Olga Harmony
En esta esquina

El Foro teatro contemporáneo presenta un ciclo de obras mexicanas bajo el agresivo título de En esta esquina, que lo mismo se puede aplicar a un encuentro boxístico que a la ubicación del Foro. Salvo el texto de Carmina Narro, ninguna de las obras hace referencia al título y cabría preguntarse entre quiénes se desarrolla la pelea; si lo que plantea el ciclo es un encuentro con el público, su desconcertante título haría pensar en un teatro polémico con planteamientos que dieran pábulo a la discusión. Nada de esto parece ocurrir porque los textos, con excepción del de Estela Leñero, no acuden a una realidad nuestra, a algunos de los múltiples hechos que nos agreden y nos conciernen. Quizás, por la originalidad de su tema, la obra de Luis Eduardo Reyes genere polémicas, dado que los avances técnicos inciden en los cambios que transforman un mundo del que todos somos parte.

La visitante de María Muro recuerda muy de cerca el ménage a trois de La invitada de Simone de Beauvoir, lo que se refuerza por las canciones francesas que la autora y directora elige como fondo sonoro (aunque el inicio, con Lili Marlene, cantado por la Dietrich desconcierte un poco: algunas canciones son ya referencia de movimientos políticos y el espectador, al principio, no puede menos que pensar en el nazismo) y a los nombres de los poetas predilectos de Beatriz, así como los personajes sobre los que la propia Beatriz indaga para escribir su obra. Pronto se hace evidente que las relaciones amorosas entre Beatriz, Norma y Gustavo son un pretexto para proponer una reflexión acerca del acto creativo, en el que la escribana en principio una especie de hombre negro del teatro oriental se incorpora al drama y se descubre como la autora del mismo. Muro propone un lenguaje no cotidiano y excesivamente pulido para destacar lo abstracto de su texto, pero desgraciadamente sus actores no tienen todavía la capacidad suficiente para que se convierta en otra realidad, una realidad teatral; dos de ellos, resultan demasiado jóvenes para los papeles que desempeñan. Por ello, y a pesar de la cuidadosa dirección, el montaje no resulta del todo convincente.

La escenificación anterior se presenta en el Foro jueves y viernes. Los fines de semana conviven tres obras cortas, la primera de las cuales es Round de sombras. Carmina Narro construye y dirige un texto encaminado a un final fuertemente influido por algunos relatos decimonónicos. Sin embargo, su aptitud como dramaturga y directora logra, sobre todo por los acertados diálogos que logran perfilar a los personajes y revelar el degradado infierno que fue su matrimonio, un texto interesante y creíble. Por alguna curiosa razón, la más joven y con menor trayectoria de quienes integran este ciclo es la que cuenta con los actores más profesionales. Surya Mcgregor, bella y excelente en sus reacciones; Alvaro Guerrero, quien matiza el estado enfermizo de Andrés, aunque a mi juicio alarga en demasía las pausas.

A manera de entremés, en otro espacio del Foro se presenta En lo oscurito, en el que Estela Leñero trata el desagradable asunto de una violación, pero con una vuelta de tuerca que desnuda muchos rasgos del machismo mexicano. Esta vez la dramaturga no dirige su propio texto, que en manos de Víctor Weinstock y Vladimir Bojórquez pierde por completo su intención agridulce. A oscuras literalmente, y con la escasa luz que entra por una ventana, vemos de pie una figura femenina a la que rondan, todo el tiempo la rondan, dos figuras masculinas; los tres dicen unos parlamentos que sin ningún apoyo se antojan repetitivos. Una búsqueda formal que arroja magros resultados.

Luis Eduardo Reyes propone en Bajo distintas formas una obra que se aproxima a la ciencia ficción y que es un hallazgo en sus dos vertientes: la confusión de identidades entre el programador y su propio holograma y la del encuentro en alguna dimensión del holograma y un fantasma, el personaje que quizás requeriría de un mayor tratamiento por parte del autor. Reyes, asimismo, toca tangencialmente el problema de las distintas soledades, en su original y muy bien dosificada obra. Como director, contó con la presencia de los gemelos Antonio y Jorge Brenan, quienes pueden encarnar sus reflejos papeles sin recurrir a ningún trucaje. En cambio, Arturo Barba intenta movimientos fluctuantes y ondulatorios que ya en la realidad escénica no hacen pensar en un fantasma, sino en alguien con algún daño neurológico; hay que reconocer que a este actor no lo ayuda la falta de producción: con un traje blanco de pasadas épocas, en lugar de los pants y la camiseta con que se presenta, Barba hubiera podido proyectar de buen modo a su fantasma sin tener que recurrir a esos extraños movimientos.Sin mayores apoyos de producción, a no ser la iluminación de Xótchil González para La visitante y de Carlos Trejo para las otras tres escenificaciones, éstas se atienen a las bondades mayores o menores de los propios textos y de quienes los interpretan. A medio camino entre el teatro de cámara con todos sus requerimientos y las lecturas escenificadas, esta riesgosa modalidad supone otra búsqueda en los hoy muy difíciles caminos del teatro.