Coincidamos o no con sus ideas para la intervención de monumentos históricos, siempre resulta grato y estimulante volver la mirada a los trabajos arquitectónicos de Teodoro González de León, siempre inteligentes y ordenados nos dice Octavio Paz como la ``arquitectura de Paladio'', además de afinados ``como una sonata''.
Las obras de González de León han mantenido siempre, pese a la relativa influencia de Le Corbusier, su propia identidad mediante diseños audaces y simples, limpios en sus soluciones geométricas de volúmenes e intersecciones, así como amplios espacios múltiples integrados tanto a la composición plástica como al entorno natural.
Su estilo, alejado de modas internacionales, prosigue el uso de elementos tradicionales en la arquitectura mexicana como el claustro, llevándolo a su máxima expresión en el edificio de El Colegio de México (1974-1975). Tres son los elementos distintivos en sus construcciones públicas: el patio, la doble crujía y el empleo del concreto aparente. En las fachadas, el diseño de pequeñas y remetidas aperturas fungen como defensa climática, y el manejo de grandes espacios asimétricos con claroscuros dignifican las obras.
Fructíferos han sido sus ejercicios colectivos del arte de proyectar y construir, desde su primera producción privada la Casa Catán (1953) en colaboración con Armando Franco (y ambos reconocidos por un proyecto para la Ciudad Universitaria), hasta el edificio Hewlett Packard (1993-1995) trabajado con Juan Francisco Serrano Cacho. Con este último también llevó a cabo, en Villahermosa, a lo largo de cuatro años, los trabajos del Parque Tomás Garrido Canabal con su monumental serie de plataformas de inspiración prehispánica, la Biblioteca Pública Estatal José María Pino Suárez a la orilla del Río Grijalva y el Centro Administrativo para el Gobierno del Estado, además del Palacio de Justicia Federal (1988-1992) en la ciudad de México.
Congruencia y respeto mutuo caracterizan el quehacer arquitectónico realizado al lado de Abraham Zabludovsky, iniciado en 1968 con la Casa Cuevas y llevado a su máxima expresión en obras como la Embajada de México en Brasilia (1973-1975), el citado edificio del Colmex, la Torre Manhattan (1975) con escultura de Mathias Goeritz, el Museo Rufino Tamayo (1981) cuya volumetría exterior escalonada con taludes cubiertos de vegetación logra una singular mímesis dentro del Bosque de Chapultepec, el Edificio Capuchinas (1988-1989) donde la fachada de concreto se integra y prolonga la del palacio novohispano de los Condes de San Mateo de Valparaíso, y el Centro Financiero Banamex (1988-1989) que obtuvo el gran premio de la Bienal de Buenos Aires 89, además del Auditorio Nacional (1990-1991) con su monumental marco de acceso que alberga esculturas de Vicente Rojo y Juan Soriano.
Tampoco olvidemos los afanes de planificación y urbanismo que el arquitecto manifestó desde su primera época, dirigidos primordialmente a solucionar los crecientes problemas de vivienda multifamiliar. Por ello, desde 1957 parte de su producción la enfocó a unidades habitacionales como la José Clemente Orozco en Guadalajara, la de Ciudad Sahagún (1962) y el conjunto Ex hacienda de Enmedio (1976) en la capital. De los elaborados también con Zabludovsky sobresalen el Vallejo-La Patera (1970-1973) y el Mixcoac-Lomas de Plateros (1969-1971) con obra de Goeritz, amén de muchos otros edificios de departamentos en el valle de México.La revisión de esta magna producción arquitectónica entre cuyos trabajos más recientes se cuenta la sede del Fondo de Cultura Económica (1990-1992), merecedor del Gran Premio de la Séptima Trienal Mundial de Arquitectura Interarch'94, nos muestra cuán factible es llevar a cabo, en nuestros días, trabajos bien adecuados al medio urbano y natural, respetuosos y correctos en el uso de los sistemas constructivos. La obra de Teodoro González de León afronta, con seguridad, el desafío definido por Ramón Gutiérrez como verdadera vanguardia cultural: la búsqueda de un lenguaje personal que permita concordar funcionalidad con calidad.
La arquitectura mexicana vive un momento de cambio señalaba el creador al recibir el Premio Nacional de Artes 1982. ``Viejas lecciones y nuevas perspectivas alientan hoy a renovar nuestra búsqueda plástica y la de otras soluciones arquitectónicas que sirvan con más eficiencia'' a nuestro país. Sus innumerables proyectos realizados, digna secuencia del arte mexicano en sostenida evolución, configuran ya el patrimonio arquitectónico de nuestro tiempo que, sin duda alguna, deberemos preservar para el futuro.