El sábado 16 de marzo, el secretario de la Defensa William Perry anunció que las Fuerzas Armadas de Estados Unidos y México realizarán maniobras conjuntas en mar y tierra. El domingo la Secretaría de Relaciones Exteriores rechazó en un comunicado lo dicho por Perry, lo que luego respaldarían declaraciones de militares mexicanos. El lunes el Pentágono aclaró a los corresponsales de La Jornada en Washington, Jim Cason y David Brooks, que no hay acuerdos concretos pero que el tema está bajo discusión mientras que, en México, la embajada de Estados Unidos enredaba más el asunto al decir que Estados Unidos ``no tiene planes para realizar ejercicios aéreos, navales o militares conjuntos con México''. A quién creerle?La pregunta es difícil de responder porque toca la temática más espesa de la relación bilateral. En los asuntos más delicados como narcotráfico y relaciones entre las estructuras de seguridad hay un acuerdo informal que dificulta saber lo que pasa. La regla es que se dialogue y se establezcan convenios de colaboración, siempre y cuando sea con discreción. En caso de que se conozca de los compromisos la costumbre es que los mexicanos lo rechacen en público, y que los estadunidenses se callen para ayudar a preservar la imagen nacionalista de los gobernantes mexicanos. Es un juego que combina imágenes y realidad de tal manera que cuesta trabajo separar la esencia de la forma.
Un ejemplo: en mayo de 1986 el senador Jesse Helms organizó unas audiencias en las que altos funcionarios del gobierno de Ronald Reagan se dieron vuelo criticando al gobierno mexicano. Uno de ellos, el comisionado de Aduanas William von Raab aseguró que ``el problema de las drogas'' en México estaba ``totalmente fuera de control'' y que el gobierno mexicano sólo mostraba ``ineptitud y corrupción''. Remató su perorata diciendo que sus opiniones las compartía todo el ``ejecutivo''.
El gobierno mexicano se enfureció con lo dicho en estas audiencias y presentó una fuerte nota de protesta ante la Casa Blanca. Un ``importante funcionario mexicano'' declaró al New York Times que la forma en que Washington respondiera a esa nota de protesta ``muy probablemente determinaría el curso futuro de las relaciones''.
La reacción de Washington fue conciliadora. El secretario de Estado asistente, Elliot Abrams, envió una carta amable al gobierno y el procurador Edwin Meese criticó públicamente a Von Raab. Con este tipo de pruebas, la versión oficial que corrió en México fue destacar la defensa que se hacía de la soberanía ante el intervencionismo yankee. De acuerdo al New York Times, eso ``complació a los mexicanos, que lo interpretaron como si hubieran enfrentado al gigante y éste hubiera dado marcha atrás''. Y la colaboración en el combate a las drogas continuó.
En privado, el gobierno de Estados Unidos vio el incidente como una maniobra del gobierno mexicano diseñada para ``apaciguar a la oposición'' interna. Washington apuntaló la imagen nacionalista del régimen mexicano porque de acuerdo a un funcionario estadunidense de alto nivel los ``mexicanos son excepcionalmente sensibles a las críticas de Estados Unidos. De haberse mantenido el enfrentamiento, hubiera sido muy difícil sacar adelante algunas iniciativas muy importantes'' en el terreno de la colaboración mexicana para combatir las drogas.
He podido documentar este juego de imágenes en otras ocasiones. Si vemos lo declarado por el secretario de la Defensa William Perry en este marco sus palabras tienen tres explicaciones: (a) dijo la verdad y ya existe un compromiso secreto para realizar maniobras militares conjuntas; (b) mintió deliberadamente por motivos que desconocemos (tal vez para probar los reflejos de la opinión pública y de las Fuerzas Armadas mexicanas); o, (c) expresó lo que Estados Unidos está buscando y espera obtener.
Me inclino por la posibilidad (c), porque es consistente con otra vertiente de esa parte de la relación. Pese a ser vecinos de una potencia mundial, el gobierno mexicano y las Fuerzas Armadas han tenido la capacidad de mantener a distancia a los estadunidenses (lo que pone a México en una categoría aparte en el hemisferio).
La postura mexicana viene de una mezcla de impulsos nacionalistas y consideraciones pragmáticas que nunca ha dejado satisfecha a la potencia que ha intentado llegar a una alianza militar formal o, cuando menos, a un acercamiento permanente e intenso con los militares mexicanos. Una y otra vez se ha rechazado su pretensión.
El arquitecto José Remus Galván acaba de recordar en una carta enviada a La Jornada (18 de marzo) el papel jugado por un tío suyo, el almirante Manuel Zermeño Araico, para evitar que Washington obtuviera bases permanentes en México en los años de la segunda Guerra Mundial. Existen muchas historias similares (durante la guerra de Corea Estados Unidos hizo hasta lo imposible para lograr que México enviara un contingente militar) sobre pretensiones estadunidenses de ese tipo. Hasta ahora han fracasado porque una de las tesis mexicanas es que no salgan nuestras tropas a pelear al exterior, y que no estén bajo el mando de extranjeros.
En los últimos años se ha ido erosionando el consenso de que esa autonomía militar va en el interés nacional. Al interior del régimen hay voces que, invocando el pragmatismo, aceptarían una política diferente. Un antecedente cercano se dio durante la Guerra del Golfo Pérsico.
En esa ocasión el presidente Carlos Salinas declaró al caricaturista estadunidense, Ranen R. Lurie, que México ``estaría dispuesto a participar como decida el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Si el Consejo considera que la presencia de México en una fuerza multilateral sería de utilidad, México estaría dispuesto a hacerlo''. Con esa declaración Salinas confirmaba el poco respeto que le merecía el sumiso Senado que es quien tiene la atribución constitucional de autorizar la ``salida de tropas nacionales fuera de los límites del país'', y daba un ejemplo del mexicano dispuesto a entregar todo para ganarse la buena voluntad estadunidense. Pero estas posiciones no triunfan... todavía.
Si es cierto, como argumento, que la declaración de Perry expresa una intención del gobierno estadunidense hay que creerle a la Cancillería mexicana. Como el Pentágono no cejará en sus intenciones, la pregunta relevante sería: resistirá el gobierno mexicano y/o las Fuerzas Armadas las presiones sobre éste que es el último bastión del nacionalismo mexicano?