Emilio Krieger
La ignominia del trabajo infantil
(Primera parte)

Con motivo de la instalación en México, el próximo 22 de marzo, del Tribunal Internacional Independiente contra el Trabajo Infantil, con la asistencia de delegados de muchos países, me permito publicar estos comentarios sobre la inverecundia de la política neoliberal tan ajena a la Constitución mexicana como a los más altos valores humanos.

Es una verdad generalmente aceptada que el origen de los satisfactores y de los servicios que producen los seres humanos se encuentra en la fuerza de trabajo que en ellos se incorpora. El trabajo y sólo el trabajo, es el creador de los bienes destinados a satisfacer las necesidades más o menos auténticas y respetables de los seres humanos. Desde la labor campesina que saca de la entraña de la tierra los cereales necesarios para la alimentación, hasta las bombas atómicas o no que producen las grandes concentraciones de la industria militar contemporánea; desde el petróleo extraído por el hombre para mover gran parte del aparato productivo hasta las drogas cultivadas por manos de campesinos hambrientos en muchas partes del Mundo y consumidas por buena parte de los ricos, Blancos, Rubios y civilizados cristianos o por sus compatriotas de color, todos son productos y servicios que provienen del trabajo humano.

Cuando los procesos generadores de bienes y servicios se originan en un sistema capitalista, dominado por la sagrada institución de la propiedad privada y alentada por el noble espiritu de lucro, tales bienes y servicios dejan de ser calificados con el anticuado mote de satisfactores y se convierten en ``mercancías'', cuya valoración económica resulta del precio en dinero que alcanzan y no por su eficacia como satisfactores.

Por otra parte, el valor y la dignidad del trabajo, como atributos propio de la especie humana, dejan de ser considerados como signos de alto nivel moral y se transforman en meras quimeras de filósofos humanistas que aún postulan el gran valor y la elevada dignidad del trabajo humano.

La concepción mercantil y la valoración capitalista del esfuerzo productivo del ser humano nos han llevado a múltiples desviaciones y degradaciones morales, cuya raíz se encuentra en la explotación del trabajo que constituye su base, a pesar de los monetaristas, quienes en el presente encuentran sus más puros ejemplares en los practicantes y defensores del neo-liberalismo, empobrecedor de los más y explotador de miles de millones de trabajadores quienes con su fuerza personal mal pagada producen alimentos, vestidos, medicinas y muchos satisfactores más para la humanidad entera.

Una de las lacras morales del capitalismo globalizador de nuestra era, se encuentra en que, empujado por su insaciable codicia, explota a todos los seres humanos que en el mundo viven de la venta forzosa de su capacidad de producción. Ese afán de acumulación de ganancias ha llevado a los grandes empresarios y a sus secuaces, a la explotación de todos los seres humanos que caen en sus manos. Lo mismo blancos sin recursos, que negros sin alimentos, o amarillos o cobrizos macilentos; lo mismo hombres que mujeres, y lo mismo adultos, que ancianos decrépitos o niños apenas de pocos años. Todos son bocados suculentos para quienes están ávidos de succionar su fuerza de trabajo útil para producir mercancias, cuya comercialización sea fuente lucrativa.

Seguramente, una de las formas más repugnantes, más innobles, más despreciables de la explotación del trabajo es la que se lleva al cabo en contra de los menores de edad, a quienes en muchos países, en muchas regiones y de muchas maneras, se les sustrae su incipiente, débil capacidad o fuerza de trabajo, con peligro, inclusive, de su salud o de su vida. El trabajo infantil es, en su raiz, una lacra moral que priva a los niños del disfrute de derechos humanos esenciales, como son el juego, la alegría, el descanso, la preparación y la educación, el disfrute de una vida familiar sana y, en cambio, los ata a un oprobioso esfuerzo que, además de impedirles el disfrute de su niñez, los veda e incapacita para construir una preparación y un desarrollo que los convierta, en su oportunidad, en adultos sanos, capaces y productivos.

El trabajo infantil, además del agravio descomunal que representa para los niños que los sufren es, además, una peligrosa amenaza para los niveles salariales de los mayores, que se encuentran asediados por ``un ejército industrial infantil de reserva'' que inocentemente se convierte en una sistemática presión contra los niveles salariales adultos.

Por otra parte, las horas que los niños se ven obligados a consagrar al trabajo mal pagado, no sólo les limitan en el ejercicio de sus derechos a jugar o a prepararse, sino también los apartan de la convivencia familiar y los convierten en huérfanos sociales extenuados por el abandono, la penuria y el agotador trabajo excesivo.