Ante un mundo en vertiginoso cambio, también los nacionalismos han de cambiar. De hecho ya están cambiando, y México no es la excepción. El problema es el contenido y la dirección del cambio.
Por lo pronto, la globalización está alimentando dos cambios extremos en materia de nacionalismo. Por un lado, a manera de reacción instintiva contra el filo desnacionalizador de la globalización, se reactiva un nacionalismo fundamentalista. Uno que está llevando al fanatismo más violento, como en la ex Yugoslavia. En el otro extremo, el tipo de globalización en curso está convirtiendo al viejo nacionalismo en un desnacionalismo. Es el caso del México de nuestros días; el mismo que, a base de tanta modernización, ha hecho del nacionalismo algo de plano retórico o superfluo, cuando no un ``lastre premoderno''.
Lo cierto es que tal desnacionalismo no ha logrado sino profundizar el atraso de México (salvo contados islotes ultramodernos, si se quiere). Ahora mismo, la inminente venta de la petroquímica ilustra bien la irracionalidad del moderno desnacionalismo mexicano. Siendo más globalizador que las potencias globalizadoras; tragándose por completo el anzuelo neoliberal, el bloque gobernante en México se apresta a culminar la privatización/extranjerización de la mismísima industria petrolera. Una industria tan importante para México, como es la militar para Estados Unidos, por decir algo.
Una cosa es la inoperancia de los viejos nacionalismos, y otra, la supuesta invigencia de todo nacionalismo. Inclusive las grandes potencias, que son quienes promueven la actual globalización desnacionalizadora, no se atreven a renunciar a sus propios nacionalismos. Más aún, como ha advertido una y otra vez Carlos Fuentes, Estados Unidos es hoy el país más nacionalista. Así, si el nacionalismo permanece como una necesidad acuciante para las propias potencias globalizadoras, para países como el nuestro sencillamente en su última tabla de salvación. Salvación de la oportunidad para seguir existiendo como una comunidad con identidad propia; no con mucho voto, pero al menos, todavía con voz.
Más que nunca, esa identidad se afinca hoy en los lazos culturales. Tanto así, que el norteamericano Samuel Huntington considera al ``choque de civilizaciones'' como el motor del mundo moderno. Claro está que si tal choque se alimenta con chovinismos culturales, el mundo será más bien el viejo, violento mundo. Saludablemente distinto será, si abre paso al nuevo nacionalismo requerido: internacionalista y no cerrado; constructivo y no reactivo ni opresivo; enraizado en los valores propios pero siempre abierto a su enriquecimiento con los valores de otros; respetuoso de éstos pero sin despreciar, mucho menos mellar, la cultura nacional.
Aquí llegamos a la trascendencia última de nuestra industria petrolera. Su nacionalización en 1938 es ya parte de las mejores tradiciones culturales de México. Es algo que, por decir lo menos, nos enseñó a confiar en nosotros mismos como sujetos capaces de: 1) unirse, pueblo y gobierno, en torno a causas legítimas, 2) mantener a flote una industria supuestamente manejable sólo por las potencias industriales; y 3) poner un límite a los abusos de esas potencias. Quién duda de la necesidad de conservar y reactivar, ahora mismo, esas capacidades? Quién podría negar que estas capacidades son ingredientes clave del nuevo nacionalismo requerido? O, acaso el nuevo nacionalismo ha de alimentarse sólo de estadísticas macroeconómicas y de discursos macrodemagógicos?Desde razones de seguridad nacional, hasta su potencial como palanca de desarrollo, aconsejan la preservación de la industria petrolera bajo el control del Estado, aunque ciertamente de un Estado en verdad moderno: honesto, eficiente, democrático. Pero también lo aconsejan razones de orden cultural, como las anotadas. Si no las atendemos, México acabará de plano desfigurado por el actual desnacionalismo.
La riqueza cultural de México es suficientemente grande y generosa para prohijar el nuevo nacionalismo requerido. Es, para decirlo con el lenguaje de los tecnócratas, su mejor ``ventaja comparativa'' para competir en el mundo de la globalización. Y, después de todo, dicha riqueza se nutre de gestas históricas como la expropiación del petróleo.