Emilio Krieger
La ignominia del trabajo infantil
(segunda y última parte)

La explotación del trabajo de la niñez no es un fenómeno local. Por el contrario, se extiende por toda la superficie del actual capitalismo globalizador y sacrifica a muchos millones de pequeños seres humanos constreñidos al trabajo precoz.

A nadie puede escapar, que esa inhumana forma de sacrificio humano se extiende y profundiza en los países subdesarrollados, retrasados o ``en vías de desarrollo'' como acostumbran llamarlos el FMI, y aún conviene recordar también que el nivel de explotación infantil aumenta en las épocas de represión, de contracción o de desempleo, en que los empresarios prefieren sustituir a los trabajadores adultos con menores cuyo trabajo es pagado con más avaricia o mezquindad.

Pero el trabajo infantil no es un fenómeno que preocupe a los economistas, ni a los sociólogos, ni a los moralistas o filósofos del neoliberalismo. Lo consideran una secuencia natural y hasta necesaria del desarrollo económico y tecnológico, como lo son, piensan ellos, la proletarización, la acentuación del desequilibrio en la distribución de los ingresos o la división del mundo entre las

grandes potencias (hoy reducida a la unidad) y los países pobres, atrasados, poblados por razas inferiores, regiones del mundo moderno dejadas de la mano del Dios Eterno.

Resulta particularmente interesante observar el fenómeno del trabajo infantil en un país todavía retrasado pero que alguna vez tuvo gobiernos preocupados por la justicia social, preocupación que hoy sólo encuentra cobijo en las mentes y en los corazones de algunos atolondrados ``populistas'' y se ha ausentado de las mentes y los corazones harvardianos.

Desde la Constitución de 1917, se estableció en la fracción III del artículo 123, la prohibición de que el trabajo de los niños menores de doce años pudiera ser objeto de contrato. Sin embargo, la imprecisión del texto constitucional, la miseria prevaleciente y la avaricia de los explotadores del trabajo de los niños, llevaron a interpretaciones y aplicaciones distintas que iban desde la maliciosa idea de que prohibir rígidamente el trabajo infantil era conducir a miles de niños a la muerte por inanición, pasado por la ingenua o diabólica tesis de que quien libera del hambre a un niño, dándole trabajo, se está ganando una filantrópica vereda al cielo, hasta la neoliberal concepción de que el trabajo infantil es una más de las mercancías de la que pueden disponer libremente los señores empresarios particulares, mediante un estipendio tan miserable como las leyes del mercado lo permitan.

Conviene señalar que nuestra legislación constitucional fortaleció el principio de prohibición del trabajo infantil y, elevó así el

nivel de su ética social, cuando claramente estableció en el texto del párrafo III del artículo 123:``Queda prohibida la utilización del trabajo de los menores de catorce años''.Si a este mandamiento lo conjuntamos con el contenido en el artículo tercero, que establece el derecho de ``todo individuo'' a recibir educación y el carácter obligatorio y gratuito de la primaria y secundaria, que el Estado tiene obligación de impartir y lo niños de recibirtenemos la base de la pirámide jurídica, que nuestra Carta Magna establece en favor de los niños de México.

Desgraciadamente, nuestro gobierno neoliberal presente, tan preocupado por dar gusto a los financieros, a los bolsistas y a los extranjeros y tan empeñado en lograr ``la seguridad pública nacional'', no ha tenido tiempo, ni voluntad de ``guardar y hacer guardar'' el mandamiento contenido en la fracción III del artículo 123 Constitucional.

Varios millones de niños trabajadores en México son muestra palpable de que dentro de las angustias del gobierno neoliberal no entra la de hacer respetar la prohibición del trabajo infantil. Será esa actitud por la inaceptable razón de que el Estado Mexicano carece de recursos para salvar de ese cáncer a la niñez mexicana? O será, aunque no se reconozca, porque el trabajo infantil es una solución, de nítido corte neoliberal, para resolver la ``crítica'' situación de muchos empresarios mexicanos y de muchos inversionistas especulativos extranjeros?No aceptamos sustituir a los niños hambrientos por niños explotados, sino que exigimos del gobierno una política social que garantice a la niñez mexicana el pleno ejercicio de los derechos que nuestra Constitución les otorga. Esperemos que no vayan a salirnos con la tesis neoliberal de que el trabajo infantil es una necesidad de la sociedad globalizada contemporánea y que, por lo mismo, debemos ajustar y modernizar nuestros textos constitucionales, quitando de ellos la prohibición del trabajo infantil o afirmando que el TLC, legaliza esa práctica, sobre la Carta Magna como manera de lograr el progreso material de la humanidad globalizada.