La Jornada 23 de marzo de 1996

Silencio del gobierno local; se confirma la muerte de un policía Horas después del finiquito agrario, la CIOAC, una de las firmantes, resultó con dos dirigentes muertos y 59 militantes presos Pertenece al banquero prófugo Carlos Cabal Peniche el San Luis, desalojado en Pichucalco

Hermann Bellinghausen, enviado, Tuxtla Gutiérrez, Chis., 22 de marzo La policía en estos rumbos es pesada, si se le compara, por ejemplo, con la del Distrito Federal. Aquí el traslado de efectivos se realiza de manera similar al de las tropas. Por las calles del centro y la periferia, así como por las carreteras y caminos del norte y los valles centrales, pasan camiones de tres y cinco toneladas con batallones de azul, armados, con toda la agitación que provoca su mero paso.

De repente, un camión lleno de policías se detiene a una calle de la catedral de San Marcos. De él saltan unos 10 elementos, empuñando su arma. Se la acomodan. Entran a una miscelánea para un operativo rápido: quieren comprar papitas y refrescos. La mujer tras el mostrador se pega tremendo susto.

``Y eso que ya estoy acostumbrada a tanta policía'', explicará más tarde. ``Pero como entraron tan de repente, y las noticias están pues feas, pues me espanté''.

No se peca de subjetivo si se afirma que el estado de Chiapas se encuentra militarizado y ocupado por las policías. El gobierno estatal considera que así se mantendrá el orden, de su ``yo'' deteriorado en esta entidad.

Pero tanta presencia de fuerza pública y tan activa, va acompañada de un clima de inconformidad y en ocasiones beligerancia (defensiva por lo regular) en vastas regiones, lo cual crea una zozobra que se resiste a las buenas intenciones del discurso oficial.

¿Punto final?

El publicitado y espectacular finiquito agrario en Chiapas, que acaba de llenar la boca a los funcionarios y sus comentaristas, ha encontrado en pocos días una dura realidad. ¿En qué se traduce que en el papel hayan firmado 69 organizaciones (vaya número), incluida la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos (CIOAC)?

Horas después del acuerdo de la cúpula con los gobiernos federal y estatal, la CIOAC perdió a dos dirigentes y tiene 59 militantes presos por un desalojo en las tierras de un banquero (quien resulta, casualmente, prófugo de la justicia: Carlos Cabal Peniche), ocupadas por miembros de la organización: las bases.

La afirmación de que terminó el conflicto agrario en el estado, pareció desde el primer momento un tour de force considerable. La violencia cotidiana que provocan en Chiapas los problemas de tierras (con ocupaciones y plantones por todas partes y respuestas punitivas de fuerzas del orden y grupos armados parapoliciacos) aunados al levantamiento zapatista (ahora en proceso de negociación) ponen en entredicho la certidumbre de tal presunta pax agraria.

El conflicto en Nicolás Ruiz, municipio gobernado por un Partido de la Revolución Democrática sin oposición priísta, de comunidades extraordinariamente organizados, no data de los años del neoliberalismo reciente, ni siquiera del apogeo posrevolucionario, sino del siglo pasado.

Habitado por una mayoría tzeltal y tzotzil, ha sido rebelde por años. Ultimamente apoyó al gobierno en rebeldía de Amado Avendaño, a quien los pobladores siguen considerando su gobernador, y en asamblea han declarado su simpatía por el movimiento zapatista. El municipio de Nicolás Ruiz protagonizó una de los conflictos electorales más significativos del año pasado y sus habitantes se salieron con la suya.

El desalojo violento de Gran Poder y sus consecuencias, ocurren durante la mesa de diálogo en San Cristóbal y San Andrés. Seguramente hay motivos que justifiquen la súbita prisa por desalojar a los invasores de ese municipio, entre los cientos de casos que abundan en el estado.

No vayan siendo chisguetes de gasolina al fuego que se quiere apaciguar.

Hojitas de hierbabuena

``Quien dice la verdá tiene la boca fresca como si masticara hojitas de hierbabuena, y tiene los dientes limpios, porque no hay lodo en su corazón'', decía el viejo tata Juan en el cuento Quien dice la verdad, de Eraclio Zepeda, publicado en 1959.

La noche del 21 de marzo de 1996, en su carácter de secretario de Gobierno de Chiapas, Eraclio Zepeda citó a una conferencia de prensa, donde calificó de ``ejemplar'' la actuación de la Policía de Seguridad Pública del estado en los cien predios que han sido desalojados; según la nota de Juan Balboa, dijo: ``esta no es una policía de la represión ni está contra el pueblo''.

El funcionario hablaba después de las seis horas de balazos en el predio Gran Poder, donde tres campesinos del municipio Nicolás Ruiz, murieron por parte de la policía de Seguridad Pública, y al parecer un policía también fue muerto por balas presuntamente disparadas por los mismos campesinos.

Anteayer Pichucalco, ayer Nicolás Ruiz

Ocho muertos en dos días, aplicando la ley de desalojos; más de cien detenidos y más de 30 heridos.

Entre el libro Benzulul y la conferencia de prensa anoche median muchos años y muchísimas palabras, pero Quien dice verdad todavía se lee como un espléndido relato, simple y exasperante, sobre el hombre y la verdad. Sebastián Pérez Tul ``nunca dijo palabra que no encerrara verdad'', dice el narrador, ``nunca tembló ante las penas'' y ``vivía en paz con su corazón''. Su historia es la del indio que mata en defensa propia, de su dignidad y el honor de su hija, a un ladino comerciante en aguardiente, y luego no huye de la justicia pudiendo hacerlo. Todos le aconsejan escapar (``¡Juyite! te podés juyir'') y él, Sebastián, obstinado, se queda para entregarse.

``Aquel que hiere debe ser herido y aquel que cura debe ser curado, y el que es matador debe ser matado, y el que perdona debe ser olvidado en sus faltas'', reza la ética cabrona del viejo tata Juan. ``Pero el que hace daño y huye, no tiene amor en sus espaldas, y hay espinas en sus párpados y el sueño le causa dolor y ya no puede volver a cantar''.

Sebastián Pérez Tul se queda, enfrenta a la policía, no niega su delito, casi como el Preso Número Nueve, y las fuerzas del orden, hallándolo culpable, y por ahorrarse el traslado, el juicio y la prisión, lo acribillan allí nomás. Todos en el pueblo le habían advertido, pero Sebastián a su vez había dicho al prepotente vendedor de trago que, si lo buscaba, se lo iba a cerrajar, con el castigo aceptado de antemano.

Sobrecogedor en su sencillez, de que heredero de la literatura indigenista, Quien dice verdad, costumbrista como es, posee resonancias universales que seguramente tiene presentes el secretario de gobierno al calificar de ``ejemplar'' la actuación del cuerpo policiaco que, cosas de la vida, hoy cumple sus órdenes.

¿En qué momento el ``cumplimiento de la ley'' deviene represión? ¿Qué tanto es tantito? En la historia de México abundan casos, y eso consta en la experiencia de Zepeda, quien como diputado federal de posición de izquierda defendió a sus representados (indios y ladinos chiapanecos) de los represivos gobiernos estatales de aquel entonces.

Es de esperar que el que habla y el que escribió sean el mismo. Para ir entendiendo. Mientras tanto, Luis Hernández Cruz, secretario general del Comité Ejecutivo Estatal de la CIOAC, desde Comitán hizo un llamado a ``todas las fuerzas políticas independientes a hacer un balance de las actitudes'' del gobernador Julio César Ruiz Ferro, el secretario de Gobierno Eraclio Zepeda y otros funcionarios, ``y según los resultados, impulsar un juicio político'' en su contra. ¿Quién dice la verdad? Quien tiene la boca fresca, ``como si masticara hojitas de hierbabuena''. (Así está fácil)