MAR DE HISTORIAS Cristina Pacheco
Quieres que te lo cuente otra vez?
Muchacha, cómo me ves? pregunta Clementina acercándose a la luz que baja desde una ventana abierta a gran altura en la pared.
La verdad? Más delgadita. Eso quiere decir que come poco y sigue trabajando mucho responde Isaura mientras despacha un paquete de fideos.
Apenas se va el cliente, Clementina repite la pregunta. La propietaria del estanquillo que alguna vez se llamó ``Bonanza'' y hoy con escasas mercancías es apenas ``la tienda de la esquina'', le responde lo mismo:
Ya se lo dije: para mí, bajó de peso.
No me importa, con tal que me alcance el tiempo para juntar los centavos que me faltan.
Pues como siga malpasándose, no le alcanzará. Fíjese qué bonito: no come y luego anda de arriba para abajo todo el día, vendiendo sus muñecas. No se cansa?
Algo. En ratitos me mareo y hasta me duelen las piernas; pero todo se me quita cuando pienso que al menos, por el lado de mi entierro, voy a evitarle a m'hija pleitos con el marido. Cómo ves que muerta le serviré más que así como estoy, vieja y enferma?
Doña Clemen, por qué dice cosas tan feas?
Es la verdad. Lo pensé el otro día: mi hija Chela y su esposo se pelearon porque él le salió con que gasta mucho en mis medicinas y ni siquiera su propia madre le sale tan cara. Llorando, Graciela le reclamó: ``Y qué quieres, que deje morir a mi mamá?'' Sabes qué le respondió Claudio?: ``No le hagas. Si se nos muere ahorita mi suegra con qué diablos la enterramos? Eso cuesta un dineral.
Qué bárbaro, eso le dijo?
Sí, te lo platiqué, nomás que no te
acuerdas. Quieres que te lo cuente otra vez?
No, gracias. Ya mejor ni me diga nada porque siento mucho coraje, sobre todo contra Graciela. Perdóneme, pero ella tiene la obligación de recordarle a su marido que si no fuera por usted, que les permitió irse a vivir a su casa, estarían a media calle.
Nomás ocupan dos cuartos.
Y cuántos tiene su casa? Dos! A usted le techaron con lámina la azotehuela, dizque para que estuviera más independiente. Por favor! Eso por un lado. Por el otro está lo de la pensión. Usted misma me ha dicho que así como la cobra, se la quitan. No me diga que la mamá de Claudio les da todo eso.
No, Claudio lo reconoce cuando se toma sus copas. Entonces le da por agradecerme que los ayude. Se ve que a mi consuegra le da coraje o celos, ve tú a saber, porque luego sale con que ella tan siquiera no gasta dinero en medicinas; que gracias a Dios tiene una salud de hierro. Al oírla, Claudio babea de admiración. Clementina suspende su relato y suelta una carcajada. A ver qué cara pone mi yerno cuando se le muera la madre y él tenga que apoquinar con el entierro. Mi satisfacción es saber que el mío me lo voy a pagar yo solita.
Ay doña Clemen, es usted tremenda.
Y muy habladora, hija. Nomás vine a quitarte el tiempo con mis averiguaderas.
Usted no me quita nada. Además, me gusta que venga y que me hable de sus cosas. Ya sabe que la entiendo.
La sinceridad que la anciana advierte en el tono de su amiga afirma su certeza de que Isaura cuidará que se cumpla su último deseo: que le siembren hierbas de olor en las esquinas de su tumba. a Isaura nunca se le ha ocurrido preguntarle cuál es la razón de ese capricho. Si lo hiciera, Clementina le explicaría que en las noches,
acosada por el insomnio, se le ocurren
ideas muy tristes; piensa en su soledad y en el único viaje que hará en su vida: hacia la muerte. Ella hubiera deseado otro destino: el mar. No lo conocerá. Pero se tranquiliza cuando imagina que hasta su ataúd descenderán, sobre todo en la época de lluvias, los aromas del tomillo, la ruda, la mejorana, la albahaca.
A todo eso huelen las manos de Isaura cuando hace montones con las monedas que doña Clementina le entrega para que se las cuente y registre la suma en un cuaderno deshojado. Sobre él descansa un Sagrado Corazón de bulto que todos, menos las moscas, respetan en el barrio.
Ya estuvo bueno de plática. Clementina busca entre sus ropas el atado que luego pone encima del mostrador.
Aquí está lo que gané. No es mucho porque hoy sólo vendí dos muñecas, pero varias personas me dieron centavitos. Cuánto será?
Nueve cuarenta. Es poco.
Sí, pero con eso me faltará menos para ajustar lo que necesito responde Clementina esforzándose por mantenerse optimista.
Mire, me ha dado trescientos setenta. Agregándole lo que me está dando hoy, necesitará dos mil ciento veinte.
Tanto? Clementina se siente derrotada.
Sí. Hoy trajo muy poco dinero. Quiere que se lo cuente otra vez?
No, para qué? La cosa está en que me dé prisa. La anciana medita unos minutos. Puedo hacer gelatinas y venderlas.
Va a meterse en más líos? Para qué? A ver, dígame.
Pues para ajustar los mil pesos que prometí entregarles en la agencia. Ya me explicaron que en cuanto se los lleve, me apartarán un lugar porque les está llegando muchísima gente.
No será un engaño? Qué tal que les entrega usted todo el dinero y luego resulta que todo era un fraude?
No, cómo va a ser eso?
Pues así. Mire, a mi hermana le pidieron un depósito de dos mil pesos dizque para inscribirla en una agencia de colocaciones. Esperó bastante a que la llamaran y, como no lo hicieron, se desesperó y fue a las oficinas a ver qué pasaba. Creerá quie no encontró muebles, ni gente, ni nada?
Esto es distinto. Yo ya he ido varias veces a la agencia. Llevé mi recortito del periódico donde dice que le garantizan a uno desde la carroza hasta el entierro, con todo y ataúd, por dos mil quinientos.
Y qué tal con que salga que era más? Como usted ya no va a estar para... Bueno, entiende lo que quiero decirle.
Claro. Yo también lo pensé, por eso fui a comprobarlo hasta la mera agencia. Allí me aseguraron que el servicio completo es de dos mil quinientos pesos. Y dan recibo sellado. Cuesta más caro sólo si la persona pide una caja especial. Hay muchos modelos. Hasta catálogo tienen. Querían enseñármelo, que por si me interesaba algo mejor. Le dije a la señorita: ``Ni se moleste, mi vida; a mí deme el más barato y ya.'' Se llama... modelo Clásico''. No quedan muchos, pero la empleada prometió apartarme uno si le adelanto mil pesos como depósito.
Usted deveras que es muy valiente. Ya sé que todos hemos de tener el mismo final, pero no me gusta pensar en eso...
Porque estás joven y ves la muerte distinta que yo. Tienes tu marido, a tus hijos les haces falta. Yo soy viuda, para Graciela soy una carga y le represento muchos gastos. Es mejor que me vaya, no te parece?
Le he dicho mil veces que la entiendo, pero siento muy feo cuando la oigo hablar así de estas cosas.
Cuáles?
Pues de sus problemas con la familia, de que ya quiere morirse. De veras no le da miedo?
La muerte? No, mi vida. La espero con alivio.
Ojalá que pudiera pensar de ese modo. Temo a la muerte. Le parecerá tonto, pero a veces pienso qué se sentirá quedarse sola, callada, en la oscuridad.
Ha de ser parecido a lo que yo siento cada noche. Mi cuarto es muy chiquito. Nadie platica conmigo. Paso las horas quieta, callada, como si estuviera en mi tumba. Te he hablado de eso muchas veces. Quieres que te lo cuente otra vez?