Néstor de Buen
Máscaras transparentes

A algunos les incomodan. Le abren tantito espacio para el aire. O como la comandante Maria Elisa, de la mirada pícara, que por debajo del pasamontañas, sin demasiado recato, se pasaba la mano por la cara.

Hoy, alguien, le ofrecio café al comandante Rolando. Pero resultaba imposible su consumo. El pasamontañas, tal vez usado en exceso, había bajado el orificio para la boca al mentón y no era cuestión de andar haciendo arreglos a la vista de los invitados y asesores del EZLN que discutiamos sobre tantas cosas en el Grupo 5; justicia, convivencia social y orden jurídico, en un juego de tenis sin contrarios. El lado derecho del salón, destinado a los invitados y asesores del Gobierno, supuestos interlocutores de los que lo éramos del EZLN mostraba un vacío espectacular. Y los cuatro integrantes de la comisión gubernamental, se habían cosido la boca. Olía a consignas de Bucareli, en mi concepto rotundamente equivocadas. Nada sustituye al diálogo y, por si fuera poco, ese silencio ominoso podía entenderse como una expresión del viejo dicho de que el que calla otorga o, en última instancia, como la evidente violación del derecho de petición que consagra el art. 8o. constitucional. Lo dije y mi dicho me parece que les impactó. Volverán al diálogo. Una mala tarde cualquiera la tiene.

Claro está que la magistral dirección de los debates (debates?) a cargo del Senador Oscar López Velarde, representante de la COCOPA, había convertido todo en un hablar desde acá de este lado, inclusive con discrepancias sutiles y el resultado no pudo ser mejor. A medio día del viernes nos presentó un resumen de todo lo dicho, como simple síntesis indicativa de la primera ronda general de intervenciones que, en mi concepto, no podría ser mejorado. Pero cuando abandoné el salón para iniciar el largo camino de regreso al DF, entre nosotros las discrepancias eran evidentes. Me sentí incómodo.

Llegamos Felipe Echenique, un destacado antropólogo convertido en historiador y yo tarde en la noche. Lo conocí en el avión, tomamos un carro juntos en Tuxtla para subir a San Cristóbal y gracias a su experiencia pudimos pasar con cierta rapidez los trámites de registro en el Colegio Don Bosco donde nos entregaron la credencial firmada por Marcos y después en la COCOPA. A la oficina donde nos fotografiaron e hicieron el gafete le venía un aire vendabalero de control policíaco. Pero pasamos los otros controles, los militares del Convento del Carmen, y aterrizamos en la sala donde, unos cuantos minutos después, se llevaría a cabo una conferencia de prensa del EZLN.

Allí llegaron. Serios, críticos en las palabras claras de los comandantes David y Tacho. Informaron de un día inutilizado por trámites y discrepancias. Con lo que no había yo perdido mucho con mi arribo tardío.

Máscaras. Colorido sin fin. Trajes de chamulas, con cintas y gabanes que muestran las piernas morenas y macizas. O mezclilla mezclada con chamarillas modestas, sombreros absurdos sobre el pasamontañas, en el fondo una identificación sobre el anonimato forzado. Silencios, obediencias, disciplinas. Y unas miradas que se te clavan, llenas de preguntas no formuladas.

Nuestros comandantes, en todas las dos jornadas del jueves y del viernes por la mañana, María Elisa, Gustavo, Rolando y Rafael buscaban en su presencia testimonial la respuesta a sus propias preguntas íntimas. Preguntas en silencio. A veces más expresivos, esos silencios, que las palabras.

Había algo de irrealidad en ese mundo en el que sólo hablábamos COCOPA y CONAI, los invitados y los asesores del EZLN. Me lo decía Arturo Alcalde, impactado por la experiencia. Y por las lágrimas de Anabell Edith Damesa Labastida que no pudo articular palabras y nos obsequió con un silencio parlamentario arrancado de su pena por la noticia de la muerte de tres campesinos tojolobales. Y en la mañana del viernes le estaba pasando lo mismo a Antonio Argelles, abogado feroz, protagonista de mil batallas, incapaz de controlar su emoción y no sé si su coraje.

En mis ratos de silencio personal, les miraba a los ojos. Cuatro jóvenes, protagonistas ya antiguos de un estado de ánimo nacional que empieza a recorrer espacios subterráneos, como los ríos que hacen los cenotes, y se cuelan entre las piedras y llegan tan lejos como nadie podía suponer a partir de su aventura increíble. Invaden a México. Están, ya, en todos lados.

El comandante Rafael, chamula, agotado por el cansancio y, supongo, por ese lenguaje jurídico tan ajeno a lo suyo, empezaba a cerrar los ojos. Y era como si el hombre hubiera desaparecido sustituído por la máscara inexpresiva. Quizá quedaba el juego de las manos y de las piernas.

Se ocultan? Esconden su personalidad?Por supuesto que no. Tacho, el indómable, el violento, que aparecía de repente entre nosotros, me saludó sin palabras. Me reí, con todo el respeto del mundo, de su máscara insuficiente que no cubre más que lo mínimo. Ni le importa. Agujeros que pretenden dar espacio a la boca; tejido flojo sin remedio. Y no descubren otra cosa que un hombre, un indígena, un mexicano como tantos otros. De esos a los que antes les pedían perdón y hoy les regalan con balas.

Los griegos les llamaban a las máscaras ``personare'' y se usaban en el teatro para expresar alegría o tristeza, como los vemos en la parte alta de los escenarios de ahora. Son el origen del concepto jurídico de persona, que no es otra cosa que el disfraz del hombre o de los bienes, o del grupo, para participar por sí mismo en el campo de las relaciones jurídicas.

Hoy son pasamontañas negros, acompañados de un paliacate rojo, lo uniforme en la variedad multicolor de su unidad esencial de personas dignas, inteligentes, expresivas, críticas, heroicas. Quieren significar ese ``Todo para los demás, nada para nosotros'' que ya se ha grabado en la piedra. Dueños de una hermosa identidad personal, irremediable, la convierten en el anonimato colectivo.

Me sentí emocionado por su presencia, por su sencillez elegante, por sus miradas agudas.

Asesores? Me temo que no somos otra cosa que alumnos precarios de unos maestros de la dignidad.