Desde enero, 23 ejecuciones en Guadalajara
Alberto Nájar, enviado, y Gerardo Rico, corresponsal /I, Guadalajara, Jal., marzo de 1996 Aquí la violencia era cotidiana, pero desde hace varios meses llegó a niveles que los tapatíos ya no pueden aguantar: en el primer año del gobierno panista los delitos patrimoniales se incrementaron en 38 por ciento; la tasa de homicidios alcanzó a la de Nueva York, es decir, 16 por cada cien mil habitantes, y de enero a la fecha inició una nueva pugna entre las bandas de narcotraficantes por el control de la plaza, que deja hasta el momento 23 ejecuciones.
Ante este problema las posiciones se radicalizan: el gobernador Alberto Cárdenas Jiménez afirma que existen grupos --que no identifica-- interesados en afectar la marcha de su gobierno y responsabiliza a la situación económica del crecimiento de la ola delictiva. La minoría priísta acusa al panismo de asumir una postura facciosa ante el problema y de negarse a aplicar una verdadera política de seguridad pública.
En una actitud que reconoce como ``desesperada'', la organización empresarial más importante del estado, la Cámara Regional de la Industria de la Transformación (Careintra), exige la intervención del Ejército para que patrulle las calles de la ciudad, ante las acciones gubernamentales que consideran ``insuficientes''. Por ejemplo, en los casi 400 días que lleva la actual administración, aún no se puede concretar la coordinación policiaca entre todas las corporaciones de la zona metropolitana.
Y mientras, al margen de los delitos del fuero común y las disputas entre partidos, los narcotraficantes siguen dirimiendo a balazos sus diferencias y dejan tras de sí una estela de ejecuciones y balaceras.
Pero a pesar de la saña con que se cometen los crímenes, no es esto lo que preocupa a los tapatíos. Según el director del Centro de Estudios Estratégicos para el Desarrollo de la Universidad de Guadalajara (CEED), Francisco Moreno Parada, ``se sabe que es una guerra que les afecta sólo a ellos y que no representan peligro inmediato para las personas''. Los habitantes de esta ciudad, añade, tienen más presente la ola delictiva que desde hace unos meses prácticamente cambió su vida.
El miedo nuestro de cada día
De acuerdo con la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE), del primero de marzo de 1995 al 28 de febrero pasado, el índice delictivo aumentó 38 por ciento, particularmente los robos de autos, que fueron 15 mil en ese mismo lapso, un promedio de 47 al día y que representa un aumento de 50 por ciento en comparación con 1994. La quinta parte de estos hurtos se cometieron con violencia, cantidad mayor en 6 por ciento al lapso pasado.
Se cometieron 542 homicidios intencionales y de ellos 114 ocurrieron entre enero y febrero. Además, 920 personas perdieron la vida en forma imprudencial, 547 de ellos por atropellamiento. La mayor parte de los que perdieron la vida en esta forma ``habían bebido mucho y se atravesaron a los autos'', confesó el procurador Jorge López Vergara.
De acuerdo con el CEED, estas cifras ubican a la capital jalisciense en tasas similares a las de Nueva York, donde se cometen 16.8 homicidios por cada cien mil habitantes. En Guadalajara el rango es de 16.3.
En la práctica, para los habitantes de la ciudad las estadísticas se traducen en costumbres nuevas, horarios y formas distintas para divertirse y hasta zonas virtualmente prohibidas de recorrer a ciertas horas. Hay miedo a perecer en un asalto, a perder el auto o convertirse en víctima de abuso sexual. Es una sensación nueva que no se sintió ni siquiera en los momentos más difíciles de la ciudad, como las explosiones del sector Reforma en abril de 1992.
Lugares que solían ser concurridos a cualquier hora, como la Plaza Tapatía, permanecen ahora desiertas después de las 8 de la noche. A esa hora, prácticamente nadie camina al Hospicio Cabañas, ubicado al final de la plaza, ni siquiera cuando se presenta algún acto artístico. Casi todos llegan en transporte público o automóvil particular. ``Después de las 8 de la noche caminas por allí bajo tu propio riesgo, porque te arriesgas a regresar por lo menos descalzo'', comenta Juana María Ortiz, estudiante de música.
Añade. ``Por las noches el centro es una trampa, sobre todo por el lado del mercado Corona y el palacio municipal; hay que tomar el camión cuando haya mucha gente porque si te ven solo, te va como en feria''.
Lo mismo sucede con las otras plazas que hasta hace poco eran paseo tradicional para los tapatíos, como la de Los Laureles, Liberación, De Armas, la Rotonda de los Hombres Ilustres, de la Universidad. En esta última son típicas las actuaciones de mimos y grupos de trova cubana, que ahora también desaparecen puntuales después de las 8 de la noche.
En otras áreas comerciales como avenida Chapultepec, muchos negocios cambiaron el horario de servicio y ahora cierran a las 20 horas, mientras que en bares y cafés la última copa se sirve a la medianoche. Son pocos los que permanecen abiertos después de esa hora, en parte por las disposiciones municipales pero también, reconocen clientes y propietarios, por el temor a los asaltos.
De enero a la fecha se han registrado seis asaltos a las Farmacias Guadalajara, ubicadas en los sectores Libertad y Reforma, al oriente de esta capital. Los presuntos ladrones sólo se llevan medicinas y equipo médico, y de acuerdo con las investigaciones en varios atracos se comprobó la participación de mujeres con aspecto de ama de casa, algunas incluso receta en mano.
Colonias enteras se convirtieron en terreno vedado para los extraños, y en peligro constante para sus vecinos. En sitios como La Tuzanía, Santa Margarita, la Constitución, Tabachines, Arenales Tapatíos, Miramar, Jalisco, Loma Dorada, Oblatos, Villa Guerrero y otras, las calles ya no se disputan a golpes sino a balazos.
Allí la policía no entra. Por ejemplo, en la Unidad Tuzanía, apenas el mes pasado las bandas de adolescentes ahuyentaron por enésima ocasión a los agentes asignados al módulo de seguridad, a quienes ponchaban las llantas de las patrullas, rompían los cristales y en una ocasión, hace dos meses, lograron rescatar después de una batalla campal a dos compañeros que habían sido detenidos por robar una tienda.
Los vecinos de estas colonias se refugian en sus casas en cuanto cae la noche, y su lugar lo ocupan grupos de pandilleros que aguardan a los que regresen de la escuela o el trabajo. Lo mismo sucede con los barrios tradicionales, como Santa Teresita o El Retiro, donde ahora la moda es que los asaltantes circulan en bicicletas o en patines y a la pasada se llevan bolsas, relojes, maletines, ropa y hasta la comida para la cena.
Salvador García Mireles, vecino de Santa Teresita, cuenta que la noche del domingo pasado compró seis cervezas y pozole, pero se durmió con el estómago vacío porque a unos pasos de su casa, en la calle Ramos Millán, ``tres cholos me quitaron la olla y el six. Se los tuve que dar porque traían chica navajota''.
Los hábitos cambiaron para todos, sin importar la posición económica. Ante la incidencia de robos de autos muchos automovilistas que asisten a bares y restaurantes abandonan la copa o el plato por algunos minutos para cerciorarse de que el vehículo sigue en el lugar que lo estacionaron.
Pese a todo, las autoridades consideran que el fenómeno no se ha salido de control. El procurador López Vergara reconoce que el problema ``no es muy grave, sigue siendo difícil, pero tampoco debe magnificarse de que en Guadalajara no se puede vivir, la gente sigue tratando de hacer su vida normal''.
Para Francisco Moreno, director del CEED, la cuestión es que ``ha habido problemas muy mal manejados por parte de las organizaciones encargadas de perseguirlos y evitarlos''. El coordinador de la diputación panista, José Guadalupe Tarcicio Rodríguez, reconoce que el miedo es una nueva realidad en la sociedad tapatía, pero ``todavía no se desborda''.
Como ejemplo, platica su propio caso: ahora, cuando quiere comer tacos en algún puesto callejero, ``primero me fijo a los dos lados de la calle y luego salgo, o de plano le pido a alguien que me acompañe''.
La policía de César Coll
Este año, ante el incremento de las actividades criminales, el gobierno de Jalisco destinó un presupuesto para el área de seguridad pública de 286 millones 126 mil 377 pesos, 40 por ciento más de la partida asignada en 1995.
Sin embargo, después del incidente del 19 de febrero, cuando fue asesinada la estudiante Alba Rosa Frank, a quien la policía pretendía salvar de sus secuestradores, el gobernador Alberto Cárdenas Jiménez decidió incrementar los recursos para este renglón y anunció que solicitó a Banobras un crédito de 20 millones de pesos que se destinaría a la compra de 250 vehículos y equipo.
La semana pasada trascendió que se analiza la posibilidad de renovar el armamento de todas las corporaciones policiacas, para lo cual se necesitaría una inversión de por lo menos 100 millones de pesos.
Y es que en la práctica, los cuerpos de seguridad de la zona metropolitana atraviesan por serias dificultades. Por ejemplo, para vigilar el municipio de Guadalajara, que tiene una población de 2 millones de personas aproximadamente, se cuenta con 256 policías que ganan en promedio 2 mil pesos al mes.
Actualmente existen mil 200 plazas vacantes para policías que no se han llenado porque casi nadie cumple con el nuevo perfil que solicitó el gobierno panista encabezado por el alcalde César Coll Carabias. Los aspirantes deben tener escolaridad mínima de preparatoria, condición física aceptable y pasar una serie de exámenes psicológicos y físicos.
Pese a estos requisitos, son frecuentes las quejas por abuso policiaco. El 18 de enero pasado, durante el patrullaje normal por la colonia Villa Guerrero, el policía Pedro Hernández Hernández disparó sin motivo aparente contra Saúl Valenzuela Luna, de 15 años y quien murió instantáneamente. En las investigaciones del caso se determinó que el uniformado abusó de su puesto y se giró orden de aprehensión que no se ha ejecutado porque Hernández Hernández escapó.
El 28 de febrero fue acribillado el comerciante José Oceguera Ramírez, a quien policías municipales acusaron de distribuir droga en el interior de los colchones que vendía. El occiso portaba una pistola pero los uniformados no le dieron tiempo de usarla, porque le dispararon a quemarropa con un rifle R-15.Finalmente, a principios de marzo, Gisel Escarlet Espinoza Betancourt, de 17 años, fue detenida sin orden de aprehensión y trasladada a las instalaciones de la policía municipal, por la Calzada Independencia. Allí, frente a los uniformados que la arrestaron, fue obligada a desnudarse y a hacer sentadillas y lagartijas, en aparente venganza porque la chica terminó una relación sentimental con un uniformado.
Estos son algunos de los casos más relevantes, pero no son los únicos. En las colonias populares se volvió ya común que los policías disparen al aire sin motivo, como para avisar de su presencia o intimidar a los vecinos.