Luis Colosio: no hay voluntad política de esclarecer el crimen
Censura el padre del candidato asesinado el ``doble discurso'' del gobierno Los ``autores intelectuales'' enrarecieron el ambiente de su campaña y promovieron un clima desfavorable a su candidatura, acusa Imprescindibles, testimonios hoy ausentes, reclama ante el mausoleo de Luis Donaldo y Diana Laura
Néstor Martínez, enviado, Magdalena de Kino, Son., 23 de marzo Bien metido en el luto, don Luis Colosio decidió terminar hoy con 731 días de prudencia:No hay voluntad para aclarar el asesinato de Luis Donaldo, acusó.
Dijo que la justicia no llega ``porque los hombres del poder no la dejan llegar'' y, atrevido, sugirió que el de su hijo fue un crimen de Estado.
Ceremonia en Tijuana para recordar a Luis
Donaldo
Colosio , en el segundo aniversario de su asesinato.
Foto: Miguel Angel Cervantes Sahagún
``Hay un manto de impunidad tendido por aquellos que tienen la responsabilidad de resolver el caso y no lo han hecho; por aquellos que apuestan al olvido y al tiempo para lograr su cometido: evadir el castigo que merecen'', agregó.
Y es que el padre del ex candidato presidencial del PRI habló fuerte y claro ante el mausoleo donde ya reposan, desde hace apenas horas y para la eternidad, los restos de Luis Donaldo y Diana Laura.
Habló fuerte porque, por fin, se decidió a poner en su boca muchos de los reclamos que el pueblo de México ha manifestado durante meses.
Y habló claro porque, aunque a última hora aceptó borrar de su discurso los nombres de Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Manuel Camacho y Antonio Lozano, entre otros, no quedó duda de la identidad de los destinatarios.
Luis Colosio denunció que hay un doble discurso de la autoridad: uno que afirma que las voluntades y la participación institucional se encuentran indiscutiblemente vinculadas en el propósito de conocer la verdad del asesinato y a partir de ella procurar justicia, y otra cara de la moneda, en donde ni los propósitos, ni la voluntad se hallan para caminar juntos.
''Quién o quiénes impiden actuar?'', preguntó, enérgico, el sonorense.
''Qué intereses se colocan por encima de la obligación de procurar justicia de manera expedita?''Hasta cuándo seremos víctimas del engaño y del abuso?''Qué poderosas razones pueden imponerse al Estado, más allá de la obligación con la justicia?''(...) A dos años de distancia añadía en un diálogo ficticio con su hijo las instituciones encargadas de procurar e impartir justicia permanecen sordas ante el reclamo popular que exige la verdad. Por eso juegan al olvido. Por eso nos tratan de ahogar en un mar de confusiones. Por eso están creyendo que el paso del tiempo cerrará las heridas y el dolor amainará (...) Pero qué equivocados están''.
De pie, con sus 74 años a cuestas, en compañía de los suyos, pero en ausencia del priísmo nacional, Colosio Fernández se quejaba de que ``la esperanza es mancillada con palabras huecas, con filtraciones ominosas, con promesas incumplidas. Cada día transcurrido es una cuenta más al rosario del sufrimiento de tu familia y de quienes reclaman justicia.
``Recuerdo como si fuera hoy, Luis Donaldo, que apenas caía la última palada de tierra sobre tu sepulcro y ya estábamos recibiendo el pésame y el compromiso presidencial de que se haría justicia.
``Ese compromiso que en un principio nos inspiró confianza, ahora parece una burla a tu familia y los mexicanos, porque desde el origen de las investigaciones, el aparato de justicia fue viciado, con versiones ridículas, con cambios en el escenario de tu crimen y con torpezas de los funcionarios judiciales'', afirmaba.
Muy cerca de la familia, los colosistas Samuel Palma, Melchor de los Santos y José Luis Soberanes, entre otros, no perdían detalle de cada una de esas palabras, de esas denuncias valientes, que ellos hubieran querido decir así desde hace mucho tiempo, pero no se atrevieron.
Colosio Fernández seguía fiel, pausado, la lectura de su discurso, un texto cuidadosamente preparado:No basta la promesa de hacer de México un país de leyes para encontrar justicia, subrayaba. ``Si tiempo y formas son imprescindibles en la investigación, también son los testimonios hoy ausentes para que esto avance (...) como bien dices, Luis Donaldo, requerimos pasar de las palabras a los hechos''.
Comentaba a su hijo, ante centenares de miradas, que los autores intelectuales del crimen, ``en su soberbia, no supieron siquiera valorar el efecto que los acosaría y desdeñaron el juicio de la historia.
``Por eso enrarecieron el ambiente de tu campaña. Por eso promovieron un ambiente desfavorable a tu candidatura, cuando en los hechos estabas convenciendo a los mexicanos (...) Nos indigna todavía la actitud de políticos que se prestaron al juego de los poderosos, hablando incluso de que se te relevaría como candidato, sólo para satisfacer afanes protagónicos.
''(...) A esos el pueblo no los perdona, aunque traten de inventar reconciliaciones imaginarias o balbuceen disculpas tardías''.
Frente al padre de Luis Donaldo se desplegaban decenas de mantas que exigían justicia y combate a la impunidad.
Detrás de él, imponente en medio del pequeño cementerio, el mausoleo de Luis Donaldo y Diana Laura aparecía como parte fundamental de la escenografía.
Y dentro de esa construcción piramidal, un bronce de tamaño natural del ex candidato y su mujer, surgiendo del brazo de un mapa de la República Mexicana, que el propio Colosio Fernández inauguró momentos antes de dar inicio a ese diálogo ficticio con su hijo.
Tan pronto como concluyó su discurso, en medio de un estruendoso aplauso y gritos que buscaban desahogar el agravio de Lomas Taurinas, don Luis y sus cuatro hijos Víctor, Ofelia, Martha y Claudia caminaron del brazo las 20 cuadras que separan el cementerio de la plaza de San Francisco, donde se encuentra una de las tantas estatuas de Luis Donaldo Colosio.
Discreto, metido entre los centenares que hicieron el recorrido, el gobernador Manlio Fabio Beltrones se mantuvo siempre cerca de los Colosio.
A lo largo del trayecto a la plaza, la gente priístas o no exaltaba el discurso de don Luis. ``Magnífico...!''. ``Espléndido...!'', calificaban los senadores José Luis Soberanes y Melchor de los Santos.
Ambos, colosistas de tiempo, salían del cementerio rumbo a la plaza. Ahí, al aire libre, el arzobispo Carlos Quintero Arce oficiaría una misa.