se neutralizaron sus efectos al generalizarse a casi todo el territorio, o impulsaron más la concentración industrial en las metrópolis. Todo indicaba que no bastaban para lograr estos objetivos.
La paradoja de hoy es que en medio de un esquema de ``libre juego de las fuerzas de mercado'' (irreal en la época de hegemonía de los grandes monopolios trasnacionales), y de ``penalización de las empresas ineficientes'', se recurra a mecanismos que distorsionan este ``libre juego'' y buscan generar ventajas no derivados de la relación de mercado, para las empresas tomadas como objetivo del programa. No nos extrañaría esta contradicción lógica de los pragmáticos neoliberales locales, ni nos molestaría su uso, si pensáramos que pudiera tener éxito e impulsar este tipo de industrias en la capital; el fin justificaría los medios heterodoxos (o intervencionistas) utilizados.
Lamentablemente no creemos que estas medidas tengan éxito.
No son los impuestos prediales, los costos de las licencias y permisos oficiales, o el 2 por ciento al activo fijo de las empresas, lo que ha destruido a las micro, pequeñas y medianas empresas y hoy impide su renacimiento y desarrollo. Las causas están en el conjunto de las políticas económicas neoliberales. Durante 20 años, la contracción constante y rápida de los ingresos de la población, por la política autoritaria de reducción del salario real, fue contrayendo (y lo sigue haciendo), el mercado interno en general y el de estas empresas en particular, incapaces de enfrentarse en el mercado a los grandes monopolios. La liberación abrupta e incondicional del mercado internacional las colocó en condiciones de desigual competencia con los productos importados y les quitó una parte importante del cada vez más reducido mercado interno. Las devaluaciones sucesivas encarecieron las materias primas y las maquinarias importadas, en un momento en que es necesaria su modernización tecnológica para competir, o para reducir su aporte a la contaminación ambiental. Las altísimas tasas de interés vigentes, para compensar la inflación recurrente y atraer capital especulativo externo, de un golpe redujeron la demanda interna al contraer las ventas a crédito e hicieron imposible su acceso al capital para invertir en su instalación o modernización, para alimentar el proceso de producción, o simplemente las llevaron a la quiebra. La crisis de la banca, expresión de estas contradicciones, redujo el crédito bancario y lo concentró en las grandes empresas monopólicas.
No son estos impuestos los enemigos fundamentales de los pequeños productores, ni su reducción en una mínima proporción, lo que va a salvarlos de la quiebra o moverlos a la inversión. En este marco, la tendencia, irreversible por razones objetivas o por la orientación de la práctica gubernamental, será que los estímulos o exenciones fiscales vayan a parar a las grandes empresas monopólicas que tienen condiciones de competitividad en el mercado interno y externo, que pueden modernizarse tecnológicamente, que controlan los hilos de la mercadotecnia y pueden exportar, que tienen cómo invertir y manejan relaciones privilegiadas y discrecionales con la banca y los gobiernos federal y distrital. El efecto será una mayor concentración monopólica y mayor destrucción de micro, pequeñas y medianas empresas, es decir, lo contrario al objetivo publicitado, puramente demagógico.
Más significativo para avanzar en la promoción de las micro, pequeñas y medianas empresas en el DF y el país sería un cambio radical en las políticas económicas, en varios sentidos: la recuperación del poder adquisitivo real de los salarios mediante su incremento por encima de los índices inflacionarios reales, para dinamizar la demanda y el mercado internos; redefinición de las reglas del juego del libre mercado para las empresas y los sectores débiles; una política monetaria que estabilice el mercado cambiario a mediano plazo y evite las bruscas devaluaciones, dando seguridad al pequeño empresario en sus costos ligados a la importación; la reducción significativa de las tasas de interés bancario y un importante aumento del crédito etiquetado para los pequeños productores; créditos blandos para su modernización técnica y organizacional ambientalmente limpia; entre otras medidas. En un marco económico global de esta naturaleza, los estímulos fiscales podrían ayudar; en el marco actual, no. Si la política neoliberal es inmodificable para el actual gobierno, la mayoría de los pequeños productores está condenada a desaparecer en la capital.
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